La integración del G20 -que se reunió tres días en Hamburgo- es de 19 países más la Unión Europea (UE) como bloque (aunque de este último participan a título individual Francia, Italia y Reino Unido); se creó hace 18 años y
le corresponde alrededor del 75% del comercio internacional. Asimismo, participan el FMI y el Banco Mundial; además, concurren países u organismos invitados.
Los debates destacados en su historial fueron en torno a cuestiones financieras, valores asignados a signos monetarios que operan como divisas (dólar y euro), sin desatender la aparición y el crecimiento de monedas virtuales. Este grupo de temas se ha hecho más notorio a partir de 2008, en que los países centrales compartieron problemas derivados de las crisis del capitalismo y la periferia los impactos de sus círculos concéntricos. Más allá de las presentaciones entre gobernantes -siempre hay debutantes y repetidores entre ellos-, sirven para que la mayoría procure dar certeza y rumbo a sus acciones globalizadoras y aunque poco deciden y orientan, manifiestan intenciones: son una especie de declaración de quehaceres.
La anfitriona Angela Merkel -abarcadora- expuso la pretensión de encontrar acuerdos que no desfiguraran posiciones particulares acerca de cambio climático, migración y comercio internacional. Afirmó que la gente en el mundo estaba pendiente que de la cumbre surgieran soluciones, aunque nadie sabe cómo se formó esa opinión ni quién le comentó la cuantía de público que esperaba algo de la cita.
Merkel se vio con Donald Trump y el magnate-empresario y presidente le reiteró sus posturas conocidas. El innegable atractivo que ejerció la presencia del mandatario y sus encuentros bilaterales fue el blanco principal de prensa.
Emmanuel Macron, abrigaba la esperanza que Trump rectificara en la denuncia anunciada del Acuerdo de París, lo cual éste no sólo no hizo sino que ratificó la decisión, con lo que al final consiguió el favor que se admitiera la posibilidad de que Estados Unidos (EE.UU.) bajará las emisiones de CO2 junto a la promesa de ayudar a terceras naciones.
Al buscar la singularidad de Hamburgo tropezamos con lo evidente: fue una cumbre donde resaltaron los entornos a partir de la llamativa participación del debutante Trump -que delegó en su hija la participación en el debate con los pares de su padre- y abrió un amplio espectro de diferencias y divergencias sobre temas en que el G20 había tenido posición unánime o, por lo menos una que le había permitido solapar desacuerdos no esenciales.
Sin embargo, el estilo de convergencia de opiniones, de generalidades que encubren diferencias o aún mentiras, se descubre entre los «adornos literarios» del documento final. Los párrafos dedicados a la situación y perspectiva de la economía son optimistas: en materia de política monetaria se confirma que habrá de seguirse una corriente de precios internacionales estables, con fiscalidad flexible, permanente apoyo a la elevación de la producción, procurará superar toda adversidad financiera y se sostienen viejos planteos sobre deuda pública de los estados.
El analista mexicano Jorge Eduardo Navarrete comentó que lo anterior parece “apoyarse en el análisis de coyuntura de la consultora Fulcrum Asset que constata (a partir de mediados de 2016 y tras descontar el aberrante comportamiento de EE.UU. en enero-marzo) una continuada expansión global fuerte y coordinada, sin señales significativas de cambio de tendencia, sobre todo en las economías avanzadas. En este primer trimestre, la tasa media anual de crecimiento de las ocho economías avanzadas del G20 fue de sólo 1.7% y la tasa media de desocupación de 6.1 por ciento. ¿Puede en realidad hablarse de una expansión fuerte y coordinada?”. Concluye: “Esta complacencia permite entender mejor que lo que se ha enraizado en estos 10 años es una nueva normalidad de crecimiento lento, desempleo persistente y salarios estancados o en abierto deterioro real.”
La bilateral de la que mucho se esperaba entre Putin y Trump -que duró más de lo programado- dejó sólo comentarios menores: los presidentes repitieron las mutuas congratulaciones de verse en persona y la ilusoria seguridad y confianza de obtener en el futuro buenos resultados mutuos.
Trump se reunió con Enrique Peña Nieto: los trascendidos en Washington fueron que EE.UU. reiteró su deseo de revisar el TLCAN (NAFTA por sus siglas en inglés); se mostró flexible a un acuerdo migratorio como programa para trabajadores agrícolas temporales, y sobre el muro fronterizo dijo que debe ser pagado por México. Sin confirmar, aparentemente se tocó la salida estadunidense de los acuerdos del Pacífico y los mayores impuestos a importaciones de México, Argentina y Brasil, que aceptan situaciones de subordinación y dependencia.
En tanto, en las calles hamburguesas se vivió como un real estado de excepción la presencia de la policía local y los refuerzos llegados de toda Alemania para contener a los manifestantes locales y a los arribados de distintas zonas europeas. Particular vigilancia y represión hubo contra la marcha anticapitalista Welcone to hell (Bienvenidos al infierno) del primer día de cumbre. Según un reporte inicial de las autoridades, participaron 100 mil personas, hubieron 159 policías heridos y 45 manifestantes detenidos (no contabilizaron heridos) pertenecientes a grupos globalifóbicos, sindicatos y estudiantes.
Como una de las consecuencias de los enfrentamientos callejeros, las primeras damas de EE.UU. y México, por momentos, debieron quedarse en sus hoteles, evitando salir a las calles donde se sucedían actos contrarios a la cumbre. Al cierre, el discurso de Merkel y los dichos de autoridades federales y de Hamburgo contrastó la visión que se quería dar al mundo sobre Alemania con aquella que se difundió a través de los noticieros.
Acerca de la propia reunión, hay quienes observaron dos posiciones: la del multilateralismo contra la de la multipolaridad -querida por Angela Merkel-, propiciatoria de una gobernanza planetaria provista con bienes públicos globales operada desde corporaciones estatales y no estatales. En el lado opuesto, formulada por Trump, la de aquellos que sólo creen en el poder como fuente de legitimación.
Por su lado, los países de nuestro subcontinente -espectadores- quedaron en espera de circunstancias que despejen posturas acerca de quién será el guía comercial venidero para (en varios terrenos) aliarse con él.
Según algunos economistas, en el G20 estaba en disputa -y sigue estándolo en varios ámbitos- la hegemonía del capitalismo: ahora, figura EE.UU. como el único con condiciones globales para lograrlo. No ocurre igual con Europa, donde la dirección principal alemana de la UE no soluciona los casos de estados con situación crítica. EE.UU. es el único país que posee herramientas capaces de dar dirección a un sistema mundial preeminente, basándose primordialmente en su capacidad monetaria -la que abandonó principios de Bretton Woods en 1971 haciendo no convertible al dólar-.
En el G20 se presentan posiciones divergentes, contradictorias, en tanto EE.UU. se prepara para un ciclo en que arma su estrategia y pretende imponer criterios en globalización y liberalismo. Por ahora, quien llega como su posible competidor en ciertas cuestiones, China, reordena sus relaciones sobre la base del libre comercio y desde ahí disputa un espacio de conducción internacional del capitalismo.
Al manejar algunas de estas ideas, pensadores caracterizan el momento no como Occidente contra Oriente, sino como una confrontación para definir quién hegemoniza el sistema de dominación.
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