¿Elecciones en Veneguay?
La situación venezolana nos invade por todos los medios de comunicación y redes sociales. Parece que a nivel político el punto central es discutir la crisis en el país caribeño. ¿Es dictadura? ¿Intervención militar? ¿Diálogo? El “Vos apoyás a Maduro y la dictadura” o “vos a Guaidó y la guerra” utilizado para descalificar al oponente. A juzgar por la realidad que vivimos y viendo lo que pasó en otros países como España, Argentina o Brasil, podemos imaginarnos una campaña electoral donde el tema Venezuela va a ser usado a mansalva. ¿Es realmente importante este tema para la decisión de los uruguayos? ¿No deberán discutirse otros temas como educación, empleo, seguridad, etc.? ¿Es realmente redituable electoralmente este punto? ¿Formará Venezuela parte de la campaña sucia que se puede venir en las elecciones?
No se puede mirar para otro lado por Gonzalo Abella
Todo proceso popular que desafíe la propiedad de los Medios de Producción es agredido por el Sistema Capitalista.
Un Estado puede proclamar el matrimonio igualitario, o el aborto legal, o se hará incluso cultivador oficial de marihuana, y nadie pensará en invadirlo por eso. Precisamente en estas acciones ponen todo el énfasis los partidos que han renunciado a la socialización de los Medios de Producción y que sustituyen las medidas efectivas de soberanía por discursos vagos sobre un futuro de mayor equidad, mientras se ponen de rodillas ante las trasnacionales.
Acá, desde nuestro país, no estamos debatiendo la gestión de Maduro. Aquí hay que optar entre el Sistema agresor y el Estado agredido, y toda neutralidad es complicidad con el agresor y sus títeres golpistas. Hoy el imperialismo dispone de recursos propagandísticos que permiten adulterar imágenes y alterar textos, manipulando los mejores sentimientos de los televidentes.
En plena campaña electoral, la UP no puede mirar para otro lado, aunque la solidaridad con el pueblo venezolano genere un frente más, y un frente complejo, frente a nuestra trinchera de ideas. Por el contrario, más allá de toda especulación electoral, nos sentimos orgullosos de haber participado en la marcha anti imperialista frente a la Torre Ejecutiva, tan clara, tan diferente, de la ambigua posición de la cúpula oficialista del PIT CNT, cuya exigua concentración fue mucho más difundida que la nuestra.
Si algo positivo tiene para nuestro pueblo la dolorosa crisis venezolana es que caen las máscaras. El PN, el PC, el P de la gente, y hasta el PI, están del mismo lado: con el imperio, contra la autodeterminación de los pueblos.
Otras mascaras se resquebrajan. Al sumarse a la exigencia golpista de desconocer las pasadas elecciones presidenciales por la vía de exigir una nueva, el Gobierno uruguayo termina de definirse. Rápidamente los sectores que intentan recapturar el voto “de izquierda” para el FA, se desmarcan del viraje del Ejecutivo. Son los sectores que votaron la Ley de Riego, los que siguen mintiendo al afirmar que las cianobacterias se deben al cambio climático en exclusividad, los que insultan a los militantes del FA pidiéndoles que no sean “opinólogos” con ideas propias sino corderos tranquilos del rebaño oficialista. Ah, pero cuando la máscara oficialista se resquebraja, se apresuran a decir que a ellos no lo cubre, porque piensan diferente, aunque siempre votaron lo mismo.
Capitalismo es muerte. Lo aprenden los pueblos originarios de Brasil, los mapuches y los trabajadores argentinos, los martirizados pueblos africanos, los chalecos amarillos de París.
Por aquí, la UP es la única trinchera uruguaya entre muchas trincheras de los pueblos del mundo, enfrentados al capitalismo en lucha no sólo por su bienestar, sino por su supervivencia. El siglo XXI es la última batalla, la definitiva. El Planeta no soportará, ni social ni ambientalmente, otro siglo neoliberal.
