El pasado 31 de julio murió en su ciudad, el considerado “Historiador de La Habana. Su amor por la ciudad tuvo un comienzo espectacular. Cuando las máquinas estaban levantando los adoquines de madera de la época colonial, un joven, con los brazos abiertos en cruz, gritaba: “¡Lo harán sobre mi cadáver!” Eusebio Leal joven, a principios de los 70. A los 16 años de edad ya trabajaba en el gobierno municipal, y teniendo una formación autodidacta, con sólo un sexto grado en su educación formal llegó a ser la principal referencia histórica de la ciudad. Con su escasa preparación formal, sin embargo, pudo presentarse a exámenes de suficiencia académica que le permitieron ingresar a la Facultad de Filosofía e Historia de La Habana, por Decreto Rectoral, terminando sus estudios en 1979.
Como Director del Programa de Restauración del Patrimonio de la Humanidad, ha conducido la restauración del Casco Histórico de La Habana, de numerosos edificios, y, en particular de El Capitolio, construido a imagen y semejanza de su hermano, en Washington D.C. En el discurso de una especie de pre-inauguración, Leal dijo en su discurso: «Toda obra de restauración es una obra noble. El patrimonio es un préstamo que las generaciones que vendrán nos han hecho a nosotros, si no lo conservamos, todo se perdería. Esta obra tan esforzada, tan ardua, es un símbolo de la voluntad de la nación por proteger su pasado». Curiosa frase, en medio de una revolución que arrasó hasta con la trova tradicional. La cúpula del renovado Capitolio, cuenta con una cubierta de oro 24 quilates, donación de la Federación Rusa. ¿Forma parte de una renovación lenta pero consistente, o sólo la restauración de un edificio icónico, destinado a revocar los huecos que la experiencia socialista ha dejado en la República de Cuba?
En 1982, la UNESCO declaró el Casco Antiguo de La Habana “Patrimonio de la Humanidad”, y esa declaración fue como colocar un tren inmenso en unas vías que acarrearían ingentes recursos, los suficientes para cumplir con la restauración propuesta y más. En un país empobrecido, lo que cayera fuera de los vagones de ese tren era suficiente para que algunos recogieran lo que los esforzados profesionales cubanos no podían ni soñar en recibir por su trabajo. En 2012 corrieron rumores de que se habían producido algunos actos de corrupción en la Oficina del Historiador. A diferencia de otros jerarcas caídos en desgracia, Leal no fue destituido, aunque sí su poder fue recortado en beneficio de los ubicuos jerarcas militares, que tomaron, tras la reconocida imagen del Historiador, los puestos claves en el tren de la prosperidad.
La verdad sobre la probidad de Eusebio Leal, seguramente, murió con él. Siempre fue una especie de outsider que no andaba lejos del poder. Su referencia era Fidel Castro. Al margen de su relación personal con el dirigente histórico de la revolución, Leal mantuvo una relación incómoda para el poder. Ingresó tardíamente al Partido Comunista, y a pesar de ser un confeso católico, en 1991 fue admitido en su Comité Central. Fue una voz que rozaba la imprudencia como diputado en la Asamblea Nacional. Fue de los pocos que sostuvo su apoyo a la iniciativa de legalizar el matrimonio homosexual. La revolución siempre toleró a los intelectuales que cumplieron con aquel límite que les fijó en el encuentro con los intelectuales, en la Biblioteca Nacional, los días 16, 23 y 30 de junio de 1961: “Dentro de la revolución todo; contra la revolución, nada”. La revolución había llegado para quedarse, no cabían las falsas expectativas, y eso no fue sólo una advertencia sino el verdadero espíritu de la revolución.
Muchos intelectuales pudieron escapar de la isla para reconstruir su carrera, otros no tuvieron tanta suerte. Eusebio Leal murió sin que su prestigio menguara. Tenía un pacto con la ciudad, aprovechó las fisuras del régimen para mantener ese pacto vigente, aunque nadie podría imaginar el precio que Leal tuvo que pagar para mantenerse en el poder y no acabar de mala forma.
La Habana está renaciendo, en parte por el compromiso de gente como Leal, pero, también, por las empresas aledañas al poder, en primerísimo lugar, del poder militar. Cada arma tiene sus propios negocios. Una regalía por los servicios prestados a la revolución, sin los cuales la revolución sería apenas una pesadilla casi olvidada. La agencia turística “Gaviota” es uno de esas empresas integrada, exclusivamente, por militares de fidelidad ciega a la revolución.
En el marco de ese renacer, “Gaviota” posee un edificio totalmente reciclado en las proximidades del Capitolio. Es uno de los más claros paradigmas del renacer habanero. La antigua manzana Gómez, de cinco pisos, construida a principios del siglo XX, cuenta en el piso superior con un hotel 5 estrellas que ilumina las relaciones entre el poder del Estado cubano y lo que hasta ayer nomás figuraba en el nomenclátor de las instituciones indecentes del mundo.
El hotel “Gran Hotel Manzana Kempinski” es una alianza entre “Gaviota” y la cadena suiza Kempinski, de empresas dedicadas a la alta calidad. Las habitaciones en el Manzana Kempinski tienen un precio que fluctúa entre los U$D 440, la más económica a los U$D 2.500 la más cara. El buen pasar está asegurado. En la galería comercial de la manzana están ubicados los locales de las marcas de alta gama del primer mundo. Un par de zapatos puede costar unos U$D 350, y los relojes hasta U$D 10.000. El habanero se toma selfies frente a los comercios de lujo, y se ha vuelto una curiosidad turística concurrida. Versace, Armani o Mont Blanc venden sus productos destinados al alto consumo del primer mundo, para sueldos ridículos. Mientras tanto, en la calle Obispo, el cubano medio apenas puede comprar ropa reciclada, o importada de Ecuador, fabricada en China.
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