¿Hay lugar para la ultraderecha?
“…el viejo mundo no se muere y el nuevo tarda en nacer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Antonio Gramsci
Una rápida mirada al mundo y la región nos permite ver el avance de partidos que representan a la ultraderecha o a un populismo de derecha. Así vimos desfilar a Bolsonaro en Brasil, y se preció de una alianza amplísimo para evitar su reelección; observamos con preocupación el crecimiento exponencial de Milei en Argentina; asistimos a la llegada al poder de Georgia Meloni en Italia, y miramos con atónitos el avance Vox en España, entre otros varios ejemplos posibles.
Muchas veces se dice que estos grupos crecen por la debilidad de los partidos políticos tradicionales. En Uruguay dejó de ser vergonzoso para mucha gente definirse como de derecha.
¿Es posible algo así en nuestro país? ¿Las ideas de odio al diferente y avasallamiento de las minorías pueden tomar fuerza en Uruguay? ¿Qué motiva que puedan surgir estos fenómenos? ¿En qué fracasan los viejos partidos para posibilitar este fenómeno? ¿La estructura partidaria local es tan fuerte como para enfrentar eso? ¿Hay lugar para líderes populistas de derecha en nuestra comarca? ¿Seguirá la derecha relegada dentro de los partidos tradicionales y con expresión en Cabildo Abierto? ¿Cómo nos puede afectar que se consolide esta tendencia a nivel mundial y regional?
Pasando al fondo que hay lugar (y en el Frente también) por
Miguel Manzi
En su planteo de esta semana, Voces confunde (que no es lo mismo que estar confundido): una cosa es la ultraderecha y otra, bien distinta, es el populismo de derecha. Wikipedia, fuente inagotable de sabiduría, nos ilustra acerca de lo que todos evocamos cuando pensamos en ultraderecha: “el neofascismo, el neonazismo, el supremacismo blanco y otras ideologías u organizaciones que presentan aspectos xenófobos, racistas, homófobos, machistas, teocráticos o reaccionarios. La política de extrema derecha puede conducir a la opresión, la violencia política, la limpieza étnica o el genocidio”. Estos alcances ajustan sin esfuerzo a la gestión de los grandes asesinos seriales modernos: Stalin, Hitler (aliados al principio, sepan los jóvenes, que son en general ignorantes), Mao, Pol Pot, últimamente Putin. Entre nosotros, a la modestísima escala que nos corresponde, compitieron por ajustarse al mismo concepto, el MLN-Tupamaros por la izquierda y los milicos golpistas por la derecha (también aliados en más de un momento, sepan igualmente los jóvenes iletrados). El populismo, por su parte, no aspira a tanto (ni el de derecha ni el de izquierda): refiere apenas a propuestas facilongas para atraerse el favor popular, eventualmente agravadas por el énfasis en una división antinómica entre pueblo y élites (ejemplos sobran en el vecindario). Ultras y populistas, pues, hay por las dos bandas. Ahora sí: Voces se confunde, cuando afirma que “En Uruguay dejó de ser vergonzoso para mucha gente definirse como de derecha”. Menudo espejismo: aún en el declive de la pasada dictadura militar, el 40% de los uruguayos le prestó su apoyo en las urnas sin pudor alguno. Una hemiplejia igual y contraria, destacaría que en Uruguay no sea vergonzoso definirse como de izquierda (¡comunista!), no solo considerando los antecedentes planetarios, sino también los indesmentibles ejemplos locales de “ideas de odio al diferente y avasallamiento de las minorías”. Aclarados así los tantos, y descartadas por alarmistas las visiones de un mundo nazificado, está clarito que Manini es derecha populista, pero no ultraderecha que amenace o siquiera cuestione la legitimidad del sistema. Bordaberry, si concreta su regreso a la arena política, es también derecha, pero no ajusta del todo a populista ni a ultra. Entre los blancos pasa lo mismo; y en el Frente sobran los populistas y queda algún ultra. Dicho lo anterior, ¿hay lugar en Uruguay para la ultraderecha? Por supuesto, como lo hubo hace no tanto para la ultraizquierda. Las notas que nos distinguen como país, no nos inmunizan contra las patologías sociales ni los delirios canallescos. Lugar hay. Lo que no hay, por ahora y por fortuna, es ultraderecha.
No hay vacunas eternas por Eduardo Vaz
Contestar estas preguntas de Voces en el cincuentenario de la última dictadura obliga a decir SÍ, es posible. Ya ocurrió a pesar que se había vivido la de Terra 40 años antes.