Ahora que Rusia y China volvieron a la Economía de Mercado, pocos parecen recordar que apenas unas décadas de planificación socialista los transformaron de países atrasados en potencias mundiales. La planificación socialista puede frenar el desastre ambiental; en cambio, las trasnacionales y sus sirvientes (ONU, BM, OMC) sólo pueden financiar eventos sobre Cambio climático y ganar tiempo mientras preparan sus islas de supervivencia en el planeta cloaca que su saqueo produce.
El petróleo venezolano es parte de esta estrategia de saqueo; por eso la Unión Europea, como un títere más, se pliega a la monstruosa mentira que clonan las cadenas televisivas.
La UP centra su campaña electoral en soluciones concretas para nuestros problemas concretos; pero dejaría de ser lo que es si especulara cuando se trata de expresar solidaridad, la cual forma parte de su irrenunciable esencia.
Venezuela no importa por Francisco Faig
La gravísima crisis que atraviesa Venezuela es nacional pero también internacional: genera problemas inmigratorios, financieros y económicos, e inestabilidad política y social más allá de sus fronteras. Pero con ser esto todo esto evidente, no quiere decir que ese asunto sea relevante para los uruguayos.
Hay un fuerte espejismo del mundo politizado del país, que maneja más redes sociales y se interesa más por cuestiones como la venezolana, que consiste en creer que este tipo de problemas son relevantes para la opinión pública. Sin duda lo son, pero solo para una parte muy minoritaria de esa opinión. En concreto: la inmensa mayoría de los ciudadanos uruguayos, me atrevo a poner una cifra del 80% del total para dar una idea de magnitud, sabe poco y nada de Venezuela. No es una crisis que le incumba en su cotidiano ni en sus decisiones ciudadanas esenciales futuras – la mayor, pronto, es a quién votar -. No le importa.
Uruguay atraviesa una elección histórica este año: o gana el Frente Amplio y consolida 20 años de gobierno nacional, o gana una coalición sobre todo formada por blancos y colorados y se genera por tanto una fuerte alternancia en el poder.
La decisión ciudadana por un camino o por el otro estará centrada en otros temas que la crisis de Venezuela: responderá, sobre todo y como siempre, a la idea que cada uno se hace de quién será capaz de conducir el país hacia mejores rumbos que los actuales. Los mejores rumbos implican, claro está, mejores empleos, más poder adquisitivo, más calidad de vida en general – o sea, al menos mejores servicios médicos, educativos y de seguridad sobre todo con relación al Estado – y una prosperidad en sentido amplio, sobre todo y antes que nada, para uno mismo y sus seres queridos (y en particular para las nuevas generaciones).
Hay que hacer un esfuerzo desde este tipo de columnas de opinión y publicaciones este año, por intentar llevar el debate ciudadano de estos meses electorales hacia esos temas relevantes para la gente. Todos ellos están alejados de Venezuela. Si queremos revivificar la democracia, tiene que existir sintonía fina entre lo que son las principales preocupaciones de la gente – la demanda electoral – y lo que son las principales propuestas y temas que tratan los partidos y candidatos – la oferta electoral -. Es un tema de prioridades democráticas.
¿Qué haremos concretamente para mejorar la educación pública y sobre todo en los barrios populares? ¿Qué medidas tomar para mejorar la calidad del empleo y sostener el aumento del poder adquisitivo de los salarios? ¿Cómo se encamina la crisis de inseguridad? ¿Cómo mejorar la eficiencia estatal en sus distintas ramas, dentro de las cuales la de las empresas públicas es clave para el país productivo? Hay que dar estos debates, entre otros, que hacen al cotidiano de la gente. Bajar a tierra las opiniones con propuestas concretas. Lo de Venezuela no importa.
Entre Guaido y Maduro, pierde el pueblo por Federico Kreimerman
Todos los hombres y mujeres de izquierda y demócratas, si son sensatos, tienen que rechazar enérgicamente la injerencia del imperialismo norteamericano en Venezuela. Tenemos que levantar las banderas en contra de las guerras imperialistas y del derecho de los pueblos a la autodeterminación, en un momento donde el imperialismo norteamericano se propone recuperar posiciones en la región.
Ahora bien, debemos explicitar algunas diferencias, y caracterizar correctamente al gobierno bolivariano, su responsabilidad en la crisis económica y social, que ha empobrecido como nunca a la clase trabajadora y expulsado al exilio a millones de venezolanos.
