Escribió Albert Camus: “He comprendido que toda la infelicidad de los hombres procedía de no emplear un lenguaje claro” (1947, La peste) y que “la lógica del rebelde estriba en esforzarse por mantener un lenguaje claro, a fin de no hacer más densa la mentira universal (el hombre rebelde, 1951).
Se llama “eutanasia” a acciones que no son eutanasia y así nadie sabe bien lo que defiende o lo que critica. De allí que preguntarle a la gente si está a favor de la eutanasia no da cuenta de lo que en realidad puedan saber sobre cuestiones bioéticas en el final de la vida. La verdad es que despenalizar la eutanasia y el suicidio asistido sería un cambio legislativo en favor de un individualismo de fuertes y autónomos, en perjuicio de los más dependientes, limitados y vulnerables. Nunca hacen encuestas entre los pacientes, solo entre sanos con miedo e ignorancia sobre el tema.
Aclaraciones necesarias
La libertad del paciente para pedir que no le alarguen la vida con soportes artificiales o para no someterse a tratamientos fútiles, no es eutanasia: es decidir morir naturalmente y eso ya es legal. Por otra parte, la sedación paliativa, especialmente al final de la vida, no mata al paciente, sino que le evita sufrimientos y síntomas difíciles de manejar. La sedación no mata al enfermo, no es eutanasia. Muchos todavía creen que la eutanasia se practica porque la confunden con la sedación final. Que muchos hayan vivido situaciones difíciles con cuidados que llegaron tarde o nunca llegaron, o que sus familiares hayan vivido formas de obstinación terapéutica, les hace inclinarse a querer que se adelante la muerte.
Estar en contra de prolongar la vida y el sufrimiento no significa estar a favor de la eutanasia. Los dos extremos son cuestionados por la ética médica: es tan inhumano alargar la agonía como matar al paciente.
Pero concretamente la eutanasia es dar muerte a un paciente. La intención es matarlo, por ello no se la puede comparar con los Cuidados Paliativos, cuya finalidad es el alivio y el respeto a la dignidad de la persona hasta su muerte natural. Abrir la puerta a la eutanasia significa que algunos verán vulnerado su derecho a la vida y su derecho a recibir atención médica integral de calidad. No se complementan acciones cuya intención es opuesta.
Legalizar la eutanasia dinamita el fundamento de los derechos humanos y los principios fundamentales de la ética médica: la dignidad inherente de todo ser humano que no se pierde por enfermedad, ni por edad, ni por discapacidad. Pensar que hay vidas que pueden ser eliminadas por vivir en una condición llamada “indigna”, les haría valer menos y ser descartables. Sin embargo, para que no caiga mal se dice: “es tu derecho”, es “un nuevo derecho”, como una expresión mágica que vuelve al homicidio en manos de un médico un acto de reconocimiento de derechos. ¿Qué se le propone al Estado? Que en lugar de mejorar las condiciones de vida de los más vulnerables, les proponga un “nuevo derecho”: que puedan pedir que los maten cuando “sus vidas ya no tengan ningún sentido ni valor”. ¿Cuánto de esto tiene detrás injusticias sociales invisibilizadas de las que no nos queremos hacer cargo?
Los derechos humanos son irrenunciables. Aunque alguien quiera renunciar a sus derechos humanos, no puede, porque no deja de ser humano. Nadie puede explotar, torturar a otro o matarlo, porque la persona en cuestión lo solicite. La autonomía tiene límites, la dignidad no se anula por decisión. No es un tema de libertad, es un tema de respeto a la dignidad humana. No debería inventarse un derecho a matar, sin embargo, unos pocos países ya lo han hecho. No faltan voces que llaman progresismo a las leyes de eutanasia de Bélgica, Holanda y Canadá. Pero sería bueno que se estudiara a fondo lo que allí sucede para ver que se ha retrocedido en derechos y en respeto a la dignidad de los pacientes, a prácticas que recuerdan las políticas eugenésicas previas a la Segunda Guerra Mundial.
