La visita fue breve pero jugosa. Apenas 48 horas estuvo Nicole García en Montevideo para presentar su última película, Un momento de amor, protagonizada por Marion Cotillard y actualmente en cartel. Café mediante, tuvimos oportunidad de dialogar con esta talentosa actriz y realizadora del cine galo.
Cuando presentó al público Un momento de amor usted dijo que había hecho este film porque la novela original, Mal de Pierres, le pareció sensacional. Cuéntenos un poco sobre los resortes emocionales que ese libro le provocó.
Hay muchos libros que por diferentes razones me pueden fascinar, pero no veo en su interior material para una película. Normalmente cuando leo no busco un tema para llevar a la pantalla. Dejando de lado mi película El adversario, basada en un hecho real, siempre rodé libretos originales, no adaptaciones literarias. Pero cuando leí esta novela percibí que, además de haberme atrapado como lectora, había algo que salía de esas páginas hacia mí. Era el personaje de una mujer que nunca hubiera imaginado por mí misma, una joven que quiere algo que todo el mundo le niega, a la que nadie le permite vivir a su manera, y en un entorno tan duro como fue la Francia rural de la inmediata posguerra. También sentí que había un reto en la novela, y por consiguiente en el film si lo llevaba a cabo: el desafío de internarme en la salud mental de una mujer, y sobre todo interrogarme sobre dónde se encuentran los límites reales de la cordura y la insania, y cómo la falta de amor y el rechazo de una madre puede intentar ser compensado con las acciones y reacciones que la joven va adoptando poco a poco. Mientras te cuento esto, me analizo a mí misma y pienso que quizás en última instancia hubo un tercer desafío que no percibí en el momento del rodaje, y era el de abordar las pulsiones eróticas y las inestabilidades psicológicas pero no desde un aspecto clínico, sino más bien novelesco, basculando entre el realismo social y lo romántico de la trama.
Y también está el tema de la imaginación, que cobra inusitada fuerza aquí…
Sí, esa es otra parte de la madeja que no resulta fácil abordar. Cómo la imaginación, aún la más desbocada, puede salvar la vida de una persona. De hecho, no tengo temor en confesarte que fue la imaginación lo que a mí me salvó, al convertirme primero en actriz y más tarde en cineasta. Yo llamo a eso “la fuerza reparadora de la imaginación”.
Para nosotros los uruguayos no es fácil sacar conclusiones generales de su obra como cineasta. De sus películas sólo hemos podido ver las primeras cuatro, y luego hay un hiato de 15 años sin acceder a su cine, hasta la película que se exhibe hoy.
¿Y eso por qué?
Por falta de disponibilidad de salas. El cine americano más chato, menos exigente, copa el 90% de las bocas de salida. Para nosotros es muy difícil resistir la invasión. ¿Cómo sobreviven ustedes a eso? ¿O tampoco pueden resistir demasiado?
Yo a eso le llamo penetración a-cultural, porque de cultura tiene poco o nada. Pero sí, resistimos, aunque en diferente escala nos sucede algo similar. Allá el cine americano cubre un 40 o 50% de las exhibiciones. Pero tenemos la suerte (y por qué no decirlo, el orgullo) de ser el país europeo que más resiste esa penetración, debido a que hay leyes estatales que ayudan mucho al cine francés. En ese aspecto fue muy importante el aporte del ex Ministro de Cultura Jack Lang, un hombre interesado en todo lo que tiene que ver con el arte y la cultura. Por ejemplo, en 1981 sacó una ley que regulaba el precio fijo de los libros en todo el país. Fue el artífice de la Fiesta de la Música. Impulsó el Festival de Teatro de Nancy. Y entre todas esas cosas instauró un fondo para el cine nacional, que ha ayudado muchísimo a las películas y los cineastas de mi país.
El apoyo gubernamental es fundamental para resistir como se debe, por supuesto. Aquí en cambio “Un momento de amor” será la primera de sus películas exhibida en el circuito comercial. Ayuda mucho para ello la presencia de Marion Cotillard. ¿Cómo fue para usted, artista de perfil bajo, su trabajo con una diva internacional tan expuesta a los medios?
En primer lugar Marion no es para nada diva en su vida fuera de la pantalla, y eso ayudó mucho. Ella tenía su agenda ocupada durante un año entero, me dijo que le encantaba el personaje pero que debido a esa carga laboral le sería imposible asumirlo. Le contesté que yo la esperaría un año si ella se comprometía a realizarlo. Me dijo que sí, y cumplió. Como podrás imaginar, cuando llegó la hora de volcarse al personaje lo hizo por entero. Ella al principio lo veía de una manera más melancólica, más taciturna. Yo en cambio, quizás influida por la novela, lo percibía como alguien más vital, más brutal. Al final primó una línea intermedia que no es en absoluto una media tinta, sino que le hizo bien al personaje, porque nos permitió a ambas profundizar en los muchos compartimentos estancos que cohabitan en el espíritu y la mente de las personas.