Muchos sectores defienden un relato acerca de la llamada “revolución bolivariana”, en el que la defienden como “socialista” y “antiimperialista”. Discrepo profundamente con esto.
La “revolución bolivariana” sí fue un proceso donde se distribuyeron los ingresos del petróleo, lo que fue posible mientras se mantuvo una coyuntura con un elevado precio del barril de crudo. También fue un proceso democrático y de traspaso de poder a las distintas comunas. Pero la “revolución bolivariana” no puede ser caracterizada más que como “caricatura de revolución”.
No es un gobierno antiimperialista, es un gobierno con filiación y alineamiento explícito con el bloque imperialista chino-ruso, que lo apoya militar y económicamente.
No es aceptable la tesis de alianzas con un imperialismo para combatir al otro. En esta lucha de facciones de la burguesía que le sirven de base a una u otra potencia el pueblo es el rehén, y gane quien gane el pueblo es el que pierde.
La “revolución bolivariana” estuvo muy lejos de avanzar en las tareas socialistas, más allá de lo discursivo, principalmente porque no se ha afectado la propiedad del capital. No se plantearon preceptos como la nacionalización del comercio exterior ni la banca, la que en 70% está en manos de capitales privados y extranjeros. Es un proceso que asumió la deuda externa ilegal y odiosa, y continuó pagándola.
El fracaso de la “revolución bolivariana”, no es el fracaso del socialismo, ni de la revolución, es el fracaso del reformismo y de las ideas socialdemócratas. La historia demuestra cómo una y otra vez, el reformismo y la socialdemocracia, le abren las puertas a las derechas más reaccionarias y fascistas, por eso es necesario no sólo luchar contra el imperialismo, la injerencia extranjera y defender el derecho a la autodeterminación de los pueblos, sino que también corresponde realizar las críticas más severas a quienes claudican, a quienes en nombre del socialismo y el pueblo llevan adelante políticas abiertamente entreguistas y conciliadoras.
Las organizaciones democráticas y de izquierda no estamos en la disyuntiva de apoyar a Maduro para organizar la resistencia contra la intervención imperialista, vamos a luchar para construir una verdadera alternativa independiente, al servicio de la clase trabajadora. Esto es imperiosamente necesario para defender la salida socialista a la crisis, que es la única posible en beneficio de los trabajadores y el pueblo de Venezuela.
Viene suela por Carlos Santo
Hablar del futuro y opinar sobre lo que harán otros sería un acto de soberbia de esos que -entrado en la senectud- ya no me permito; así que apenas si dejaré mi parecer acerca de los temas que proponen las preguntas de Voces.
1) ¿Es realmente importante el tema Venezuela para la decisión electoral de los uruguayos?
Rotundamente no: el Electorado ha demostrado ser impermeable a los hechos contrarios a la ética protagonizados por la Clase política; y las barras bravas han de mantener el griterío que espanta a los (cada vez menos) electores que analizan razones coyunturales para definir un voto.
Vale aclarar que no me cuento entre ellos ya que, así el Gobierno empezara hoy a producir milagros y lloviera café en el campo, votaré para tratar de desplazar a la Disquierda; en un desesperado intento de evitar la peronchavización del país, replicando la del FA.
2) En una Campaña normal debería discutirse temas como Enseñanza (la Educación no es cosa del Gobierno), Empleo, Seguridad, etc. En esta, van a estar, superficialmente, orillando la esencia e incidiendo poco en las decisiones: la futbolización de la política es una de las peores herencias de sesenta años de prolijo y eficaz trabajo de zapa por parte de los enemigos de la República burguesa.
3) Venezuela será parte de la campaña electoral, pero no de la sucia, ya que no hay cómo ensuciar aún más al FA por una actitud incalificable que, aunque disfrazada de ponderación y afán negociador, mal esconde complicidades no sólo ideológicas; y ha dejado a Uruguay (no al Gobierno ni al FA) en la infame posición de calentar los desnudos y flacos glúteos en la fogata con la pancarta y el discurso del Acto del Obelisco, mientras muestra el triste botín de haber eliminado de la Declaración nada menos que elestablecimiento de una composición equilibrada del Consejo Nacional Electoral, la eliminación de todos los obstáculos para la participación libre de todos los partidos, el análisis y depuración del Padrón electoral y la liberación de presos políticos.
