En momentos que nos estremecemos con los avances de la derecha que dirige Steve Bannon desde Europa; cuando la alianza de Marine Le Pen, Matteo Salvini y Geert Wilders intentan sumar al conjunto megaconservador a Viktor Orban y Jaroslaw Kaczynski, mientras crece Vox en España y en Ucrania triunfa en las presidenciales un actor cómico -Vladimir Zelensky- devenido en outsider político, Panamá dio la espalda a los retrógrados y corruptos oficialistas. Estos istmeños lo hacen cuando en medio de Centroamérica, en El Salvador, la derecha desplazó del gobierno a los antiguos guerrilleros del Farabundo Martí y ganó con un converso al conservadurismo, Nayib Bukele.
Panamá también lo logró cuando en la atalaya capitalista está posicionado Donald Trump, definido como alguien al que “no le interesan las causas de los problemas, sólo el espectáculo de sus efectos, todos agitados en un cóctel de confusiones con el único fin de esconder el objetivo real: sus intereses” (comparto la definición de Ramón Lobo en El País de Madrid).
En tanto, por Sudamérica, Uruguay sufre el regreso de los que añoran tiempos de dictadura en Brasil, encabezados por el torpe Jair Bolsonaro, en tanto el otro flanco es para un expoliador mentiroso que hundió a Argentina, Mauricio Macri, aspirante a reelegirse en octubre.
Para la región, las mejores probabilidades las representan la reaparición de Cristina Fernández (que seguramente decidirá ser candidata), con lo que se tendría el regreso de un centrismo peronista policlasista, dominante -por ciclos- de la escena política en los pasados 75 años; y, aguardando las elecciones generales del mismo mes en Bolivia, Evo Morales, que desde la izquierda deberá triunfar sobre los ex mandatarios Carlos Mesa (alguna vez periodista) y Jaime Paz Zamora. Este país, sumado a su mediterraneidad, comparte las mismas tribulaciones fronterizas que Uruguay (Argentina y Brasil) además de otras peripecias.
En nuestro país, el candidato a derrotar será el Frente Amplio en el gobierno (sector mayoritario en el país compuesto por progresistas, socialdemócratas y partidos y sectores de izquierda), que se dirimirá en una segunda vuelta en noviembre con pronóstico reservado y la amenaza -si gana la oposición- para asalariados y clases sociales menos favorecidas de retrocesos en los avances tenidos en los últimos 15 años.
Acerca de Panamá y su relación con Estados Unidos (EEUU) hay que decir que ésta se extiende desde antes de su
proclamación como nación independiente con la construcción de un ferrocarril transoceánico (1850-55); su
desagregación de Colombia y constitución como país (1903), retomándose la construcción del canal interoceánico
iniciado por Ferdinand de Lesseps (1881) sobre el río Chagres, inaugurado como obra estadunidense en 1914. La vía fue
cedida entonces a perpetuidad a EEUU. Los tratados Torrijos-Carter (1977-79) devolvieron la integridad territorial y
el canal a Panamá.
Según algunos datos elementales, las exportaciones del país se dirigen al país del norte en un 18% y adquieren la cuarta
parte del total de sus importaciones en EEUU: una asimetría negativa de 25%. Los ingresos principales provienen del
canal, los depósitos bancarios (incluidos los Panama papers) y su correlato de “lavado” de activos para elusiones y
evasiones fiscales en sus países de origen.
La misma noche del 5 de mayo pasado, día de los comicios, el Tribunal Electoral de Panamá informó que Laurentino
Nito Cortizo era el virtual ganador al obtener el 33,09% de los votos, pero la Junta Nacional de Escrutinio (JNE)
informó el día 9 que no se haría proclamación alguna de electo hasta escrutar las actas faltantes de dos comarcas.
Sin embargo, a pesar de lo estrecho del triunfo de Cortizo (2%) sobre el segundo -Rómulo Roux- parece que aquel habría conseguido el triunfo con mayoría simple. Su triunfo significa el regreso al gobierno del viejo Partido Revolucionario Democrático (PRD) -fundado como organización socialdemócrata en 1979 por Omar Torrijos – reconvertido por la mayoría de sus candidatos, paulatinamente, en uno más de la derecha desde tiempos de Manuel Antonio Noriega, acelerándose tras la invasión estadunidense de 1989.
El candidato José Blandón quedó maltrecho en cuarto lugar con poco más del 10% y sin darle continuidad al gobierno neoliberal -dejándole esa “labor” al triunfador-: el presidente Juan Carlos Varela traspasará el gobierno el 1º de julio.
Sin objetar las políticas económicas generales de su predecesor, en campaña el eventual ganador apuntó dos correcciones que aparecen como las más importantes: en el caso de Venezuela, adherirse al croquis del Mecanismo de Montevideo propuesto por México, Uruguay y la Unión Europea -que contradice las posturas actuales de Varela y su cancillería de apoyo irrestricto a EEUU y la OEA- y en segundo lugar la revisión del TLC con la nación hegemónica que ha arruinado a los productores nacionales. Los demás hechos llamativos de la compulsa electoral se refieren a cuestiones de orden interno: lo lejano que quedó Blandón de disputar los comicios y el estrecho margen obtenido por el ganador respecto de la otra opción de derecha con Roux y su Partido Cambio Democrático.
Lejos de todo afán adoctrinador, opino que no se trata de que la nueva administración al rever un par de cosas de su predecesora vaya a implementar transformaciones dramáticas que cambien las pautas conocidas que hereda: manteniendo el contexto capitalista panameño no es de esperar y no nos debe sorprender la inexistencia de un lugar para ellas. Los cambios fundamentales son una cuestión que no se saldará únicamente con posiciones programáticas político-partidarias sino con educación amplia a partir de luchas, necesidades concretas, abarcativas y aspiraciones mayoritarias que supongan verdaderos procesos de transformaciones de los sujetos sociales. Como señalo en el título, solamente ocurrió en Panamá que una fracción de derecha superó a otras de mayor radicalidad ideológica.
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