Sí, la complejidad psicológica de sus personajes es algo que puede detectarse en sus films vistos en Uruguay. Una especie de predilección por seres frágiles, pero que a la vez consiguen sacar fuerzas inesperadas de esa flaqueza. Seres en pugna con su familia y con quienes los rodean.
Nunca me puse a pensarlo, pero es verdad. Quizás sea porque yo veo la vida así, como un continuo gran conflicto. De hecho, si repaso mi vida siempre ha sido así, una eterna contradicción entre las cosas más bellas y luminosas, y otras problemáticas y oscuras. Si me miro al espejo, sin dudarlo definiría a esa mujer que me mira como “un sol negro de melancolía”. Me encantaría que en mi vida primaran las cosas hermosas, que las hay y son muchas, pero siempre (aún en mis mejores momentos) tengo un espacio reservado a la nostalgia o la aflicción. Soy melancólica, sin duda alguna.
¿Cuánto peso tiene en esa conflictiva forma de ser y ver el mundo el haber nacido en Argelia? Porque en la etapa más problemática del ser humano, la adolescencia, usted convivió con los durísimos momentos de la liberación del país.
Sí, no tengas duda que eso, y el haber tenido 22 años cuando el Mayo francés, tuvieron mucho peso en mi forma de ser. Pero ya había sombras íntimas más antiguas que se remontan a mi infancia. Justamente, volviendo a lo que hablamos al inicio, de esas sombras me salvé por la imaginación. Por eso no me siento del todo cómoda actuando en comedias en cine y teatro, y nunca las haré como cineasta, por supuesto. Porque no las veo como una realidad cercana a mi manera de concebir la existencia. La alegría total y casi continua no formó nunca parte de mi vida. Por eso me cautivó esta novela, Mal de Pierres: porque si bien cuenta una historia novelesca de tipo romántico, lo hace de una manera oscura, y mediante personajes más bien sombríos.
En la película hay una planificación muy sutil del encuadre pare generar una atmósfera poética, que se inicia siempre en el bellísimo paisaje geográfico y termina invariablemente en el paisaje humano, es decir el rostro…
Sí, me pareció una forma válida para acercarme desde el mundo hostil a la intimidad más valiosa y sufrida de mis personajes.
¿Eso está en la novela, o fue una apuesta personal para el film?
Fue personal. Busqué muy bien los paisajes para contar esta historia, pero siempre con la idea de no utilizarlos como un elemento decorativo, sino de integrarlos a la geografía verdadera del film, que es Gabrielle. Allí están los campos de lavandas, el Mediterráneo al que siempre vuelve porque nació al borde de ese mar, las montañas escarpadas de Suiza, y me propuse que cada uno de esos lugares la definan delante del espectador: las lavandas para la extrema juventud y los deseos amorosos, el mar para la nostalgia por lo perdido y la fugacidad de las cosas, los montes para simbolizar su psicología torturada. Eso fue una elección premeditada de mi parte, como lo es también hacer siempre alguna referencia a España.
Por su apellido imagino que tiene antepasados de origen español.
Sí, andaluces, es decir mediterráneos. Mis abuelos emigraron a Argelia, y así mi familia terminó insertada en el universo francés. Pero de una u otra forma siempre vuelvo a mis orígenes. Ya en mi primer film Nathalie Baye raptaba a sus hijos y huía a España, y en Un momento de amor el marido de Gabrielle es un republicano exiliado de la dictadura franquista. Hace un rato me preguntaron lo mismo, y respondí que me alegró mucho haber hablado de estos españoles en mi nuevo film. Al fin y al cabo fueron responsables de muchos cambios regionales en el sur de Francia. Trabajadores españoles fueron los que llevaron a cabo muchos cambios edilicios en lugares como Arles y Nimes.
¿Ser actriz la ayuda o la dificulta en su labor como cineasta frente a sus colegas?
Me ayuda porque me permite adivinar cómo reaccionarán ante tal o cual requerimiento, me permite intuir en qué situaciones pueden sentirse cómodos o incómodos, algo que según sea el momento del rodaje puede ser bienvenido o no.
No quiero terminar este encuentro sin decirle dos palabras: Alain Resnais…
Un maestro del cine al que debo mucho. Él me dio el rol que me dejó más satisfecha, y a partir de entonces las puertas del cine se me abrieron a todo nivel. También te digo que el rodaje de Mi tío de América fue el que más padecí en toda mi vida. Estaba tan impresionada por la estatura de Resnais como cineasta y como intelectual que no me sentía legitimada trabajando para él. Tenía mucho miedo de no gustarle, y viví ese rodaje como un infierno. Sin embargo, hoy sé que fue la experiencia más importante de mi vida en el cine. Él fue conmigo paciente, colaborador, amable. El calvario que viví tiene que ver conmigo, con cierta falta de confianza en mí misma. Y aunque ya pasaron varias décadas sigo siendo la misma, que cada vez que sale a escena o se para frente a la cámara tiene un instante de pánico o vacilación. Pero eso me hace más falible, y quizás ayude a que mi labor sea más humana y sintonice mejor con la emociones del público.
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