En 1987, Eduardo Mateo edita por Ayuí Tacuabé el álbum “Mal tiempo sobre Alchemia/ 1er viaje”, con el subtítulo «la máquina del tiempo». En el año 1984, y luego de los legendarios espectáculos del Millington Drake, había afirmado que sus futuros trabajos discográficos y conciertos, llevarían como título “La Máquina del Tiempo”, un proyecto más metafísico que material. Mateo sigue siendo un músico difícil de encasillar, clasificar o definir a pesar de ser un artista cada vez más reconocido y respetado, y que en los últimos años el caudal de su producción se halla incrementado con la aparición de grabaciones caseras, registros en vivo y demos. Aun así, Mateo sigue siendo un misterio para mucho público. En otro sentido, su música nunca estuvo en stand by, y esa inquietud artística es lo que puede llevar a que resulte difícil de asimilar. Generalmente, cuando los artistas cambian y prueban nuevos rumbos estéticos, eso se manifiesta en la madurez y solidez de una carrera. En Mateo esos cambios se daban simultáneamente, en varios andariveles dimensionales. Por eso el mismo artista de “El Kinto”, el de “Mateo y Trasante”, o el de “Cuerpo y Alma”, podía convivir sin problema con el arreglador sofisticado de una Mariana Ingold, por ejemplo. Pero ése Mateo polivalente fue el mismo, siempre, aunque esto parezca contradictorio. Y es que había un solo modo de hacer aquella música, de escribir esos textos, de cantar o tocar un instrumento. Mateo logró un sonido propio, un gesto que solo él pudo desarrollar. En 1989, con un cúmulo de canciones escritas y con una idea central, pudo firmar contrato con el sello Orfeo, que era el que podía invertir más dinero en un álbum en ese entonces. Se le otorgaron a Mateo 100 horas de estudio y se dispuso a grabar en el estudio La Batuta, que por entonces era el reducto de jingles publicitarios y de importantes campañas políticas. Uno de los dueños del estudio era Hugo Jasa, percusionista, compositor y productor. Sabiendo que el tiempo con el que contaban para grabar no era mucho, en virtud del ambicioso proyecto de Mateo, es que restringen el trabajo a una especie de dúo artístico y deciden no convocar a otros músicos, salvo para algo puntual (Popo Romano aparece casi de manera fortuita ya que los bajos estaban siendo grabados con teclados, pero el toque humano pudo más). En horas si agenda del estudio, por la noche, Mateo trabajaba las canciones con Jasa quien, finalmente, terminó operando como ingeniero, arreglador y productor. Si uno escucha con atención el resultado final, concluye que hubo mucho tiempo de laburo y reflexión. Pero no fue así. Jasa produjo con mucho rigor pero con rapidez, a pesar de no haber trabajado (por razones profesionales) exclusivamente para ese álbum. Si Mateo aparecía con una idea de un arreglo, generalmente compleja, Jasa la elaboraba individualmente, sin la presencia del compositor. De esta manera se fue componiendo el álbum, empíricamente, sobre la marcha y con la premisa de que aquello sonara a “ciencia ficción”. Por eso el álbum suena metálico, robótico, a cierta maquinaria extraterrestre. La tímbrica fue -para la época- de avanzada. Justamente, fue posible porque Jasa como publicista contaba con los elementos técnicos aggiornados, de lo contrario hubiera sido casi imposible lograr el sonido que Mateo imaginaba por aquellos años. Como Mateo tocó las percusiones sobre teclas de una “máquina de ritmos” y no sobre cueros, el sonido de las guitarras debía ser también maquinal, y el proceso de efectos fue en lo que se trabajó más, para que una guitarra eléctrica sonara a algo indescifrable. Finalmente, el disco se editaría en 1990 con el título “La mosca”, por si cabían dudas de su costado CF. Tengo una impresión personal y quizá resulte discutible. La mayoría de las personas que conocieron a Mateo sabe que él operaba en otra dimensión, pues no era un ser común y corriente, o que tuviera un pensamiento lineal. Pienso que él intuía que le quedaba poco tiempo y que “La mosca” sería el último round. Si alguien repasa cada track se dará cuenta que ahí figura toda la historia del compositor desde sus inicios profesionales. Aun en su trabajo más osado desde lo tímbrico y armónico (y para nada orgánico), si uno presta atención, se nos aparece la biografía sonora de Eduardo Mateo. Están presentes, obvios o no, sus amores intensos: Beatles, João Gilberto, lo afro- montevideano y sus invenciones rítmicas. Todo el paquete estético pero trasladado a otra sonoridad. Para colmo, y como si estuviera calculado, cierra el ciclo – de su arte y su vida – con “Yulelé”, la canción que abría “Mateo solo bien se lame” en 1972.
“La mosca” es misterioso por donde se lo mire y en los tiempos que corren puede sonar oscuro y angustiante. Aunque sé que mucha gente ha usado este disco en sesiones de meditación, pues se adecua por su sintonía con lo místico, con los contactos extraterrestres, viajes sensoriales y espirituales. Para colmo, el propio Hugo Jasa es hijo de un «contactado», el también prestigioso ingeniero de sonido, ya fallecido, Henry Jasa. Pareciera como si los elementos que rodearon la grabación de “La mosca” no hubieran sido casuales. Quizá exista alguna razón (¿en otro plano?) para que tantos hechos aislados, y disímiles, se (con)fundan en una obra trascendente del artista más inclasificable de Uruguay.
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