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El sueño y los rotos

El sueño y los rotos
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No sabemos cual habrá sido el disparador del “acontecimiento escénico” Schwarzenegger en Malvín, pero como disparador de imágenes ese título es muy sugerente. Ícono de la cultura de masas a partir de filmes como Conan el bárbaro o Terminator, Arnold Schwarzenegger también es un representante del sueño americano, un migrante austriaco que llega a los 20 años a los EE.UU. para tener una carrera exitosa en el deporte, en el cine y en la política. Como profeta de ese sueño americano aparece en el programa de mano de la realización que dirige Sergio Luján los sábados en El Cibils. En el programa se ve la imagen de Schwarzenegger en pose físico culturista con un nimbo o aureola, a modo de santo, rodeando su cabeza y gaviotas volando a lo alto. El ícono como representante de una ideología parece claro, y es un ícono que se recicla. En la década del cincuenta quizá una figura similar la configuraba Charles Atlas, otro migrante europeo que, a pesar de ser un “alfeñique”, lograba convertirse en un paradigma del culturismo y en una carta de exportación del american dream, o sea de la expansión cultural del imperialismo norteamericano. El ascenso social que significan esos casos excepcionales, se sabe, sirve para justificar una ideología que en realidad excluye sistemáticamente a la mayor parte de la sociedad.

Pero si en los EE.UU. estas historias sirven para dar cierta legitimidad a la desigualdad social, proponiendo historias en que se la puede atravesar cual cuento de hadas, esos íconos recorriendo el mundo adquieren otras significaciones. En ese sentido la yuxtaposición de la imagen de un paradigma de esa ideología, cual apóstol del imperialismo, en una playa montevideana dispara las interpretaciones. Parte relevante del espectáculo termina siendo la proyección de un audiovisual en que se ve a los personajes paseando con la silueta de Schwarzenegger por la playa y sacándose fotos con ella. Esa imagen en definitiva no representa algo muy distinto a las colas de personas en países periféricos cuando se abren cadenas como McDonald’s, Starbucks o Forever 21. El imperialismo económico necesita que las sociedades periféricas asumamos que nos traen el progreso, y entonces esas figuras se convierten en un factor de alienación cultural además de generar la ilusión de la movilidad social.

El marco de Schwarzenegger en Malvín entonces parece ser una ideología que promete el éxito a cambio del esfuerzo, pero que no cumple la promesa, y que además de excluir a quien no es exitoso le hace pensar que es él el responsable. Los actores o performers de esta realización parecen encarnar eso, el otro lado de ese sueño de éxito que justifica ideológicamente a la sociedad en que vivimos. Así es que vemos a estos losers o rotos intentando ocupar los roles sociales que le corresponden, pero haciéndolo mal. Cuerpos obesos o maniquíes incompletos aparecen entreverados o enredados mientras se ensayan escenas familiares o celebraciones de cumpleaños entre gestos de resignación, desesperación o arrebatos de ira. Nada parece encajar, hay una estética casi “terraja” por momentos, estética que surge de ese convivir en un mismo gesto la realidad tercermundista con el anhelo de éxito primer mundista. Pero ojo, es un gesto que vemos en todos los sectores sociales de los países periféricos. Lo vemos en quienes van desesperados a tomar un café en Starbucks pero también en quienes van con un tapado de piel al Teatro Solís a ver en pantalla gigante (tiene otro nombre por supuesto) una ópera del MET de Nueva York.

 

Manifiesto escénico

El año pasado, conversando sobre su trabajo en la ópera El cónsul, Sergio Luján nos decía: “el arte no tiene nada más para decir, no tiene que enseñar, no tiene que hacer moral barata, el arte lo único que tiene que hacer es dar cuenta de la existencia, dar cuenta del presente. Lo otro corre por cuenta del interpretante, corre por cuenta de quien otorga el sentido, que es el espectador”. La declaración es relevante, arriba hemos dado una interpretación de Schwarzenegger en Malvín, pero solo eso, hay muchas más interpretaciones posibles que cada espectador deberá elaborar. Lo que sí nos interesa destacar es la apuesta a un hecho escénico antijerárquico. El teatro cristalizó, con el ascenso de la burguesía en el siglo XIX, en un hecho que partía de un texto, que portaba el pensamiento de un autor, que luego se debía representar fielmente para que el espectador comprendiera el mensaje del autor. Esa lógica parecía suprimir radicalmente la materialidad de los cuerpos de los actores construyendo el hecho escénico. No deja de ser algo similar a la filosofía cartesiana, que dudaba tanto del cuerpo que lo hacía desaparecer hasta llegar al pensamiento puro como constructor de la realidad. Pero ya una generación después que Descartes surgía Baruch Spinoza como un pensador que igualaba cuerpo (extensión) y pensamiento como modos del ser igualmente válidos. En la filosofía de Spinoza deja de haber una causa racional de la realidad material para llegar, al decir de Deleuze, a una filosofía anti-jerárquica, en que el cuerpo y el alma valen lo mismo. Nos resulta útil la imagen para hablar de una forma de trabajo “teatral” en que el texto y el pensamiento del “autor” parecen tener el mismo valor que la materialidad de los actores. Incluso en el universo sonoro del resultado la palabra es un elemento más, no necesariamente el más relevante.  Todos los elementos se conjugan como modos escénicos igualmente válidos para producir un acontecimiento que no “representa” la realidad de forma unívoca pero que si “da cuenta” de ella integrando elementos de forma radicalmente antijerárquica. Las conclusiones que se sacan de esa experiencia son responsabilidad de cada espectador, que ha quedado en libertad y sin un “mensaje” unidireccional que decodificar.

Si bien este es un trabajo que cuenta con dramaturgia y dirección de Sergio Luján y la colaboración de otros integrantes del Laboratorio de Práctica Teatral, es una realización creada por la generación 2014 de la Escuela de Teatro Kalima, que estuvo durante el año pasado trabajando en su egreso con el acompañamiento del Laboratorio. Ellos hablan de esta realización performativa como un manifiesto, y no nos queda más que invitar a conocerlo.
Schwarzenegger en Malvín. Dramaturgia escénica y dirección: Sergio Luján. Intérpretes: Franco de Lucca, Federico Martínez, Mariana Rodríguez y Natalie Varela.

Funciones: sábados 21:30. El Cibils (Ituzaingó 1533). Entrada libre y colaborativa. Reservas al 095 117 959

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.