La primera primera aparición de Evita en escenarios teatrales fue el 2 de marzo de 1970 con la obra “Eva Perón” estrenada en París y escrita por Copi (Raúl Damonte Botana), quien pertenecía a una familia que se había opuesto al peronismo. Copi fue un gran animador de la escena teatral más border, pero “Eva Perón” generó un pequeño escándalo, no solo por como presenta a Eva sino por proponer su muerte como un “simulacro”. Esa primera escenificación sobre el personaje de Evita fue montada en nuestro país en el año 2018 dirigida por Roberto Andrade y protagonizada por Gerardo Begérez (en 2017 una versión con Benjamín Vicuña encarnando a Evita había vuelto a generar la polémica en Bueno Aires).
La segunda vez que vimos una obra sobre Evita en nuestro país fue en mayo del año pasado, cuando la excelente actriz cordobesa Eva Bianco nos trajo “Mi nombre es Eva Duarte” al Teatro Stella (con dramaturgia y dirección de Belén Pistone y actuación de Cokó Albarracín junto a Bianco). La actriz cuenta en el espectáculo que su verdadero nombre es Eva Duarte (el nombre de Evita), pero que las connotaciones del apellido paterno en su país la llevaron a ir dejándolo de lado, tomando el materno como apellido para su carrera como actriz. Bianco contaba en su momento que “la historia de Eva Duarte excede al peronismo mismo. Y es un lugar también poético, misterioso, el que ocupa esta mujer. No está del todo cifrado todo lo que ella implicó, todo lo que ella dijo, todo lo que a ella le pasó. Tanto que excede la muerte y pasan más de veinte años para que sea depositada en un cementerio como corresponde en la Argentina”. La obra de Pistone, además de indagar en cómo una “Eva Duarte” determinaba a la otra, indagaba en ese “misterio” del que habla Bianco, recorriendo parte del itinerario de un cuerpo que fue un símbolo político al punto que fue embalsamado primero y luego vejado, secuestrado y desaparecido hasta que veinte años después pudo ser enterrado.
A fines del mes pasado se estrenó en La Escena “Evita, amor y temor” el tercer espectáculo sobre Eva Duarte que recordamos en nuestra ciudad. En este caso la obra fue escrita por Gabriel Guerrero, psicoanalista y escritor nacido en Montevideo pero residente en Argentina desde niño, y es protagonizada por Nadia Porley, actriz formada en la escuela de La Escena. Pero las características de la obra de Guerrero son bien distintas a las de Copi y Pistone. Tanto “Eva Perón” como “Mi nombre es Eva Duarte” parten del mito ya consumado de Evita y se detienen a analizarlo, a cuestionarlo o a intentar entenderlo a partir de como opera, u operó, en la realidad argentina. “Evita amor y temor” en cambio nos muestra la evolución del personaje a partir de su vínculo con Perón, a mediados de los años cuarenta. Y en ese sentido es interesante ir descubriendo cómo el personaje se va modificando en el transcurso de la obra, mientras atraviesa por las contradicciones de ese complejo movimiento político llamado peronismo.
La primera escena nos presenta a una Evita dubitativa, algo ingenua quizá, que se enfrenta por primera vez a Perón, por entonces todavía coronel pero ya en la dirección de trabajo del gobierno. Las escenas se irán sucediendo siempre con la actriz dirigiéndose a la platea, intercambiando ideas con el propio Perón, con compañeros de armas del general, con sindicalistas o con representantes de la oligarquía. En esa sucesión de escenas el personaje se irá redimensionando, y lo interesante es que el autor pone a la platea, y a su Evita, frente a algunas de las múltiples contradicciones que se le han señalado al peronismo como movimiento político. Si en las primeras escenas lo que aparece es el miedo ante la detención de Perón, que culmina con la gran movilización popular del 17 de octubre de 1945 que presiona para liberarlo y convocar a elecciones, luego iremos viendo a una Eva que asume responsabilidades acompañando y vertebrando el espacio político desde el ámbito social. Y si hay cierto desparpajo en el personaje cuando le habla a Perón de su visita a la España de Franco, en un momento del monólogo en que claramente se señalan las contradicciones propias, empieza a haber otro tono cuando el personaje se dirige, por ejemplo, a un dirigente sindical de izquierda, no peronista, al que le cuestiona su “alianza” con el embajador de los EE.UU. De alguna forma las contradicciones del peronismo, parece decirnos la obra, se alimentan de, o alimentan a, las contradicciones de todo el resto del arco social y político argentino. Y ya que estamos, basta con estar atentos a la escena en que Eva recibe a representantes del “patriciado” porteño para comprender que si hay una “grieta” en la sociedad argentina viene de muchas décadas atrás. Lo particular, en todo caso, es como se expresa más allá de las diferencias de clase. Otro aspecto relevante del espectáculo es que muestra la dimensión política de una mujer que en ese sentido fue una adelantada a su tiempo. Hasta el diseño del programa de mano de la obra parece detenerse en ese hecho, en Evita como marco que antecede la militancia social y política de mujeres de generaciones siguientes
Pero si “Evita, amor y temor” es un obra que repasa, desde la mirada de una posible Eva Duarte, parte de la trayectoria política argentina, se convierte en un espectáculo potente merced a la actuación de Nadia Porley. Más allá de detalles particulares, es la actriz la que atrapa la atención de la platea, primero presentando a un personaje que parece sentir cierto “deslumbramiento” hacia la figura del “coronel”, pero que en la medida que asume responsabilidades políticas se ensombrece, se modifica, y es capaz de ser severa ante los opositores. La inflexión final, que la actriz nuevamente deja entrever desde su materialidad corporal y su gestualidad, hacia una situación de fragilidad tiene que ver con la cercanía de la muerte, que la convertirá en un mito que incluso tironeará su cuerpo por décadas, como se expresa por ejemplo en las obras que mencionamos antes. La actuación de Porley, como nos gusta decir, es una invitación en sí misma a ver el espectáculo.
Evita, amor y temor. Dramaturgia y dirección: Gabriel Guerrero. Actriz: Nadia Porley. Escenografía, vestuario y producción: Cecilia Caballero Jeske.
Funciones: sábado 11 a las 21:00 y domingo 12 a las 19:00. La Escena Sala Teatral.
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