En unos días se efectuarán elecciones en España como una suerte de continuidad el mes de mayo y que llevó al actual gobierno a adelantar los comicios presidenciales. En ese contexto de campañas se enfrentaron -por única vez- el candidato de derecha (con el apoyo de los extremistas de Vox) y de la coalición actual
de gobierno (tenido como de izquierda y socialista), de donde surge la percepción de la inevitabilidad de un triunfo conservador.
Al parecer, incluso para escritores de El País favorables al actual régimen, la derecha –representada por el candidato a Jefe de Gobierno, Alberto Núñez Feijóo- obtuvo una cierta ventaja sobre su
antagonista del debate, Pedro Sánchez (PSOE, partido algo menos que socialdemócrata, según mi criterio). Es mi opinión que este choque acerca de la realidad y el quehacer de España, a pocos días de la compulsa electoral tendrá poca incidencia sobre la decisión -que entiendo ya adoptada- de qué hacer por parte de los decididos a concurrir a las urnas.
Para el caso, arriesgando una opinión sobre los resultados, estimo que el candidato de la derecha con el apoyo ultra de Vox (Santiago Abascal) -con la misma lógica asociacionista de la Comunidad Valenciana -siguiendo el resultado de mayo pasado- se erigirá como triunfador de la contienda y de alcanzar un número mayoritario en el Congreso, Núñez Feijóo será el siguiente presidente de gobierno. Admito que para mi pronóstico concurren dos vertientes: la del análisis de situación de España -país en el cual se difunde nacionalmente una canción de neto cuño dictatorial, como es De cara al sol, tolerada por la autoridad electoral, como prolegómeno de lo que vendrá- y, en segundo lugar, la sucesión de advertencias que por años vengo haciendo acerca del crecimiento de las derechas europeas.
Si solo repasamos los ejemplares de Voces de junio pasado, sin ir más lejos, nos será fácil encontrarnos con las palabras del maestro Marcos Roitman: «Sociedades asentadas en relaciones sociales de explotación, patriarcales, xenófobas y racistas, son deudoras de la economía de mercado a la par que se nutren del negacionismo. De esta manera se rechaza la violencia de género, el cambio climático, los derechos de la comunidad LGTBI+ y en contrapartida se apoyan leyes mordaza, la privatización de la sanidad y la educación”. Una semana antes a esta cita, escribí sobre los comicios en países ribereños del Egeo, advirtiendo de cómo se iba poblando y haciendo mayoritario los regímenes de la derecha en el sur europeo. Admito que agobiado por lo que veía venir, lancé la siguiente frase como un pronóstico fruto de la intranquilidad: “Quizá, ordenado por un gobierno de la derecha, veamos el pabellón bicolor en un barco de guerra español merodeando Taiwán para demostrar “unidad” con EE.UU. y la OTAN en su II Guerra Fría”. Hoy no sé si las cosas que veo venir igualmente me intranquilizan o el convencimiento de lo inevitable me ha morigerado.
Pienso en España con un gobierno de coalición, de mayoría estrecha, cualquiera sea su signo, aunque sigo pensando que el extremismo conservador derrotará a la actual coalición dicha “progre”, entendiendo que en política este último término se pronuncia mirando a la derecha y toda cosa bajo la égida del actual PSOE será como un violín: apoyado en la izquierda y pulsado por la derecha.
El 28 de mayo significó la más lapidaria derrota del gobernante PSOE, con un 34% del electorado que no concurrió a las urnas -a su manera, sufragando por el desdén hacia los partidos y los políticos-. En la consideración de muchos, esos comicios sirvieron de termómetro para los próximos y permitieron un ensayo sobre el terreno de la coalición de derecha.
Esto nos lleva a pensar inicialmente que hay en España grupos de derecha y extrema derecha que no hacen pública su filiación; sin embargo, es comprobable que esto no es así. Entonces, ¿que electorado estamos viendo? Uno no muy diferente al que encontraremos en diversas geografías: un sector equivalente a un tercio de los empadronados que rechaza involucrase con políticos y partidos; dos tercios de votantes que al desaparecer las diferencias entre derechas e izquierdas -en disputa por ganar los centros- sufragan por aquellas promesas de continuación del orden liberal, el mercado, las seguridades públicas y muestran -incluso- con juegos de palabras, hasta cierto tono progresista, aunque más no sea una hilacha. La otra cara de la propuesta, más ajustada en algunos aspectos al país de que se trata: independencia como nación (aunque solo sea sobre algunas cosas), acoso a la migración (cuando arriba a las costas desde África y Oriente), seguridad en los barrios (represión y “gatillo fácil”); como los sitúa con total acierto Roitman, “son la conciencia de la patria” y concluye que “han ganado el relato de las emociones”.
Aquellos que voten por las expresiones de derecha no creerán que lo hacen contrariando a los sucesores franquistas;
suponen que la derecha dejó de ser “conserva” y es el partido que se merece España -dicen-, sin entender que son la
continuación, con otra vestidura, de lo que siempre fueron: la expresión de los poseedores, de los que han explotado y expoliado.
Cuando la coalición de derechas festejó que acabaría con la tiranía del catalán en la Comunidad Valenciana
porque impondrían el castellano como lengua de educación pública, recuerdo los días más sombríos de la
dictadura prohibiendo el euskera: casualmente son los territorios en que los conservadores perdieron en mayo
y Bildu volverá a ser ganador el próximo 23 de julio.
Una encuesta de estos días da posibilidades de ganar al PSOE: llegando al final cito nuevamente al maestro
Roitman como resultante del momento: “Sin izquierdas ni derechas, sólo cabe votar por una alternativa, la
que lleva en su lema: orden y progreso”: la culpa no es del votante; la responsabilidad es exclusiva de los
de “izquierda oficial” en todo sitio donde ejerza gobierno el progresismo, carente de sentido de clase, con mando
cupular, desconectado de los deseos del pueblo.
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