Bélgica: pésimos controles y caída libre
El sistema de control de eutanasia en Bélgica es a posteriori, después de que se ha realizado, por lo que no salva a ningún paciente (al igual que lo que se propone en Uruguay). Y quien hace el informe que se entrega al Comité de Ética (que se junta una vez al mes) es el médico que la realizó. Además, entre el 50% y 75% de las eutanasias practicadas no se declaran y, de los casos declarados, 1 de cada 4 no cumple con los requisitos de la ley. En el 2002 se realizaron 24 eutanasias y en 2019 unas 2.656 (reportadas).
Al igual que en el resto de los países que despenalizaron para casos excepcionales, por reclamos de casos similares, se ha ido flexibilizando la aceptación ante cualquier declaración de sufrimiento insoportable (e incluso ante la anticipación del mismo). Un caso famoso es el de dos hermanos que habían nacido con discapacidad auditiva y solicitaron eutanasia a los 45 años porque les diagnosticaron una condición que progresivamente iba a afectar su visión. Además, se ha normalizado la eutanasia en personas con afecciones neuropsiquiátricas (demencia, depresión), niños sin límite de edad (desde 2014) y ancianos “cansados de vivir”. Si bien la ley pide “sufrimiento insoportable” y ausencia de alternativas razonables, desde hace años se acepta como causa válida la sumatoria de patologías no graves (artritis, problemas de visión, etc.). Esto vuelve candidato a casi todo adulto mayor. El informe del 2004 reportó 3 eutanasias “multicausa”, mientras que el de 2018 reportó 711.
Lo que se terminó creando fue una normalización cultural del suicidio organizado y visto como un acto de realización personal, aunque paradójicamente sea la extinción de la persona y con ella de todos sus derechos.
Canadá: la discapacidad como “vida indigna”
Canadá, que legalizó la eutanasia en todo el país en 2016, avanzó en un proyecto que la permite en casos de discapacidad y también de enfermedad mental (Bill C7). Contra esta propuesta se han pronunciado varios psiquiatras canadienses y asociaciones en defensa de personas con discapacidad. Lo que se presenta como una opción de libertad individual se convierte en donde es legal en una presión sobre quienes precisan más apoyo de los demás y del sistema. El reciente caso de Roger Foley trascendió a la prensa, quien con 45 años y una enfermedad degenerativa que lo mantiene hospitalizado y dependiente de cuidados permanentes, fue presionado desde el centro médico para que pida “muerte asistida”. Dijo públicamente: “Mi vida ha sido devaluada. Se me ha coaccionado para que pida la muerte asistida mediante abusos, negligencias, falta de cuidados y amenazas”. Ha hecho una demanda judicial por el derecho a una “vida asistida”. La paradoja es que con estas leyes los enfermos deben luchar por el derecho a vivir.
Holanda: ¿modelo a seguir?
Fue el primer país en legalizar la eutanasia y se practica naturalmente en mayores de 12 años (desde el 2002), y también en bebés que nacen con algún tipo de discapacidad que se entiende les hará sufrir mucho, aunque no tengan riesgo de morir. Esto último se reglamentó en 2004, luego de los dos primeros infanticidios legales que se aprobaron en 1996 (uno de un bebé con espina bífida y otro de un bebé con trisomía 13). También es legal la eutanasia no voluntaria en personas con demencia, cuando el paciente así lo solicitó mediante voluntad anticipada. Así, lo que inicialmente se presenta como un último recurso y como algo voluntario, se vuelve práctica normalizada cuando entendemos que algunas formas de vida no son “dignas” de ser vividas según los parámetros de lo que se entienda por “calidad de vida”. Cuando socialmente se naturaliza eliminar a un paciente como un acto de beneficencia sobre el que sufre, fácilmente se justifica hacerlo por quien no lo eligió. Solo en 2005, Holanda realizó 550 eutanasias sin consentimiento.
Desde 2016 están en estudio proyectos de ley para extender la eutanasia a adultos sanos mayores a 75 años que estén “cansados de la vida». Los criterios son subjetivos y siempre arbitrarios. Solo en 2020, 6.938 holandeses murieron por eutanasia (4,12% del total de muertes).
En todos estos países aumentaron indiscutiblemente, no solo en número, sino en diversidad de causales, cada vez más amplias y vagas. Prácticamente cualquiera que no quiera sufrir lo que considere “insoportable” tendría “derecho” a que le practiquen eutanasia. Por ello en estos países es normal que pueda decidirse sobre un bebé o un anciano con demencia. Aunque ellos no puedan elegir, se considera un “acto de amor” el “ayudarles” a morir, que de ayuda no tiene mucho, es simplemente quitarles la vida para no cuidarles más.
