La derecha que sufrió en Sudamérica un número importante de derrotas este siglo, persistió en sus maniobras políticas (legítimas, ilícitas, fraudulentas), superó esa situación y se hizo de los gobiernos por propia gestión, derrotando a expresiones del progresismo que fueron imprecadas, objetadas y combatidas desde tiendas conservadoras como “radicales”, de “izquierda”, “socialistas” y hasta “comunistas” e impregnaron las redes sociales.
El retorno conservador a las administraciones regionales no debe ni puede considerarse como un fenómeno que obedece a una mecánica incambiada, indiferenciada; así podremos explicarnos, por ejemplo, que el peronismo kirchnerista y el PT de Lula accedieron a los gobiernos mediante pactos con sectores centristas y los reflejaron en la conformación de sus gabinetes. Lo anterior no niega la existencia de lazos de entendimiento homogéneo propios del neoliberalismo como son el empequeñecimiento de los estados en beneficio de entidades privadas y su nuevo papel asignado cuando las leyes se adecuan para que la parte privada que participa en los contratos de las APP pueda tercerizarlos -dejando al sector oficial los eventuales mecanismos de sanción y reparaciones- minimizando el derecho público. En este sentido, esa tercerización supone que a un Estado puede reclamársele un adeudo contractual por parte de alguien con el cual no sostuvo tratos ni compromisos formalizados.
Sin embargo, de manera paradojal hay que señalar que para las masivas expresiones de condenas a las autoridades titulares de los poderes que se van dando en el subcontinente -que representan crisis profundas de carácter social que inciden en la inestabilidad del institucional- las derechas gobernantes que las viven demuestran ser incapaces de encontrarles salida y se piensa que son las corrientes progresistas las capaces de hallarles una solución adecuada a las circunstancias internas y externas de cada una de ellas, sin dejar perdidas por el camino esencias de solidaridad y de cooperación capaces de recomponer -o al menos zurcir- el tejido social roto. En la base de las sucesivas protestas los regímenes de la derecha en lugar de buscar extranjeros a quienes culpar o de retomar consignas de la guerra fría para responsabilizar a “alguna nación de Europa del este”, deberán entender que es al modelo de gobierno neoliberal al que se cuestiona, ese que es incapaz de distribuir la riqueza y no acapararla para las corporaciones.
Al incursionar sobre ciertas administraciones de siempre y los retornos de la derecha, por supuesto que pensamos en la Argentina que deja Macri, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay (desde marzo 2020), pero no nos hace olvidar a centroamericanos y antillanos como Panamá, Guatemala, Haití, El Salvador o Costa Rica. Entre todas hay naciones latinoamericanas que acompañaron el viraje conservador de los últimos años. Como postre de la insana comida, las controladas por las derechas deben sobrellevar las candilejas que iluminan a los mercadotécnicos que actúan de consejeros político-electorales (gurúes, les apodan algunos colegas) como Olavo de Carvalho -uno de cuyas máximas sobre los comunistas es “Son todos la escoria de la especie humana”- pegado a Bolsonaro; Axel Kaiser, en Chile; el ecuatoriano que tuvo Macri, Jaime Durán Barba; Hernando Soto, sobreviviente del fujimorismo (el de Alberto continuado por Keiko) e influenciador de Martín Vizcarra junto con Maximiliano Aguiar.
La intentona de sustituir un organismo regional -controlado en un momento por gobiernos independientes- por otro, fue acompañado por uno de sus inventores, el presidente chileno Sebastián Piñera -quien además fue anfitrión en su constitución este año- en el siguiente mensaje en Twitter: “Hace más de 5 años que los presidentes de América del Sur no nos reunimos. Unasur fracasó por exceso de ideologismo y burocracia. Prosur es un Foro, sin ideología ni burocracia, para que todos los países democráticos de América del Sur podamos dialogar, coordinarnos, colaborar y hacer escuchar otra voz”. Este es el nuevo “sello” de los gobiernos de la reacción que procuran -como Matteo Salvini en Europa- la integración de un órgano panamericano que los contenga y esté permanentemente dispuesto a adecuarse a los dictados de la Casa Blanca. Son, al decir del colega Víctor Farinelli, “En los últimos cuatro años ese (…) sector conservador en lo valórico y liberal en la economía (que) se instaló en el poder (…) y con eso han conformado bloques y alianzas estratégicas como Prosur y Alianza del Pacífico, con las cuales tratan de aislar los que todavía no han cambiado. Sin embargo, se puede decir objetivamente que ese éxito de la derecha sudamericana se restringe a una hegemonía solamente electoral.”
Al final, en una esclarecedora exposición económica, Óscar Mañán escribió: en Uruguay, “desde el 2005 el progresismo gobierna de forma apegada a los manuales del establishment político del capitalismo, lo que no obsta para que algunos avances institucionales hayan tenido lugar, especialmente en la reglamentación laboral, negociación colectiva del trabajo, fortalecimiento de las políticas públicas apuntadas a la seguridad social, entre otros. Empero, ante el fin del ciclo económico se divisan los límites que el accionar de una fuerza política aplicada al cumplimiento de estándares internacionales del `buen gobierno capitalista´ para conjuntar un sujeto electivo con voluntad de cambio social hacia una perspectiva democrática más radical que la mera representatividad burguesa”.
El haber instalado entre la ciudadanía la inseguridad delincuencial, las imperfecciones educativas y el desempleo, atados por la necesidad del cambio, llevó al votante uruguayo a sufragar por la oposición y posibilitó al futuro presidente en la multicolor coalición meter a la extrema derecha -que le asegura votaciones mayoritarias en el Legislativo- y le dio dos ministerios. La voz popular dice: “dios los cría y ellos se juntan”.
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