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Estamos todos podridos por Juan Martín Posadas

Estamos todos podridos por Juan Martín Posadas
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Da pena el nivel del debate político actual. Pena y rabia. La política va por un lado y el país por otro. ¿Qué está pasando?
Una forma de comenzar el análisis es advertir y señalar que se han adelantado los tiempos electorales y la especulación respecto a las elecciones. Están apareciendo candidaturas por todos lados. Pero hay que hilar más fino.
Para el dirigente político de segundo o tercer nivel que acaba de conseguir una banca, la campaña electoral empieza el día siguiente a las elecciones. Es comprensible. Desde ese día y durante todos los siguientes él siente el peso de su futuro personal: si pierdo la banca, si no logro la reelección ¿qué hago con mi vida? ¿De qué vivo?
Otros políticos, que tienen otras miras (y quizás otras garantías) viven un compromiso personal y caluroso con una causa política, algo referido al país o a concepciones universales sobre democracia, justicia social, creaciones institucionales, etc. Para ellos la cosa no es tanto un futuro personal sino el futuro partidario, la consistencia y el progreso de esa herramienta de cambio. El riesgo para estos es convertir al partido en un fin en sí mismo, no una herramienta. Por el partido, todo. ¿Y el país?
En todo caso lo que hoy domina absolutamente la escena política de nuestro país, y ya desde hace meses, lo podemos simplificar como un debate en registro astesianista. Lo que de verdad ocupa el esfuerzo y el ingenio del personal político actual es la búsqueda de cualquier elemento que lastime o menoscabe al rival político en procura de una ventaja partidaria.
El razonamiento que sustenta esta táctica es el siguiente: el desprestigio o daño de cualquier índole que podamos infligir al partido adversario hará que éste pierda popularidad, pierda apoyo, pierda votantes y todos los votos que él pierda van a venir para nuestro partido. Este razonamiento está muy extendido, pero es falso.
Los brasileros tienen un dicho que refiere a que, en algún momento de las disquisiciones, hay que concretar. Ellos lo llaman “dar nome a os bois”. Paso, entonces, a hacer eso y doy nombres. El Frente Amplio ha encontrado un punto para golpear al Partido Nacional en un lugar donde realmente duele, donde hace daño. Piensa el Frente, o la dirigencia frentista, que muchos uruguayos que votaron al Partido Nacional en las últimas elecciones, defraudados ante las denuncias, van a votar al Frente en la próxima. Un juego de suma cero: lo que uno pierde va para el otro. Razonamiento equivocado, como dije. Al hacer ese cálculo no reparan en un jugador nuevo que apareció en las últimas elecciones: el Gral. Manini. Como no lo toman en serio ni siquiera miran la cantidad de votos que obtuvo y ni se enteraron que muchos de los votos de Manini provinieron del Frente. Agrego al pasar porque es tema para otra nota ¿Es tan claro que la política uruguaya se sigue manejando en dos bloques?
Hay otro aspecto de la realidad que no ven, tanto desde el lado del Frente que ataca como desde el Partido Nacional que entró como un angelito y retruca mal. La polémica agresiva enardece a los militantes de cada bando, pero molesta a los demás afiliados partidarios y, sobretodo, asquea profundamente a los uruguayos sin partido, los que constituyen el 20 o 25% del electorado total y que son los que definen las elecciones en el Uruguay actual. El discurso de la senadora Bianchi o el discurso del Presidente del Frente Amplio entusiasma a unos pocos, que ya estaban, y espanta a muchos otros; no cosechan ni un solo voto nuevo. El Presidente Luis Lacalle llegó a marcar más de 70% de aprobación (un guarismo superior a los votos que obtuvo en la elección) sin agredir, sin descalificar y sin menospreciar a nadie (gobierno sin rumbo: Carolina Cosse; gobierno distraído: Fernando Pereira…y no agrego narcogobierno, que también se ha utilizado).
Ese disgusto, esa decepción de los veinte por ciento de orientales llamados sin partido es, hoy por hoy, el reducto sano donde va quedando algo de política respetable, de política verdadera, la que espera que se le hable al país sobre los asuntos del país. Todo lo otro es cacareo electoral de mala calidad.

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