¿Cómo fue posible el «camino democrático a la dictadura» (Álvaro Rico) en Uruguay?
Un largo proceso de casi dos décadas, que arranca con la crisis estructural de mediados de los 50 cuando el modelo productivo existente no fue capaz de seguir generando las suficientes riquezas para soportar aquel estado de bienestar. El deterioro de la calidad de vida de las grandes mayorías, el desplome de las capas medias que eran el sostén social y cultural del modelo, se expresó en grandes conflictos sociales debido a un creciente malestar. Electoralmente, la victoria blanco-ruralista de 1958 fue la alternativa al eterno poder colorado, con su promesa de mejora en base al liberalismo conservador de Herrera y el anticomunismo de Chicotazo. Será en esos gobiernos blancos que entran las políticas del FMI con sus cartas de intención, el incrementando de la represión a las manifestaciones obreras y estudiantiles, llegando a hablarse, con fundamento, de un posible golpe de estado por parte de militares fascistas liderados por los recién nacidos «Tenientes de Artigas» presididos por el blanco Gral. Aguerrondo. Allí, en 1964, los sindicatos ya resolvieron que irían a la huelga general en caso de concretarse el golpe.
Los siguieron los gobiernos colorados (Pacheco y Bordaberry) donde se profundizó la política fondomonetarista y excluyente, se agravó la crisis a niveles desconocidos y las medidas prontas de seguridad pasaron de excepcionales a casi permanentes.
Si bien no hubo golpe en el 64, el proceso de fascistización de las FFAA fue promovido por este sector ultranacionalista y anticomunista (la mezcla perfecta para la solución fascista) y financiado por los EEUU, formados en la doctrina de seguridad nacional y entrenados en contrainsurgencia en la Escuela de Panamá.
También, fueron transformando la Policía. La presencia del FBI, la CIA y otras agencias de USA financiaron y formaron la siniestra DNII con V. Castiglioni al frente.
Se alentó el surgimiento de grupos fascistas que agredían militantes estudiantiles y de izquierda desde los años 60 (JUP, MNR, LOA), que tendrían su pico en el Escuadrón de la Muerte de los 70.
TODAS las fuerzas democráticas tienen su mochila:
-los que promovieron aquel modelo socio-económico concentrador e insensible.
-los que votaron las medidas prontas de seguridad, el Estado de Guerra Interno y la Ley de Seguridad del Estado y promovieron el protagonismo de las FFAA.
– los que hicieron acciones armadas (63-72) con sabotajes, muertes, asaltos y secuestros que facilitaron la respuesta violenta del estado en lo represivo y discursivo.
– los partidos del FA que priorizaban la revolución por cualquier vía frente a la democracia burguesa y en crisis que teníamos llegando a tener expectativas favorables en los militares «peruanistas».
– los dirigentes tradicionales que aceptaban un golpe militar transitorio para sacar a Bordaberry en febrero del 73.
El miedo y la inseguridad instalados por la brutal crisis política y económica fueron fomentados por la guerra psicológica que se desató con todo el poder del Estado y mediático reaccionario, transformándose en factores claves en la parálisis de muchos y el apoyo de miles a aquel funesto 27/6/73. La reestructuración antidemocrática del propio estado fue factor decisivo en la construcción de la nueva realidad.
¿A qué viene esta reflexión crítica de aquellos años?
Nos permite bucear en las causas recurrentes que transforman una sociedad amortiguadora y bastante inclusiva, democrática, en una intolerante, caótica, insegura, atemorizada y autoritaria.
Los ejes caos-orden, patria-subversión, democracia-comunismo, que los sectores más reaccionarios con ayuda norteamericana lograron instalar, junto al descreimiento en los partidos políticos y sus dirigentes, el vaciamiento institucional, la estigmatización de los sindicatos y toda manifestación crítica, la desunión de las fuerzas democráticas políticas y sociales, fueron factores determinantes del advenimiento de la dictadura.
Con las peculiaridades de cada época, ya sea entre las dos guerras mundiales en Europa, los años 60 y 70 en A. Latina, o el fracaso de la globalización neoliberal con la explosión del 2008 en USA y su extensión al mundo, el desencanto y la frustración social con las democracias reinantes, el aumento de todas las formas de violencia, el miedo y falta de perspectivas sensatas, son el caldo de cultivo para que una parte de los sectores poderosos se orienten a las soluciones simplistas, primitivas, radicales y antidemocráticas, que desembocan en regímenes autoritarios que terminan en verdaderas tragedias. Está en su lógica interna.
