El otro hermano, Argentina/Uruguay/España/Francia 2017. Dirección: Israel Adrián Caetano. Libreto: el mismo y Nora Mazzitelli basados en novela de Carlos Busqueda. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Iván Wyszogrod. Con: Leonardo Sbaraglia, Daniel Hendler, Alian Devetac, Ángela Molina, Pablo Cedrón, Alejandra Flechner. Estreno: 20 de abril. Calificación: Buena.
Con El otro hermano regresa el uruguayo Israel Adrián Caetano luego del fracaso de Mala cuatro años atrás. Por suerte, el retorno lo muestra en total posesión de sus medios. El film comienza con la llegada de Daniel Hendler a un pueblo perdido del Chaco, al haberse enterado que su madre y su hermano han sido asesinados por la actual pareja de esa mujer, quien luego se suicidó. A Hendler lo está esperando Leonardo Sbaraglia, que de manera antológica compone un personaje inolvidable, uno de esos seres que manejan todo (y con total impunidad) en ese tipo de lugares perdidos. Pronto el espectador advertirá que ese hombre es un estafador capaz de sacar ventaja de donde sea, y no sólo de proponer turbios negociados y mentir, sino también de secuestrar gente y asesinar. Pero el eslogan del film (“Nada es más peligroso que un hombre común”) en cierta forma debería alertar al espectador, y hacerlo desviar de a ratos la mirada del malvado Sbaraglia, para detenerla un poco más en Hendler.
El resultado de esa suma de corrupciones, delitos aberrantes y conductas indecorosas es un film conceptualmente nihilista y estéticamente sucio, una letal combinación de La plegaria del vidente y Kóblic, por sólo citar dos policiales argentinos recientes. Con el primero comparte una concepción visual negrísima, que cuesta borrarse de la retina una vez se abandona la sala: los interiores son de asfixia, y los paisajes soleados o nocturnos están tan llenos de nada que parecen lunares más que argentinos. En cambio con Kóblic la semejanza opera por el lado del personaje de Sbaraglia, que deja al comisario que allí componía Oscar Martínez a la altura de un bebé de pecho. Sin embargo, la negrura de El otro hermano es mayor aún, porque delante de Sbaraglia no hay ningún “héroe-Darín”, sino un “antihéroe-Hendler”.
Lo más duro de la propuesta de Caetano radica en el vuelco que da a la historia. Porque durante gran parte del film al personaje de Hendler todo parece darle igual, y no queda claro si se da cuenta que están pasando cosas horribles y mira para otro lado en su propio provecho, o si es un indiferente sumido en su íntimo universo. El hecho que él y otros dos personajes fundamentales (el otro hermano Alian Devetac, y su madre Ángela Molina) secunden por acción u omisión todas las bestialidades cometidas por Sbaraglia, los convierte en cómplices. Con ello van revelando zonas oscuras de su personalidad, las cuales impregnan al film de un aura de fatalismo y desesperanza, con la que Caetano redondea una metáfora impía de la sociedad actual.
Más allá de la fealdad visual, lo que importa es el resultado de tanta monstruosidad: estamos ante un thriller con seres verosímiles, donde el paisaje y los interiores también son personajes fundamentales. El talento de Caetano se revela en no haber dejado nada librado al azar: el polvo, el pueblo, las casas que se caen a pedazos, el impudor con que exhibe cuerpos y objetos, reflejan a la perfección la sordidez de quienes allí sobreviven. Para El otro hermano la humanidad parece irredimible, y eso quizás pueda ser objeto de discusión. Pero de lo que no hay duda es de la potencia e intensidad desplegada en la pantalla para contar una historia tan tremenda como ésta.
EXQUISITA ANCIANIDAD: DANIELLE DARRIEUX CUMPLE 100 AÑOS.
