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El triunfo, solo de uno por Ruben Montedonico

El triunfo, solo de uno por Ruben Montedonico
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Comparto desde mi modesta opinión la creencia de los observadores del conflicto ucranio-ruso que, dadas las circunstancias presentes no asoma el momento que se produzca un cese el fuego duradero dando paso al armisticio que haga lugar a un acuerdo de paz.
Veo algunas particularidades en este enfrentamiento: no siendo el primero que se produce en suelo europeo, es inaugural en el territorio al confrontar países de igual sistema político; a diferencia de otros, encara naciones con fronteras comunes y el mismo involucra -aunque sea desigualmente- a cuatro potencias nucleares con asientos en el Consejo de Seguridad de ONU, mientras Washington adelanta la participación de una quinta potencia poseedora de arsenal atómico (China), con lo cual se completa el conjunto de los integrantes permanentes del ejecutivo de la institución internacional que están en la misma guerra: EE.UU afirma que Pekín entregará armas al ejército invasor, lo que es factible, aunque poco probable.
Washington, que participa en el choque proveyendo parte de las armas y azuza con su poder político-económico-militar a los consocios de la OTAN a sacar los pertrechos de sus bodegas con promesas de reponérselos, usa territorio, fuerzas ucranias y agrupamientos mercenarios como carne de cañón.
Otra peculiaridad es que las partes integradas repiten que no emplearán armas nucleares (entendido más llanamente, sostienen que no serán primeros en usarlas), lo que no aleja el peligro que puedan utilizarse en un desliz, omisión en el cumplimiento de la promesa o cualquier situación.
Cuando se busca qué interés anima a políticos y militares estadunidenses a involucrase tan directamente en el conflicto, descubrimos algunas cosas que provienen del siglo XX y otras que abrieron – según Washington- un abanico de posibilidades ligadas a la pretensión imperialista de control extensivo. En primer lugar, pone fin a la posibilidad de un circuito económico y comercial entre Berlín y Moscú (delineado en principio por Willy Brandt para los socialdemócratas), al tiempo de aprovechar acciones para debilitar a las fuerzas de Alemania en la UE y localmente a ella misma, extendiendo una parte a París. El “brexit” de Gran Bretaña y su política conspiró para intentar quitar competencia comercial a la producción y exportación de los 27 al mundo.
Un segundo punto de interés sirvió a la Casa Blanca para procurar debilitar militarmente a Rusia: la descomposición de la URSS. Como una especie de pinza, desde la administración Clinton se empezaron a saltear las promesas (hechas al crédulo Gorbachov) que la OTAN no crecería hacia el este, en tanto daban aliento y cofinanciamiento a movimientos separatistas en el interior de la antigua URSS. Al no alcanzar los resultados esperados por esta segunda parte, se emprendió el curso actual del plan que llevaría a Rusia a un escenario internacional. En 2014, con la apropiación de Crimea -ya con Putin potenciado- Rusia había dado muestras de haber recuperado parte del antiguo poder que tuvo la URSS -empezando porque heredó el control de la zona europea con mayor número de habitantes y desarrollo tecnológico- y se inició en Ucrania la acción de la derecha, dando golpe de Estado, el resurgimiento larvario del antirusismo y consumar la pretensión de conducir la OTAN hasta la frontera.
Con los motivos para reaccionar servidos en bandeja, el autócrata Putin optó por el peor de los caminos -el de la fuerza bruta militar- considerando quizá sacarse rápidamente un problema de encima; tal vez, mal aconsejado y peor informado sobre la situación transfronteriza -sin ponderar de mejor manera un modelo de simulación de desarrollo político- por todo lo anterior o porque le convenía mostrarse fuerte o quién sabe qué, ordenó la invasión -bastante descuidada- de finales de febrero de 2022. Pienso que hasta visualizó a las tropas entrando en Kiev, acabando con el gobierno y él festejando en la Plaza Roja como un nuevo mayo de 1945. Hay que decir que no le fue tan mal como se supuso en algún tiempo y aunque no resolvió el caso, lo sobrelleva más o menos bien, militarmente hablando; es difícil escudriñar a la distancia cuáles son las consecuencias sociales de esta guerra y menos suponer cómo serán en la postguerra.
Por fin, el conservador demócrata Biden (practicante de una “guerra fría” contra China) no le resultó el paso de distanciar a Moscú de Pekín -la visita de Xi Jinping expone la fortaleza de la alianza sino-rusa. El hecho de que Xi, tras haber “sondeado” a Putin sobre su propuesta de paz, salga del territorio ruso para hablarle -por “zoom” o teléfono- de lo mismo a Zelenski (delicadeza diplomática mediante), supera el rechazo inmediato de la Casa Blanca a la iniciativa y adelanta la respuesta del pelele ucranio. Todas las expresiones de Xi confirman la “amistad sin límites” de China con Rusia al reafirmar una vez más la “cooperación estratégica”. Pekín en el terreno militar depende de Moscú al que “remienda” económicamente.
En resumen, de acuerdo con aceptables mapas de los frentes en Ucrania, si los rusos ocupan Bajmut y dan estabilidad a su frontera, Putin tendrá una oportunidad de triunfo. Las exiguas cantidades de tanques de EE.UU y OTAN a Ucrania (no sabiéndose cuándo llegarán, qué tiempo insumirá su puesta a punto y cuánto acarreará el entrenamiento de las tripulaciones) más un puñado de aviones polacos, son insuficientes para detener el avance enemigo. Si agregamos que Ucrania consiguiera unos cuantos aviones F-16 “viejitos” (cazas de 4ª generación) -que países de la UE van a cambiar por los F-35ª- eso tampoco hará que ganen la contienda. Si bien la aviación, con drones, helicópteros y cohetería de largo alcance darán mejor cobertura a la infantería para que frene el avance ruso, los instrumentos aéreos y los blindados demorarán -según estimo- dos años en llegar más un tiempo en aparecer en el frente. Al mundo le favorecería que desaparecieran al unísono Putin y Zelenski, pero quien de momento está en la peor situación es el ucranio.

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