En la Universidad Nacional de Rosario, en Argentina, conocí a un consultor político muy diferente, Fernando Aguilar. Un argentino campeón iberoamericano de go –juego milenario chino de tablero–. Nuestro amigo tiene una particularidad muy interesante: utiliza los conocimientos del go en la asesoría política, y en esta oportunidad me valdré de sus conceptos para tratar de analizar lo que está sucediendo con algunos fenómenos políticos de la región y el mundo.
El go es un juego de estrategia cuyo objetivo es conquistar territorios, rodeando a nuestro adversario y entendiendo que vamos a tener que convivir con él en el mismo espacio físico, ya que en la partida no se eliminan los oponentes, solo se ganan espacios.
El triunfo que se registró en la primera vuelta de las elecciones brasileñas del ultraderechista Jair Bolsonaro no fue una sorpresa, lo adelantaban las encuestas, pero sí sorprendió mucho el caudal de votos obtenidos, que lo dejaron incluso al borde de conquistar la Presidencia de Brasil en primera vuelta.
Este candidato, en cuyo pensamiento encontramos posiciones fascistas, favorables a la tortura y la violación de los derechos humanos, homofóbicas, racistas y misóginas, entre otros tantos “galardones” que marcan su carrera política, cuenta con un apoyo popular abrumador.
Pero si bien el auge de un personaje como Bolsonaro es preocupante, no podemos olvidar otros fenómenos de crecimiento de opciones lindantes al fascismo y a la discriminación, quizás no tan extremistas como la del líder brasileño, pero sí que encienden una luz de alarma que debemos atender.
El crecimiento del fascismo y de las derechas más conservadoras, con tintes xenófobas, es un fenómeno que revivió desde hace algunos años en Europa y que parece llegar ahora nuevamente a América Latina, pero para que esto ocurra, para que esos territorios políticos se conquisten tiene que haber un espacio vacío.
Los gobiernos progresistas de América Latina en los últimos años se ocuparon (por lo general y con matices, de acuerdo al país) de la baja del desempleo, de reducir la pobreza y de generar derechos para construir sociedades más igualitarias (leyes de matrimonio para personas del mismo sexo, legalización del aborto, normativas de protección a trabajadores, mejoras en educación, salud, en igualdad de género y en políticas sociales fundamentalmente).
“El rigor es conservador y la creatividad progresista”, dice Luis Arroyo en su libro El poder político en escena. Y en ese rigor ha basado su estrategia la derecha regional. En primera instancia haciendo política desde la Justicia, denunciando hechos de corrupción (probados, presuntos y falsos, todos les sirven por igual); en segundo término, desacreditando el sistema político y la figura del actor político, sumado a la generación de outsiders que llegan a la política negando ser políticos para “salvar” el sistema (generalmente personajes millonarios que aseguran que administrarán el gobierno en forma idéntica a sus empresas); en tercer término la seguridad, prometen terminar con la delincuencia aplicando mano dura.
Estos elementos se ven amplificados por lo general, por los grandes medios de comunicación, que mayoritariamente en América Latina están en manos de empresarios de derecha, y que también juegan su papel con las tan antiguas como novedosas fake news.
Ante este escenario gran parte de la ciudadanía, que ya hizo suyos determinados logros y no cree que pueda perderlos, hastiada de ver en los grandes medios de comunicación cómo el sistema político se corrompe y se enriquece, temiendo por su seguridad física ante el incremento de la violencia que nos muestra diariamente la crónica roja, opta como gobernante –citando al asesor del Partido Demócrata de Estados Unidos George Lakoff– por el padre estricto que nos pueda liberar de estos martirios y allí están ellos, les bolsonares del mundo, dispuestos a llevar a los pueblos a una nueva era hitleriana.
Será rol no solo de los sectores políticos progresistas, sino de la sociedad civil organizada el recordar la historia de América Latina y sus padecimientos, el bregar por sociedades más igualitarias, en donde la raza, la opción sexual o la pobreza no sean impedimentos, en donde nadie sea más que nadie, en donde se puedan mantener las libertades y donde todos valgamos igual.
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