Sin el bombardeo mediático que el año pasado propiciaron los centenarios Kirk Douglas y Olivia De Havilland, el 1º de mayo estará cumpliendo un siglo de vida una auténtica gloria del cine francés, la exquisita Danielle Darrieux. Para los más jóvenes ese nombre seguramente no signifique nada. Empero, la inagotable Madame Darrieux se mantuvo activa durante ocho décadas, hasta su retiro definitivo del cine en 2010. A través de 140 títulos Darrieux debe ser recordada sobre todo por sus papeles de mujer sofisticada y elegante, a veces un tanto frívola, y capaz de moverse como pez en el agua en los círculos de la nobleza y la alta sociedad.
Danielle nació en Burdeos el 1º de mayo de 1917, pero pasó en París su infancia, marcada por la muerte de su padre en 1924. Soñó con ser doctora como su progenitor pero en 1931, a los 14 años, su madre la obligó a asistir a una prueba para un importante papel en El baile de mi señora de Wilhelm Thiele, sobre novela de Irène Némirovsky. Logró quedarse con el tercer rol femenino del film, y tuvo un éxito instantáneo. De inmediato se abrió ante ella un panorama muy diferente al que había soñado: durante la década del 30 se convirtió en una celebridad juvenil a través de 30 comedias y dramas ligeros de enorme aceptación en Francia. Sin embargo, su mayor suceso fue el drama romántico Mayerling (Anatole Litvak, 1935), donde encarnó a María Vetsera, dama enamorada del archiduque Rodolfo de Austria-Hungría (Charles Boyer), que provocaba un final trágico que nuestras madres y abuelas supieron llorar como era debido.
Ese film la convirtió en una celebridad mundial. Mientras, la joven optó por casarse con el director Henri Decoin. El matrimonio se rompió seis años más tarde, y se casó con Porfirio Rubirosa, ex yerno del dictador dominicano Trujillo, un vividor y presunto asesino que inspiraría a Ian Fleming su personaje de James Bond, y que durante seis años intentó desplumar a Danielle. Pero la chica no era tonta, en 1948 se divorció, y un año después se casó con quien fue el hombre de su vida, Georges Mitsinkidès, fallecido en 1991. Con él no sólo halló la felicidad, sino la madurez para reencauzar una carrera gloriosa que en los años 40, entre la guerra y Rubirosa, había trastabillado.
Los años 50 fueron los de verdadera gloria de Darrieux. Los memoriosos no deberían pasar por alto sus inolvidables títulos para el refinado Max Ophüls: La ronda (1950), en su momento una escandalosa adaptación de Schnitzler, donde era una mujer casada que cometía adulterio con un vivillo; El placer (1952), sobre cuento de Maupassant, donde fue madame de una casa de citas; y Madame De (1953), en que era una condesa enredada en un lío extraconyugal, a punto de ser descubierta por unas joyas traicioneras. Pero también supo ser, Stendhal mediante, la señora respetable engañada por el arribista Gérard Philipe en Rojo y negro (Claude Autant-Lara, 1954); y otra vez adúltera en El amante de Lady Chatterley (Marc Allegret, 1955). A la vez, en Hollywood compartió cartel con James Mason en el thriller de espionaje Cinco dedos (Joseph L. Mankiewicz, 1952) y fue la madre de Richard Burton en Alejandro Magno (Robert Rossen, 1956).
Llegada la madurez se decantó por roles más reflexivos (24 horas en la vida de una mujer de Dominique Deluche, 1967) y fue madre de Catherine Deneuve en cinco films, entre ellos Toda una mujer (André Téchiné, 1986), 8 mujeres (François Ozon, 2001) y la animación Persépolis (Marjane Satrapi, 2007). En 2012 Darrieux declaró que “de niña soñé con servir a los demás, pero mi madre me incitó a ser actriz. Y ya siendo muy famosa sufrí un arrepentimiento por haber elegido un camino que parecía frívolo. Pero poco a poco entendí que mi labor era útil a los demás, porque les daba diversión, algo de felicidad y la oportunidad de olvidar por dos horas la dura realidad”. Lo logró con un estilo y una fineza sin parangón. Feliz centenario, Madame DD.
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