Antes de empezar comienzo deslindando mis comentarios de los insultos a España de Graciela Bianchi, quien ejerce la vicepresidencia de Uruguay (Poder Ejecutivo) por ausencia de la titular: son el producto combinado de falta de tacto, de visión para medir consecuencias del acto, agregando brutalidad, insensatez, desmesura e ignorancia. Sus dichos motivaron el inmediato ofrecimiento de disculpas a España, aunque internamente el gobierno no censuró los dichos.
En cuanto a la elección misma, hay que decir que esta definió que la declarada derecha, con el apoyo de los ultraconservadores de Vox, no consiguió -en este momento- hacerse del Poder Ejecutivo español.
De acuerdo con el escrutinio del acto comicial, efectivamente la derecha del PP consiguió la mayor votación y agregó un diputado más a su vasta cuenta tras el conteo de los sufragios en el exterior, consiguiendo 16 legisladores más que el gubernamental PSOE, que fue segundo lugar. La menor votación que obtuvo respecto a lo que casas encuestadoras le asignaban más la clara disminución de la ultraderecha de Vox, lo dejaron a cinco lugares por debajo del número mágico de 176 curules con los cuales apoderarse del Gobierno de España sin recurrir a otras eventuales adhesiones. Se podrá decir en la ocasión que, desde un punto de vista, los habitantes ibéricos se han salvado, hasta el momento de soportar un régimen declaradamente conservador y coaligado con un partido ultraradical de derecha.
Según algunos observadores, inscriben esta derrota de los populares en términos relativos, como un alivio de momento, que determina que lo que se equipara como una suerte de neofranquismo fue detenido en su camino al gobierno y le otorga al eventual ganador (PSOE y coaligados) el tiempo justo para reflexionar y quitarse de encima el dominio interno de los “barones” que creen ser dueños del partido (Felipe González, Francina Armengol, Fernández Vara, etc.), añorantes de un súper- acuerdo con el PP, sin el izquierdoso tercero (Sumar) ni Vox.
Al referirse a las distintas corrientes ideológico-partidarias de la UE, el portugués Boaventura de Sousa Santos reflexiona que “El círculo de lo políticamente posible se ha estrechado y dentro de él la clase política se empuja para marcar diferencias que, de hecho, son más retóricas que reales.”
Algo similar a lo anterior ocurre en estos momentos en España tras la convocatoria desde el Gobierno a una elección anticipada que, en el escrutinio, demostró no haber dejado nada políticamente resuelto; es así que me permito opinar que una gran bruma compuesta de dudas acerca de un futuro gobierno se cierne sobre la ciudadanía. Desde una parte del PP, fundamentalmente aquella que sigue a Alberto Núñez Feijóo, se apresuran esta semana primera de agosto a hacer contacto con algunos agrupaciones menores -intentado atraer su apoyo para una posible jefatura de Gobierno de su corriente- y con el propio PSOE. Este partido, como todos los que concurrieron a los comicios, está dispuesto a hablar con los demás, pero recién luego de que se constituyan las nuevas Cortes el 17 de agosto. Está claro que este último no tiene prisa, se siente cómodo en el gobierno interino -continuación del suyo anterior-, con el “statu quo” que la situación le impone y ante la posibilidad de autoelegirse en el Ejecutivo. Además, sospechan que los populares solo le pueden ofrecer ser su furgón de cola.
Asimismo, el PSOE y su actual líder, Pedro Sánchez, cuentan para continuar en La Moncloa con el aporte que de la coalición Sumar (que se presentó electoralmente a unas generales por primera vez y obtuvo algunos escaños menos a los pronosticados), el apoyo vasco de EH Bildu y el PNV y el de los catalanes. Si como aseguran son capaces de que diputados electos por la derechista Junts per Catalunya (Junts o JxCat), cuyo dirigente y ex presidente de Catalunya -Carles Puigdemont- está requerido por la justicia española desde 2017, el PSOE será gobierno presidido por Sánchez. Si los siete de Junts se abstienen o solo uno apoya al actual régimen, los populares y las izquierdas oficiales deberán prepararse para otra elección.
Junts presentará a quien se le acerque dos peticiones: un referéndum independentista de Catalunya (que intentó llevar adelante Carles Puigdemont y por el cual es acusado y requerido como imputado por la justicia española) y, como consecuencia de lo anterior, la amnistía jurídica de su líder.
Un nuevo llamado electoral sería una opción del PP si no logra que se nombre a Núñez Feijóo: aplazar el nombramiento de Presidente de Gobierno.
Se hace evidente, entonces, que el mayor escollo -o por lo menos el inicial- es el del disminuido partido catalán y, en caso de una nueva convocatoria electoral en el próximo invierno boreal, se daría tiempo para el rearmado de las coaliciones mientras persistirán las dudas.
Un segundo escollo en el camino del PSOE lo representan aquellos que han declarado que no votarían la reelección si en el conjunto coaligado se encuentran el tercero o cuarto partido de la presente elección (Sumar o Vox).
Los más “progres” del oficialismo suponen (con cierto temor) que la derecha y sus bases mediáticas hegemónicas practiquen sus conocidas “artes de la guerra sucia” que hacen parte de su publicidad antigubernamental y que usaron ampliamente en la campaña electoral. Infundieron miedos acerca de un (hipotético) “gobierno de los social-comunistas”.
Como resumen de mis pronósticos digo que con convencimiento adelanté el triunfo de la derecha y sus socios ultras sobre la coalición liderada por el PSOE; el margen estrecho que tendría cualquier coalición que llegara (o quisiera llegar) a La Moncloa, que Bildu estaría por encima del PNV y, por supuesto, de los populares en el País Vasco. Nada dije ni digo sobre las posibilidades de otro comicio.
Sí ratifico mi visión coincidente con la del coimbrense Sousa Santos y mi paisano Raúl Zibechi: “las diferencias entre izquierda y derecha han desaparecido, siendo la mayor derrota cultural y política imaginable”.
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