Clama desde el Hades la inconfundible voz de Candeau, diciendo cosas irreproducibles en un Medio prestigioso como este. Hasta la próxima, si hay.
Una cuestión de valores irrenunciables por Carolina Ache
En su reciente columna “Largo camino hacia la libertad” Mario Vargas Llosa escribe acerca de la situación venezolana: “la movilización del mundo democrático ha sido algo sin precedentes. Yo no recuerdo haber visto nada parecido en lo muchos años que tengo. Al mismo tiempo que diversos gobiernos empezando por Estados Unidos reconocían a Guaido como presidente, la UE, la OEA, las naciones Unidas y todos los países democráticos latinoamericanos a con excepción de México y Uruguay (algo previsible), rompían con la dictadura y se apresuraban fin de apresurar la caída del régimen sanguinario de Maduro….”
Casualmente este momento histórico coincide en nuestro país con el año electoral y los hechos, la posición uruguaya a contramano con las democracias del mundo, independientemente del signo ideológico, aplastan cualquier tipo de retórica oficial. A tal punto que hemos asistido al colmo de que nuestra cancillería anunciara como una victoria haber logrado que no se exija al régimen de maduro la liberación de los así mil presos políticos que hay hoy en la dictadura bolivariana. Es lógico que el asunto este en la mesa de debate.
La Democracia es el régimen que asegura la libertad y la prosperidad de los pueblos y en Venezuela fue sepultada bajo la prepotencia, bajo la corrupción y la dictadura.
Determinados asuntos no admiten medias tintas ni posiciones neutrales y los valores democráticos, la defensa de los DDHH y la condena de las dictaduras entran en esa categoría. No se trata de derecha ni de izquierda. Vale recordar que las palabras del presidente de España Pedro Sánchez en cuanto a “condenar de manera rotunda la destrucción de las libertades democráticas que se están produciendo en Venezuela” y “exigir al régimen de Maduro, porque hay que llamarlo así la liberación de todos y cada uno de los presos políticos..”
El deterioro progresivo de la institucionalidad y de la democracia venezolana, el avasallamiento de las libertades, la opresión al pueblo nunca encontró en el gobierno Uruguayo una voz de condena firme.
Paradójicamente en los hechos el Frente, queda del otro lado de su discurso ya que termina guiñándole el ojo a una dictadura militar que empujo al equivalente de la población uruguaya al exilio que encarcela y tortura opositores. En los hechos se pone del lado de un tirano y sus secuaces que viven en la riqueza absoluta a expensas de un pueblo en la miseria que lucha por su libertad a pesar de las violaciones sistemáticas a sus DDHH.
Dijo Guaidó que Uruguay hizo falta en el esfuerzo por defender la democracia, Y el Frente Amplio acaba de perder la última oportunidad de poner al país del lado correcto de la historia .
Por otro lado estamos quienes creemos que es necesario y prioritario encausarnos nuevamente en ese esfuerzo.
Eso debe quedar claro en la comunicación de la campaña, la política es más que nada una cuestión de valores irrenunciables.
¡Carambolas, Batman! por Roberto Elissalde
A la oposición no le interesan los cientos de muertos por la violencia política en Colombia o los miles en México. No le interesan las decenas de miles que se ahogan en el Mar Mediterráneo cada año, huyendo de las guerras que encubrió la “primavera árabe”.
A algunos sectores del Frente Amplio le interesan más los muertos en Colombia que los muertos en Venezuela o Nicaragua. Y estuvieron más preocupados por la abierta ilegalidad de la destitución de Dilma Roussef por el parlamento brasileño que por la evidente sustitución de un parlamento electo democráticamente en Venezuela por una Asamblea Constituyente elegida con una composición que garantizaba la mayoría oficialista.
La derecha uruguaya toma lo que nos muestran de Venezuela, lo apoya sobre la cabeza de los compañeros que creen que criticar a Venezuela es abrirle la puerta al imperialismo y dice que los frenteamplistas queremos una dictadura como la venezolana.
