Voy a desviarme de escribir acerca de lo que han promovido la pandemia y los hechos de Ucrania, comprometiéndome sólo a esperar -en algún momento- atender lo que suceda en dicha guerra europea; saludar el fin bipartidista colombiano; consignar el acceso a La Moneda de Gabriel Boric y que en días mis paisanos festejen el triunfo del Sí en el referéndum del 27 de marzo. Por hoy, me detengo en España, a la que algunos llaman “madre (vocablo que significa malo, feo, desagradable, inoportuno, etc., entre los mexicanos) patria”, y me referiré a la rebatinga en el mayor de los partidos de derecha, el Popular (PP), y sus derivaciones.
Para quien firma Gerardo Tecé, presenciamos el funeral político de Pablo Casado, quien ha sido durante tres años y medio líder del PP, pasando de gritar consignas ultraderechistas atacando sin freno a todo ser viviente fuera de su espectro ideológico a preguntarse ¿por qué tengo que irme, si yo no he hecho nada? Tecé afirma: “El líder del PP se va porque una emboscada de hienas lo ha echado”. Como si del trato en un matadero se tratara, dice del PP y de quienes hace poco aplaudían al caído: “abierto en canal podemos observar con precisión de microscopio cómo funciona lo humano dentro de ese ecosistema bacteriano que es lo peor de la política”. De entre su impresión, nos manifiesta que “Hemos vivido una cosa muy salvaje, (…) hemos visto sangre, intestinos, traiciones… Esto es habitual en la izquierda, pero no en el Partido Popular”. Y hace una confesión: “Hemos presenciado un golpe de Estado en el PP y como tal lo he disfrutado”. Tras la disputa por la conducción partidaria, acerca del futuro apunta: “Un movimiento de la parte ultra del partido ha terminado con la parte más moderada”, sustentando su pronóstico en que “Casado ha cometido la traición mayor que se puede cometer en él, que es denunciar desde dentro la corrupción del partido, que en esencia es su razón de ser: (…) denunciar la corrupción en el PP es tocar lo sagrado”.
Desde Valencia me escribe un amigo afirmando que no hay épica en el PP, sólo ambiciones -como en la serie de televisión “Juego de Tronos”- para pasar de inmediato a ponerme al día (y de mi lado lo traslado al lector): el cuarto presidente del Gobierno, José María Aznar, del PP, sentó las bases de lo ocurrido y como líder autoritario, designó sucesor a Mariano Rajoy, alguien de quien sabía que no iba a hacerle sombra. Tras ser apartado este último del gobierno en junio de 2018, por culpa de la corrupción de su partido, tras una moción de censura que ganó la oposición, el PP celebró un congreso con elecciones primarias por primera vez, llegando a la votación final Pablo Casado. El electo se rodeó de leales jóvenes, apostando por Isabel Díaz Ayuso para las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2019, hasta entonces una desconocida que consiguió la presidencia con los votos de los partidos Ciudadanos y de la extrema derecha de Vox. Desde entonces, Díaz Ayuso logró fama y presencia permanente en los medios de comunicación por su estilo agresivo y populista que aprovechó para convocar nuevas elecciones regionales en mayo de 2021, a mitad de legislatura, consiguiendo un abultado resultado que rozaba la mayoría absoluta y siendo investida de nuevo como presidenta de la comunidad, con los votos de la extrema derecha con quien comparte discurso político.
Pablo Casado, sobre quien recaen serias dudas de honestidad por el modo de obtener sus títulos en derecho y un máster, concurrió a las siguientes elecciones generales, perdiendo en ambas con el número más bajo de diputados obtenido nunca por su partido, elecciones que ganaría el PSOE con Pedro Sánchez quien resultó presidente del Gobierno. Entre los pesos pesados del PP, conscientes de la imagen de corrupción que les había llevado a la derrota, consideraron que no perdían nada con Casado, tanto podía ser un mirlo blanco que resucitase el partido -aunque improbable- como un líder de transición al que podían dejar que se quemase a la espera de vientos más favorables.
Pero Casado no contaba con Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid -pero no de su partido en la comunidad- ambiciosa, populista y adulada por los medios de comunicación de la derecha, la que empezó a postularse para presidenta regional de su partido, como una plataforma para llegar también al del PP nacional, lo que le daría el liderazgo del partido. Por su parte, el Gobierno espera a Alberto Núñez Feijóo (sustituto de Casado como seguro presidente nacional del PP en el congreso convocado para abril) para ver qué decisión toma en su primer gran reto en los comicios regionales de León y Castilla, asociado con el ultraderechista Vox.
El gobierno de Sánchez no va a dejar que el nuevo líder del PP se escape fácilmente de esa primera gran mancha, si la alianza no se disuelve. En sus primeros golpes dirigidos desde el gobierno hacia la llegada factible de Feijóo, Sánchez ha manifestado que cuando el PP ha tenido que optar, ha optado por abrazar a la ultraderecha. El gobernante recuerda que Angela Merkel ordenó renunciar a un ejecutivo (Turingia) para mantener el cordón sanitario contra la ultraderecha. “En un país tan descentralizado como España, que la ultraderecha entre en un Gobierno es de extraordinaria gravedad, porque estamos hablando de gestionar sanidad, educación, en un partido que dice que no existe violencia de género, que ataca la inmigración, la memoria democrática y quiere debilitar el diálogo social en Castilla y León”.
Sánchez reiteradamente se ha referido al titular de la nota de una agencia internacional inglesa indicando que lo ha visto y leído, comparado con otros despachos y escritos de opinión y eso es lo que piensa el mundo acerca de lo que ocurrirá en España: “la ultraderecha logra llegar al poder por primera vez desde Franco”.
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El autor reconoce que habría sido imposible elaborar lo anterior sin el aporte de Jordi Bañó i Aracil, Profesor-Doctor Asociado de la Universitat de València.
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