Home Política ¡Guambia que se nos vienen! por Ruben Montedónico
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¡Guambia que se nos vienen! por Ruben Montedónico

¡Guambia que se nos vienen! por Ruben Montedónico
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Las evidencias indican que en Sudamérica, tras un primer impulso progresista del siglo, se dan cambios sociales orientados a la derecha con una resolución que empuja la historia con ciertas dinámicas -electorales, cuando las hay, tras engañosas campañas, trucos, promesas que no habrán de cumplirse, comentarios e informaciones tendenciosas difundidas por medios de comunicación y polución de mentiras- que tuercen los cursos políticos para hacer lugar a la reposición conservadora neoliberal, conteste a los deseos y voces que llegan desde el imperio.

Si vamos hacia atrás, trascendiendo lo subregional, tenemos el temprano caso del fracasado Manuel Zelaya en Honduras, seguido por otros muchos, como el asedio contra Venezuela -nacido con Hugo Chávez y continuado-; la deposición de Fernando Lugo; la inocuidad de Michelle Bachelet con el statu quo heredado; la expulsión de Dilma Rousseff y la prisión de Lula; la defección de Lenín Moreno; el ocaso de Cristina Fernández y el proyecto progresista. Se puede decir que la elección de López Obrador se contrapone a estas caídas: viéndolo desde el sur lo observamos distante y más preocupado por acomodarse dentro de la férula washingtoniana, sujeto a improntas geográficas, migratorias y comerciales, que atraído por alguna definición de política exterior destinada a mirar al sur del hemisferio.

Esta visión es desde un Uruguay que ha empezado el ciclo electoral en el que se definieron los candidatos presidenciales de cada partido: hay unas primeras consideraciones sobre ellas, en tanto se hacen aprestos de campañas para los comicios de octubre-noviembre. Alguien que como yo ha sido y es crítico de los gobiernos del Frente Amplio (FA), no olvida que en estos 15 años hubo innegables avances -en particular en prestaciones jubilatorias y salariales- y progresos sustantivos para trabajadores y sindicatos; aunque eso no sea todo lo esperable tiene que dársele carácter de irrenunciable ante quien resulte triunfador en las elecciones.

Como es manifiesto, sobre los tres gobiernos nacionales del FA se pueden tener distintas apreciaciones, puntos de vista divergentes, marcar diferencias y apuntar insuficiencias, pero de ninguna forma se pueden borrar. Este hacer cercano es aquello que se va a medir electoralmente y se ponderará si continuamos con él y le damos posibilidades otros cinco años para hacer después la evaluación. Pero acerca de lo que propone la mayoría de la oposición no nos podemos engañar y pretextar que no sabemos: una pizca de memoria -la de 1985 hasta hoy- debe estimar que un sufragio por ella lo será por el plan neoliberal, indudablemente aprobado por la derecha, con sentido de clase, con urgencia de implementarlo de inmediato, de propia mano, arremetiendo contra todo signo progresista por mínimo que sea.

Las deficiencias gubernamentales actuales y el estancamiento en varios rubros no justifican el traspaso a la oposición que no tiene nada «bueno por conocer”. Cuando se piensa en el triunfo de las derechas debemos mirar los espejos de otras geografías y lo que nos dicen. Con sus prioridades de defensa a ultranza de la propiedad privada justifican el crecimiento del 3 % de la población (1% de los más ricos y 2% de la mesocracia): para ellos eso significa “desarrollo”. A ese ínfimo porcentaje le atribuyen la “libertad”, que dirige la economía, fija precios de productos de consumo, intervienen en bolsas de valores, mercados de cambio, comercio exterior, finanzas y “colocación” de dineros en “paraísos fiscales”.

Lo anterior determina que el Estado sea sólo una entidad que no dirige la economía ni dicta sus reglas, sino que únicamente mira el laissez faire de los dueños del capital. Pero eso sí: el Estado debe conservar el orden y que éste no sólo se destine a combatir a la delincuencia, sino a reprimir la organización popular, impedir las ocupaciones de los centros de trabajo, regular -a favor de las patronales- las huelgas, fijar el valor del trabajo (a través de imponer sueldos) y no participar en tripartitos consejos de salarios: éstos, si correspondiera, serán fijados bilateralmente por empresa y empleados.

A dichos extremos individualistas -opuestos a los colectivos y la solidaridad- se agrega que la no intervención del Estado en cuestiones económicas se combina con ventas de los bienes y servicios propiedad de la Nación a particulares o extranjeros. Las acciones neoliberales que proponen los candidatos mayoritarios de la oposición (con modalidades y acentos oligárquicos o propuestas de arquitectura socioeconómicas similares a Chile -el país sudamericano con peor distribución de la riqueza) son aquellas que siguiendo las recetas del FMI se aplicaron en la Argentina de Mauricio Macri, donde es muy probable que se recurra nuevamente en octubre-noviembre a los populismos peronistas progresistas para remendar al endeudado y ruinoso Estado al borde del cese de pagos (default).

Para alcanzar sus fines la oposición posee una herramienta fundamental para estos momentos: los medios de comunicación. Podemos recordar a Adam Smith cuando aludía a “la mano invisible” y pensar, entonces, que los sectores desprovistos de alguna conexión social son manipulables y actúan irreflexivamente, relacionándose aisladamente con lo inmediato, como si no existiese ni importasen los antecedentes, la historia.

Es entonces cuando para reforzar lo anterior se recurre por parte de grupos o clases a los descontentos (de base real y legítima) y a los movimientos reivindicativos de productores para conquistar opiniones y obtener privilegios. Esos pequeños conjuntos que obedecen a designios del capital, que actúan como verdaderas sectas y que se consideran -en muchos casos- como los únicos virtuosos, introducen masivamente su mensaje entre los electores (considerados por ellos como vulgum pecus).

El resultado que se tendrá, en caso de escogencia de una de las postulaciones opositoras y ésta triunfa, es que se entenderá que el significado de “democracia” es el de poder de unos pocos.

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