Es realmente un juego de carambolas a tres bandas que parece difícil de creer. Hace 14 años que el Frente Amplio gobierna el país y la economía no ha parado de crecer, la oposición tiene la presidencia de la Cámara de Diputados (donde es minoría) y el semanario de derecha británico The Economist califica a nuestra democracia como una de las más completas del mundo.
(A la derecha no le importa tanto el descenso de la pobreza, la casi desaparición de la indigencia, el sistema de salud que avanza hacia la universalización o los derechos laborales de trabajadores rurales, empleadas domésticas o los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, o los derechos conseguidos por algunas minorías.)
Es raro entonces imaginar cómo piensan que la triste situación de Venezuela tiene algo que ver con la izquierda de Uruguay o cómo el Frente Amplio nos terminará llevando a un régimen como el de Nicolás Maduro.
Pero la política también está permeada por el pensamiento mágico. Y así como siempre hay un roto para un descosido y a cada chancho le llega su San Martín, para cada discurso de la derecha hay un desencantado o desencantada que quiere creer, que busca una razón para el cambio. Y así como el empresario Bruno Díaz escuchaba las conversaciones de la alta sociedad para orientar el trabajo de Batman y combatir el delito, es probable que los líderes “demócratas” de la oposición compatriota piensen que asociándose con quienes figuran como “víctimas de la barbarie bolivariana” puedan terminar beneficiando a la alta sociedad uruguaya.
Sé que suena poco lógico, pero tal vez los cerebros opositores apuesten a una santa carambola: defienden a Juan Guaidó en una lucha que puede terminar en una invasión con altos costos humanos y materiales. Si todo sale “bien”, Guaidó salva al país y -con ayuda- lo recupera de las manos del desastroso Maduro, quien a su vez contaba con el apoyo del FA. La catástrofe de Maduro debe traer una pérdida de confianza de los uruguayos en el FA, si es que se quiere evitar el mismo tipo de catástrofe. Sé que suena poco lógico. Pero tal vez para alguno de los defensores de la estrategia de confrontación suene como una oportunidad para ganar algunos votos.
El camino difícil pero potencialmente fructífero de nuestra Cancillería no parece ser de interés. Por ese lado la oposición no gana nada.
Sabor tropical por Fernando Pioli
La lucha electoral uruguaya se pelea en todos los terrenos de batalla. Algunos son más polvorientos y otros más llenos de barro que deja empantanado a los luchadores. Uno de estos terrenos cenagosos en el que los partidos políticos están dando batalla es en el de la política internacional regional, lamentablemente con argumentos bastante primitivos, pero no podemos decir que es algo que nos extrañe. Una parte del oficialismo quedó con las piernas metidas en el barro del apoyo a Maduro, que desde el principio dejó claro que no daba la talla de la estatura política de Hugo Chávez. Más allá de cuestiones ideológicas, Chávez es un gigante de la política regional. Por su parte Maduro es un personaje insignificante que se encontró con una responsabilidad que lo superó y que ha tomado decisión equivocada tras decisión equivocada, que en suma le han provocado un enorme daño a la izquierda sudamericana.
La oposición uruguaya desde hace tiempo le dedica mucha atención a la degradación social y económica de Venezuela porque reconoce en ella un flanco débil al cual golpear al oficialismo, y tal cual es su costumbre de la última década asume posturas exageradas, que no se condicen con el sentido común ni con la historia de la política exterior del país.
Ahora parece que el mismo Sanguinetti que trajo a Fidel Castro a Montevideo como estrategia diplomática de acercamiento opina favorablemente sobre un bloqueo salvaje a la economía venezolana que antes que Maduro y su régimen pague, deberá pagar el propio pueblo venezolano. También parece que el Partido Nacional olvidó sus raíces herreristas y wilsonistas, en virtud de las cuales era una cuestión de principios el rechazo a la intervención extranjera en asuntos internos de otros países.
Mientras tanto, aunque con titubeos, el Gobierno uruguayo ha tenido una postura equilibrada. No se actuó al grito ni se cedió ante provocaciones, es decir, se actuó del modo que la historia del país impone.
