Estas cosas ocurren por Cristina Morán
Hay días en que me resulta algo complejo titular este espacio porque los temas se suceden prontamente y son tan disímiles que la elección de los mismos se vuelve algo complicado pero llega el esperado “clic” y como por arte de magia las cosas se ordenan y una encuentra el punto de partida. Ese punto para mí, hoy, es la desaparición de un hombre en una cárcel llamada Comcar y luego Santiago Vázquez donde, según tengo entendido, se alojan o sobreviven alrededor de tres mil reclusos. Desconozco cuantos guardias hay y si cada uno tiene un guardia o do o tres. No lo sé. Lo que sí sé o pienso o deduzco es que me resulta imposible entender como un hombre, un recluso, primario o no primario, me da lo mismo, puede “esfumarse” delante de miles de testigos, como puede ser que durante cuarenta o sesenta días (la cifra varía según donde sea escuchada y/o leída) otros reclusos lo hayan secuestrado y lo hayan sometido a todo tipo de vejación, como es que nadie notó su ausencia, como los guardias responsables del control de toda esa gente preguntó, al menos preguntar, “¿dónde está fulano?” cómo es o fue posible que algo tan aberrante ocurriera frente a los ojos de guardias y reclusos y se mantuviera durante tantos e inacabables días para quien estaba soportando el horror que le tocó vivir? El hecho muestra otra faceta de la realidad de nuestras cárceles. Dejamos de presentar proyectos que rápidamente pasan a “dormir” el sueño de los justos en el cajón de quienes tienen en sus manos hacerlos realidad o tomamos al toro por las astas y con un “decretazo” o como se llame (sin pensar, por favor, violar o llevarse por delante a nuestra democracia plena de la cual estamos tan orgullosos y a la que nuestro presidente en México dejó en un lugar de honor) damos, por fin, inicio a las tareas que cambien radicalmente este sistema que no da para más, que se deteriora día a día, año a año, minuto a minuto, reunir cabezas abiertas de mujeres y hombres que tengan el valor humano como la meta para llegar a levantar lo que, tal vez, pueda llamarse en algún momento, algo así como “instituto de recuperación” que se preocupe de verdad ´por quien cometió delitos, reeducarlo, prepararlo para reinsertarse a la sociedad a la que un día agredió. Ya lo sé: soy una utópica. Prefiero serlo antes que indiferente a todo lo que tiene que ver con la condición humana. Ya que estamos en el tema permítanme invitarlos a conocer a una mujer madre-abuela-bisabuela que superó cuanta valla encontró en el camino que había elegido para salvar a perseguidos por los regímenes dictatoriales que se habían instalado en América y para saber quién fue (y es ella) conózcanla a través de un documental excelente “Una de nosotras”, mujer tan sencilla y cercana como el título que la directora Soledad Castro Lazaroff coronó su producción en la que recorre, cámara en mano, y acompañada por la historiadora Virginia Martínez, los destinos que le marcaron su condición de Representante del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), en los años más duros de las dictaduras militares en América Latina. Belela Herrera en el Chile de Salvador Allende cambió el rumbo de su destino señalado a la joven de su clase social. Es todo por hoy. Hasta la próxima. Que seas feliz y no dejes entrar al viejo
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