Un par de semanas atrás el sindicato de los periodistas (APU) redactó una declaración y compromiso respecto a lo que se conoce como fake news. Convocó a todos los partidos políticos a suscribirlo y, para más solemnidad y difusión, lo hizo en el Palacio Legislativo. Allá fuimos, escuchamos varios discursos piadosos y firmamos.
En el Uruguay cualquier invitación política a hacer algo juntos, sea lo que sea, cuenta con un halo de santidad y cuesta mucho explicar un rechazo. Aunque el texto propuesto por los periodistas a los partidos haya sido, en mi opinión, impreciso y rudimentario, señalar sus carencias o negarse a firmar al pie traería más complicaciones que sumarse al montón de modo que se firmó. Lo primero que hay que hacer es entender qué son fake news. Veamos.
Gavazzo dice que no hubo segundo vuelo y Mujica que los tupas se levantaron en armas para luchar contra la dictadura. ¿Son dos casos de fake news? Son dos mentiras, concientes y deliberadas, pero fake news no es lo mismo que mentiras.
Sartori afirma que creará cien mil puestos de trabajo y que los remedios en las farmacias van a ser gratis para los jubilados. Estas afirmaciones son sendos bolazos pero no son fake news. La política tiene siempre un componente utópico pero no se puede confundir utopía con engaños. En las campañas electorales buena parte de los discursos políticos sube de temperatura y algunos derrapan lejos de la verdad. Los números que proclaman los partidarios del gobierno se manejan de tal forma que den bien y los mismos números en manos de los opositores dan mal; se sabe que con las estadísticas se puede hacer hasta poesía (y hay reconocidos especialistas en la vuelta).
El discernimiento se complica cuando se trata de opiniones. Le escuché muchas veces a Batalla cuando fuimos compañeros de Senado decir que todas las opiniones son respetables. No es así. Todas las personas que opinan son respetables más allá de las opiniones que tengan, pero hay opiniones fundadas y otras disparatadas. Los periodistas recogen esas opiniones en cumplimiento de su deber de informar sin comprometerse con el espesor de veracidad que puedan tener o no tener.
Hasta aquí todo bien, pero ¿si alguien opina que la tierra es plana? En Estados Unidos hay una sociedad civil que agrupa a los que creen en eso. No se le puede cerrar la boca y prohibir a quien eso opina, aunque conste que es un error, ni censurar a la prensa si recoge opiniones en ese sentido. Pero sería más que difícil acompañar y justificar una campaña dedicada a consolidar algo que notoriamente no sea verdad.
Sin embargo, el Diputado Nuñes o el Secretario General del PIT-CNT Abdala, para citar solo a algunos, sostienen que no hubo campos de prisioneros políticos en la URSS, que en Cuba siempre hubo libertad de prensa o que en Venezuela no se encarcela a los adversarios políticos y que todo lo que se diga en contrario es propaganda mentirosa. Sin embargo el Diputado Nuñez, el Secretario Genarl del PIT-CNT Abdala, el precandidado del Frente O. Andrade y el inextinguible Juan Castillo, para citar solo algunos sostienen que la tierra es plana.
El liberal tiene el problema resuelto: todas las opiniones son libres. Pero el liberal también sabe que esa libertad no garantiza en absoluto la calidad de esa opinión ni su adecuación a la verdad. También sostiene que las opiniones no se combaten con bayonetas (o tanquetas) sino con otras opiniones (y que si bien resulta peligroso ponerse delante de las tanquetas es obligatorio ponerse delante de las opiniones que llevan a la gente a creer que la tierra es plana).
Otro aspecto a tener en cuenta es el que refiere al cambio de sentido a la información. Llamo cambio de sentido al proceso –periodístico o político- por el cual se reconoce un hecho de la realidad, pero se le cambia el sentido: como si dijéramos lo vertical se vuelve horizontal, la derrota se pinta como victoria y la vergüenza se trasmuta en honor. Ejemplo reciente es el caso del Diputado Placeres.
Tanto él como su partido reconocen los hechos y no los niegan: a causa de esos hechos renuncia a la banca. Todos aplauden y es proclamado héroe. Es decir: se acepta el hecho, pero se le cambia el sentido. Mujica dice: no se puso un peso en el bolsillo, lo cual es verdad. Pero el fiscal no lo acusa de eso sino de otra cosa: conjunción del interés privado con el público. Se refuta lo que no había (acusación de enriquecimiento ilícito), se crea un héroe (y de paso se lo saca de en medio para que no complique la próxima comparecencia electoral del partido del ahora ex diputado).
Pocos días después de la mencionada convocatoria del sindicato de periodistas para comprometernos contra las fake news las aguas se agitaron procelosas ante la publicación en El País de la entrevista a Gavazzo realizada por Paula Barquet. El Uruguay cultiva cada vez más un ánimo provinciano y pacato: las viejas volvieron a persignarse.
Sendos periodistas, politólogos y políticos se escandalizaron de que se le hubiera dado voz a un monstruo haciendo un reportaje a un represor. En otras sociedades más abiertas la historia registra entrevistas célebres como la de Oriana Fallaci a Galtieri y al Ayatolah Joumeini o la de Barbara Walter a Fidel y otros sátrapas, todas ellas aplaudidas como buen periodismo. Martín Aguirre hace un excelente análisis de los antecedentes del periodismo en ese sentido (El País, Dom. 12-V-19) y de la calidad del trabajo periodístico de Paula (que comparto).
Las redes llevaron y trajeron torrentes de histeria. Más centrado me pareció el análisis de Mariana Contreras en Brecha (10-V) que recoge como parte de la información varios derrames biliares, pero, para ella, el reportaje solo fue innecesario y no agrega nada a lo que ya se conoce porque Gavazzo miente siempre y de él solo se pueden esperar informaciones falsas (fake news). No comparto esta afirmación. Tampoco la compartió la fiscalía ya que mandó requisar todas las carpetas y documentos que Gavazzo utilizó en la entrevista para revisarlos, demostrando el mismo interés que Paula Barquet, el diario El País y muchos de sus lectores. Hay material de verdadero interés en ese trabajo periodístico.
El asunto de la verdad, sus usos, su búsqueda, su escamoteo, su apropiación, etc. tanto en el periodismo como en la política es un tema permanente. Sobre eso debería haber versado el compromiso planteado a los políticos por los periodistas en el acto del Palacio Legislativo.
Para finalizar voy a dedicar unos renglones a lo que, en mi opinión, son los fake news, esos derivados de la tecnología actual que tienen potencial y alcance inusitado.
Las fake news no tienen nada que ver con la información ni con la verdad. Los que las generan saben que no son verdad y que no van a ser tomadas en tanto verdaderas. Los que las reciben y las reenvían tampoco las valoran como verdaderas sino por su utilidad para generar reacciones o impactos sociales. Producen su efecto no por engaño sino por su condición abrumadora; cabalgan en el impulso del malón, del abuso numérico y la frecuencia (y también de alguna sagacidad retórica o de lenguaje mediático). Nadie se para a examinar si lo que contienen es verdad o no lo es: sólo si es útil para el ataque. Lo resumo en un ejemplo local conocido por todos: difundir que en determinada época los gurises comían pasto. Todos sabían que nunca fue verdad (incluido Tabaré Vázquez que lo repitió) pero fue arma apropiada para la vileza y así se utilizó (y quizás se lo vuelva a escuchar en algún discurso de esta campaña electoral).
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