El esfuerzo que ha puesto la oposición en juego sobre el tablero electoral por buscar reflejar la situación venezolana en Uruguay es absolutamente desproporcionado, pero como la situación venezolana no se va a decantar a la brevedad seguiremos asistiendo a la velada amenaza de que Uruguay sigue el camino de Venezuela. Seguiremos escuchando que estamos al borde del colapso, que hay más pobreza que antes, que la inseguridad está fuera de control y no va a importar ninguna estadística con la que se pretenda atajar este discurso.
Estamos avisados, entonces, que esta es la derecha del siglo XXI con candidatos de cartón pintado fabricados por la publicidad, que resultan favorecidos por una izquierda voluntarista que le cuesta entender que si no resuelve los problemas por las buenas después viene la derecha a querer resolverlos por las malas.
Nos dice lo que somos por Alejandro Sciarra
El conflicto en Venezuela es relevante por donde se lo mire. Dentro y fuera de nuestro país. Y si bien nuestra campaña electoral no aumenta ni disminuye la relevancia del tremendo conflicto que el país vive, la postura que asumen los distintos candidatos nos dice algo acerca de ellos. Eso sí, dependerá también, de la vereda que nosotros elijamos, y por ende, nos dice lo que somos.
“Porque cuando se dice que el gobierno de Maduro es ilegítimo, no se tiene en cuenta el proceso previo que hubo para llegar a esa elección, se está incurriendo en un error complicado, conceptual muy importante.”, decía en el Parlamento el martes el Canciller Nin Novoa, citado a sala por el Senador Bordaberry.
Poco importa si Nicolás Maduro llegó al poder por herencia divina o si lo llevaron nueve, quince o treinta millones de venezolanos. Lo que importa hoy es que se ha constituido un tirano, que secuestra, encarcela, tortura y humilla políticos, y gente “de a pie”, mujeres, hombres, menores y mayores. Que mientras él vive como un rey, su pueblo no sabe dónde comprar desodorante, papel higiénico, o los medicamentos más básicos. Que mientras su séquito de “chupamedias” rentados y bien comidos lo aplaude entre cuatro paredes, sus conciudadanos escapan con lo puesto a futuros inciertos, lejos de sus familias y con la incertidumbre de no saber cuándo podrán volver. Porque mientras él esté ahí, podrían perder su pasaporte al regresar, para nunca más salir. Que mientras él consulta con pajaritos el destino de uno de los países más increíbles de nuestro continente, sus mercenarios matan a quemarropa y sin distinción, en plena calle, con la tranquilidad del cobijo dictatorial. Que ha desmantelado el Poder Judicial, conformando un cuadrito de peleles que actúan por su cuenta y orden. Que ha vaciado al Poder Legislativo y dictamina como si fuere un emperador.
Vaya gobierno “legítimo”, que no se sostiene sino mediante el terrorismo de Estado. Aquel que otrora fuera justamente condenado en Uruguay, pero que por las razones que algún día sabremos, hoy son sencillamente formas distintas de autodeterminarse o quién sabe qué disparates hemos escuchado en estas semanas.
Escuchar el posicionamiento de dirigentes del alto Frente Amplio dándole vueltas al asunto, balbuceando con notorio esfuerzo que Maduro goza de legitimidad porque fue electo, que Venezuela tiene un complejo “grado de polarización”, que todo esto es una confabulación norteamericana, y demás, no hace otra cosa que borrar de un plumazo el despotismo con que el innombrable está haciendo sonar sus botas.
Así que sí. El asunto de Venezuela es importante, siempre. Pero, además, en esta circunstancia tan particular que nos encontramos hoy, de inicio de una campaña electoral, en que se miden distintas formas de ver nuestro país, la forma como tratamos a un dictador, nos dice mucho de lo que somos. O más aún, de lo que podemos ser.
El absurdo de la izquierda y la derecha por Veronica Amorelli
Podrá el lector avezado de Voces creer que quien escribe llegó tarde al número anterior referido a la actuación de Agarrate Catalina en este carnaval. Sin ser el caso las palabras de cierre de su couplet Las Causas Perdidas, se aplican perfectamente a la lectura que desde Uruguay se ha hecho del proceso venezolano.