Suiza 2022: la máquina para suicidarse
Aquí la realización del suicidio asistido está en manos de organizaciones privadas no médicas que se dedican a la muerte asistida (Exit y Dignitas). Su actividad no está regulada legalmente, pero es tolerada. La Academia Suiza de Ciencias Médicas ha declarado en sus directrices sobre el cuidado de pacientes que el suicidio médicamente asistido es incompatible con los fines de la acción médica. En 2020, unas 1.300 personas murieron en Suiza a través del suicidio asistido y el método que ambas organizaciones utilizan actualmente es la ingestión de pentobarbital sódico líquido. Sin embargo, en diciembre de 2021 se hizo público el proyecto de una máquina (“Sarco”) que podrá usarse en 2022, donde uno puede con la ayuda de una máquina darse muerte a sí mismo sin ayuda de otro ser humano. El fundador de Exit, Philip Nitschke, afirmó a propósito de este nuevo proyecto: “Actualmente, un médico o grupo de médicos deben involucrarse recetando el pentobarbital sódico y también confirmar la capacidad mental de la persona. Queremos eliminar cualquier tipo de evaluación psiquiátrica en este proceso y permitir que el individuo la controle por sí mismo. Nuestro objetivo es desarrollar un sistema de detección de inteligencia artificial que determine la capacidad mental de la persona. Naturalmente, hay mucho escepticismo, especialmente por parte de los psiquiatras. Pero nuestra idea conceptual original es que la persona haga una prueba en línea y reciba un código para acceder al Sarco”. Sobra hacer cualquier comentario sobre semejantes declaraciones.
Falacias repetidas
En sociedades colonizadas por el hiperindividualismo atrofiado y subjetivista, donde el peso de las emociones es lo que cuenta en los debates, se deja poco margen a la racionalidad. Generalmente se esgrimen argumentos falaces que buscan silenciar la discrepancia.
Cuando se dice que “hay que dejar las creencias de lado” y que el argumento en contra de la eutanasia es por valores religiosos, se ignora sistemáticamente que, en un país laico como el nuestro, el Código de Ética Médica (2014), el Código Penal, la Constitución y los Derechos Humanos, no están basados en dogmas religiosos, sino en la defensa de la dignidad de todo ser humano.
Lo que se pretende con los proyectos pro eutanasia es ir contra los fundamentos de los derechos fundamentales. Se busca que no sea delito una forma de homicidio, y se lo llama “nuevo derecho”, cuando es un antiderecho que descarta a los seres humanos más desprotegidos, a los que más necesitan alivio, apoyo y contención emocional. Se les predica una libertad idealizada que solo abre la puerta a toda clase de abusos y manipulaciones insensibles bajo el argumento de la compasión.
Hemos pasado de la estigmatización del suicidio a su romantización idílica de la autonomía.
En lugar de prevenir el suicidio, se lo termina promoviendo culturalmente como una opción que deberíamos apoyar empáticamente, cuando la verdadera empatía -y compasión- es hacer propio el sufrimiento del otro y buscar aliviarlo.
¿Es la eutanasia lo que el Uruguay necesita?
Este tipo de proyectos en tan solo unos pocos años se presentan como urgencias en materia de derechos humanos, cuando en realidad son un retroceso en materia de derechos, una verdadera pérdida de derechos fundamentales y de garantías en la protección del derecho fundamental de los más vulnerables.
El proyecto de eutanasia es un proyecto individualista que no piensa en los otros, no tiene en cuenta las injusticias sociales ya evidentes y estudiadas en todos los países donde es legal.
Como expresó recientemente el Dr. Marcos Gómez Sancho, referente mundial en Cuidados Paliativos: “No sé por qué ven progresista la eutanasia, cuando es todo lo contrario. Lo que es progresista de verdad es atender a los ancianos, a los más pobres, a los más necesitados. Una sociedad progresista es la que atiende a sus ciudadanos más indefensos, es el indicativo del grado de civilización de un pueblo”.
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