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Homenaje “El loco” DUARTE por Ignacio Martínez

Homenaje  “El loco” DUARTE por Ignacio Martínez
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“¡Qué vida de locos, ésta”- dijo LEON DUARTE una vez, en la clandestinidad, buscado por todo el país! Y agregó “pero que linda vida, ¿no?”.

En la década del 50 eran pocos los que soñaban en formar un sindicato en FUNSA, el feudo de Pedro Saénz, donde el despotismo, la prepotencia y la humillación del obrero eran pan de cada día. Uno de aquellos soñadores era Duarte, “el loco”, como le decíamos desde nuestro inmenso cariño.

Primero fue luchar contra el patrón de revólver a la cintura, que se paseaba a caballo por la fábrica, como capanga. Después fue la lucha contra los amarillos y alcahuetes. Finalmente se trató de poner en la raya al directorio de los hampones, parándole el carro a Fernández Lladó, Einoder y Cambón.

Larga fue aquella lucha. Pero en los años 60 ya el sindicato había logrado unir en torno suyo a todos los trabajadores, incluyendo a los supervisores; había logrado importantes conquistas de viejas reivindicaciones y era ya un punto de referencia de dignidad y de lucha para los gremios de Maroñas, de Montevideo y de todo el país. Duarte fue principal animador de esa paciente, obstinada, difícil y victoriosa construcción.

En 1964-66 nace la CNT que también tiene a León Duarte como uno de sus principales constructores, sobre los principios de unidad, de lucha y defensa de la clase obrera, como orientadora de los humildes en todo el país.

Por eso hablar del movimiento sindical en Uruguay es también hablar de “el loco” que, sin embargo, nacido de las clases humildes, dedicado al sindicato, dedicado a la unidad nacional en una sola central, comprendió también la necesidad de construir las herramientas políticas.

El 13 de julio de 1976 es secuestrado y desaparece en Buenos Aires en plena resistencia contra la dictadura.

Antes de su última caída, Duarte conoce la prisión. Varias veces fue detenido y otras tantas salvajemente torturado. Tal vez el mejor testimonio de la dignidad de “el loco” sea la histeria de sus propios captores ante la conducta entera de este hombre íntegro. Es que para Duarte nada era imposible. Desde su llanura, desde su condición humilde, con modos y costumbres de hombre rural, gustoso de las canciones de

Favio o el Tango Malena, dispuesto a sanar contracturas o empachos, casi como un sabio curandero consultado seriamente por todos, Duarte creció y mucho, como crece la gente sencilla que toma conciencia y, como él, es capaz de tomar el cielo por asalto. Cuando los historiadores del futuro estudien estas décadas podrán hacer la triste historia de las hipocresías y de los absurdos y de las mediocridades, pero por suerte, para suerte de nuestro propio tiempo, también harán la historia de la dignidad, de la grandeza cotidiana, de la solidaridad y de los más caros valores humanos que se siguen procreando como las hormigas o como las abejas. Y podrán saber, porque nosotros somos memoria para que todo se sepa, que hubo hombres como Duarte. Entonces a la historia universal del deterioro se le podrá oponer la historia universal de la entereza. A la historia nacional, acartonada y fría, se le podrá oponer la cálida historia de la vida de un pueblo que tiene entre sus hombres a Duarte, que supo ser docente de hombres libres.

Varios son los testimonios que dan cuenta de las condiciones de su detención. Todos coinciden que para “el loco” su propia vida no importaba demasiado, por eso él le decía a Gavazzo que dejara ir a los demás prisioneros y se quedara con él ¡Demasiado botín eran los compañeros como para dejar libre a ninguno! Entonces después de una brutal tortura, cuando era devuelto al salón de los presos, Duarte le dijo a los demás secuestrados: “a resistir, compañeros, que aquí nos graduamos de revolucionarios”. “El loco” tenía 48 años cuando fue secuestrado.

(Extracto de mi libro “Avisa a todos los compañero, pronto”, 1991)

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