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Hacerse cargo por Luis Nieto

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Hay momentos en la vida del país que actúan como las bisagras de una ventana, y hay ventanas que se abren para que entre la luz o para que entre la noche.

Hoy hay una situación bisagra en Uruguay. Los partidos políticos se renuevan, hay un Parlamento con vitalidad, que expresa todas las opciones que la ciudadanía ha elegido, con una nueva oposición que tiene una bancada numerosa, que, sin embargo, no reúne la fuerza suficiente para imponerle su agenda al gobierno. En cambio, ya ha probado que negociando pudo suavizar las iniciativas del Ejecutivo en el tratamiento parlamentario de la LUC.

Si bien la pandemia es una calamidad, ha llegado con un ritmo que favorece a la introspección y la cooperación para resurgir como un país que tiene claros los límites de las discrepancias y las concordancias. Esto también se refleja en las noticias con respecto a nuestro país. Es la información y son los símbolos, ¿o acaso la ceremonia de asunción del presidente argentino, con la presencia de gobierno saliente y gobierno entrante de Uruguay no emitió una fuerte señal institucional y de cultura política civilizada y madura?

Pero hay temas pendientes de los que tenemos que hacernos cargo, y no sólo las autoridades electas. Todos necesitamos cerrar los capítulos más dolorosos de la vida del Uruguay. Una parte de nosotros, desgraciadamente, se siente obligada a vivir medio siglo atrás, se le hace cuesta arriba imaginar el Uruguay que le podría dejar a sus hijos y nietos. Esta no puede ser la herencia que les dejemos.

Desde 1985 al presente gobernaron, por mandato ciudadano, las mismas fuerzas políticas que estaban presentes en los años previos al golpe de Estado de 1973. Acaban de renunciar a sus bancas los senadores José Mujica y Julio María Sanguinetti, uno dirigente tupamaro, el otro ministro del gobierno de Jorge Pacheco Areco, contra el cual la guerrilla desató toda la fuerza que pudo reunir. Si ellos se retiraron del Parlamento con un abrazo, y con ese abrazo daban por laudado el pasado que los enfrentó, ¿no estaremos frente al tiempo de dar los pasos que se deberían dar para que la paz alcance al alma de todos los uruguayos? Son dos personalidades políticas de las más alejadas que puedan encontrarse en la vida del país, y sin embargo empujaron juntos las bisagras oxidadas de esa ventana para que entrase algo de luz. La inercia puede hacer que todo quede en la nada, el ejemplo puede contagiar a que otros ciudadanos se esfuercen por explorar las posibilidades de que el pasado quede atrás, sin que eso implique olvido e indiferencia. Al contrario.

Jorge Batlle, con su fino olfato para definir situaciones, le llamó “el estado del alma” a la condición preexistente a buscar soluciones para lo que quedó pendiente como deuda del pasado. Él, personalmente, dio el ejemplo cuando tuvo que dar una mano a gente que volvía al país, como en el caso de Raúl Bidegain Greissing, y lo hizo callado la boca, aunque el solicitante fuese la encarnación del mal, de acuerdo a la leyenda que se había creado en torno a Raúl, en épocas de mucha pólvora.

Necesitamos, como el aire que compartimos, dejar de definirnos por lo que fuimos y comenzar a definirnos por lo que queremos ser. Qué tipo de ciudadanos queremos y podemos ser.

¿Se puede, todavía, encontrar nietos perdidos en aquella noche tenebrosa, y los restos de nuestros seres queridos? Desde la rabia será cada vez más difícil, desde las hebras de la limpia bandera que deberíamos levantar juntos puede ser que suceda, y si no sucede que sea porque se hayan agotado todos los medios humanos posibles. Mientras en nuestras almas quede la sensación de un pasado que duele, y que ninguno de los sueños que los muertos tuvieron se cumplió será difícil mirarnos con franqueza a la cara.

Tal vez necesitemos oír el compromiso formal, humilde, de todos los que de una u otra forma hayamos provocado dolor en ese pasado que nos sigue conmocionando, de dar vuelta la página, juntos, con esfuerzo y resultados. Tuvimos más fuerza los culpables que los inocentes, a pesar de ser minorías. El dolor que nos llega del pasado no es el de una guerra civil donde la sociedad se enfrentó a sí misma con un odio ancestral. La sociedad se vio arrastrada a una situación de hecho, y dejemos de lado toda mención a los dos demonios, o como quiera definírsela. Comenzó como todos sabemos que comenzó, y nadie pudo evitar ni el desenlace ni el saldo luctuoso de los años siguientes. De eso hace ya medio siglo. Otras batallas cívicas ha habido desde entonces, pero fueron por ideas, con banderas y no con armas ni generando situaciones irreparables. Sin embargo nos sigue definiendo el pasado. Así como en las décadas del sesenta y setenta no pudimos evitar lo que pasó, nos mostramos torpes al no darle valor a lo que nos une hoy, y por lo que vale la pena luchar hoy.

¿Qué nos impide quitarnos ese peso de encima y quitárselo al país? Puede ser un proceso largo, difícil de aceptar. Muchas instancias nobles se empantanaron desde que volvimos a vivir en democracia, tal vez porque el protagonismo tuviera un color político, o porque no estábamos preparados. La respuesta no importa. Probémoslo otra vez, y tantas veces como sea necesario.

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