Si se es de izquierda la Venezuela, presidida legítimamente por Nicolás Maduro, es un ejemplo de emancipación para los pueblos latinoamericanos, la crisis humanitaria es el precio que impone el imperio ante estos intentos emancipadores y los presos políticos no son otra cosa que políticos presos. Si se es de derecha el presidente legítimo es Juan Guaidó, Maduro es un demente que habla con los muertos, el socialismo del siglo XXI siempre fue una farsa y la única salvación para el pueblo venezolano viene de la mano de la intervención extranjera, si es necesario, militar.
Cargado de eufemismos el discurso oficialista evita hablar de dictadura y prefiere decir que en Venezuela lo que hay es una “crisis democrática”. Al mismo tiempo que reconoce, luego de años, que el gobierno de Maduro mantiene presos políticos.
En el otro extremo se omite que Venezuela tiene una de las reservas petroleras más grandes del mundo y se adjudica la extrema atención que Estados Unidos mantiene sobre la situación interna del país a un mero he inusitado interés por el cumplimiento de los derechos humanos.
Así las cosas, la postura errática del gobierno en torno al tema y la simplista adoptada, mayoritariamente, por la oposición son hijas de esta “lógica binaria”. Este “absurdo de la izquierda y la derecha” que nos privó de comprender la compleja realidad venezolana y por ende de reaccionar a tiempo para detener el hambre, la miseria y el dolor que hoy padece este hermano pueblo latinoamericano.
¡Arriba los corazoncitos! por Leo Pintos
La crisis venezolana se instaló en nuestras vidas. Nadie sabe bien cómo ni por qué. De pronto nos vimos atrincherados en una guerra entre buitres por los despojos de un país. Mientras en Venezuela el pueblo lucha en las calles por cambiar la penosa situación que vive, aquí nos creemos en la obligación de tomar partido por uno de los bandos. Y no porque nos preocupe Venezuela, sino porque es parte de la campaña electoral, que promete ser la más vacía y sucia desde la restauración democrática. En ese contexto nuestro gobierno no para de dar pasos en falso. Recordemos el Principio de Hanlon que dice «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». Y en este caso la estupidez es el eterno complejo persecutorio de la izquierda, que atribuye siempre la responsabilidad de los hechos a una conspiración y que la lleva a desarrollar delirios de autoridad moral, lejos del pensamiento crítico. Así las cosas, hoy la derecha tiene servido en bandeja el monopolio del uso del sentido común. La consecuencia de esto es que debamos soportar a quien censuró a Sara Méndez dar cátedra de libertad y a quienes gobernaban cuando Eugenio Berríos fue secuestrado y asesinado dar lecciones de estado de derecho. Pero lo peor de todo es ver a quienes sufrieron en carne propia la tortura, la muerte y la desaparición forzada, declararse neutrales ante la cruenta represión que sufre gran parte del pueblo venezolano.
Las redes sociales nos convirtieron en militantes resentidos movidos únicamente por el espíritu revanchista. Hasta el periodismo, otrora mediador natural entre la información y la propaganda, se suma al griterío infernal, dando paso a lo que ahora llamamos posverdad. Y en esta realidad de conflicto permanente los políticos no tienen más que encender la mecha, ignorando que tarde o temprano ellos mismos serán víctimas de estos mecanismos ingobernables.
Estamos ante un nuevo paradigma tecnológico, con la particularidad de que es permanente y cuyo impacto en la psicología colectiva es impredecible, pues no se parece en nada a las anteriores revoluciones tecnológicas.
Y mientras todos nos hacen mirar hacia Venezuela, nadie parece escuchar el tic-tac de las bombas sobre las que estamos sentados; el sistema carcelario; la violencia en todos los estamentos de la sociedad; la falta de perspectiva de las nuevas generaciones; la deserción estudiantil, el deterioro acelerado del medio ambiente y la realidad del trabajo en la era de la inteligencia artificial. A nadie le importa esto. A nadie le importa la sangre derramada en Venezuela. Vivimos un tiempo de valiente activismo cuya recompensa es obtener la mayor cantidad de corazoncitos comprometidos.
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