Hoy, con las comunicaciones personalizadas y las nuevas herramientas digitales, esto se ha potenciado aún más.
No hubo ni hay dos demonios que expliquen la dictadura uruguaya ni el ascenso del nazismo. Hubo un demonio fascista que triunfó sobre la base de una profunda crisis económica y social, captando o neutralizando multitudes en base a violencia, prejuicios y mentiras, junto a errores e incongruencias de los sectores democráticos, progresistas y revolucionarios de cada época que, por sectarismo, desconfianzas mutuas, ignorancia y errores de cálculo, no se unieron a tiempo para frenar a la bestia. No estamos vacunados. Cada generación debe librar su propia batalla.
Macartismo invertido por Marcos Methol
La izquierda a nivel mundial y también en Uruguay está perdiendo el apoyo de los pobres. Además, dentro de la izquierda la resistencia de las corrientes de raigambre histórica y nacional ha sucumbido frente a las corrientes progresistas e internacionalistas. Ese espacio abandonado está siendo ocupado por otros movimientos y liderazgos a los que llama «ultraderecha».
En lugar de revisar sus prioridades, la izquierda decide volcar sus energías diariamente a crear ese monstruo antipolítico y populista. Es una especie de macartismo invertido, acusando de «facho» todo aquello que les resulta incómodo y proponiendo directamente su silenciamiento. Una estrategia que no surgió ni en la Udelar ni en el comité de base, sino en lejanos centros de estudios y think tanks asociados al capital global.
A esa izquierda no le importa si hay lugar o no para la ultraderecha, el lugar tiene que estar porque lo necesitan como elemento de autoafirmación, porque parten de la base que la disputa política que importa es meramente dialéctica y discursiva. Es una cuestión de marketing político.
En Uruguay es tan forzada esa pretensión que se afilian a la teoría de que Pedro Manini Ríos y Luis Alberto de Herrera eran la ultraderecha que ahora se continúa respectivamente en su nieto y bisnieto, cuando ambos fueron en la primera mitad del siglo XX promotores del reformismo social y el anti-imperialismo.
En junio del año 2022 el Frente Amplio invitó al español Pablo Iglesias, fundador de Podemos, para que les explicara por qué habían perdido el referéndum de la LUC. Su respuesta fue que hay que impulsar una «izquierda mediática» y que «el terreno del combate fundamental» es el comunicacional.
Veamos qué sucede en España hoy, en 2023. En las recientes elecciones municipales el Partido Popular arrasó al PSOE, Vox se consolida, mientras que Ciudadanos y Podemos se derrumbaron. El escritor Rafael Narbona reflexionó que la izquierda tiene que hacer autocrítica y que su fracaso se debía a una estrategia equivocada ligada por ejemplo al pacto con el separatismo, la cultura de la cancelación, los escraches, la teoría queer y el lenguaje inclusivo. Remata sosteniendo que la derecha impone su discurso que «resulta atractivo para los sectores menos ilustrados de la sociedad». Y ahí dejó entrever el verdadero problema: su vanguardismo desprecia a los pobres.
Del otro lado, el periodista Luis Del Pino afirmó que por mucho que el presidente Sánchez recurra al guerracivilismo para intentar resucitar al eje izquierda-derecha, ese eje ha caducado. «En nombre de causas abstractas trata de fingir esa izquierda tradicional que sigue defendiendo a los débiles, mientras la realidad es que comparte mesa y mantel con los que cada día se enriquecen más con la excusa de esas causas».
Señalero roto por Esteban Pérez
Es notorio el avance de los partidos y coaliciones de derecha tanto en Europa como en nuestra sufrida Latinoamérica. En el viejo continente las socialdemocracias han sido desplazadas y las trazas de izquierda revolucionaria son apenas un testimonio en el límite de la extinción; mientras tanto en nuestra América Latina los progresismos han dado paso a la derecha reaccionaria que demuele los pocos avances obtenidos, siendo las izquierdas revolucionarias reducidas a mínima expresión con una endémica dispersión.
Parecería que los progresismos, surgidos para contener a las derechas, han parido el fortalecimiento de las mismas. La línea política de consensuar con “el centro” lejos de reforzar el progresismo ha fortalecido la derecha y la extrema derecha.
Los gobiernos del Frente Amplio apostaron a una conciliación de clases atendiendo los intereses de los capitalistas y haciendo concesiones a los trabajadores.
Con el viento a favor de los precios internacionales se exoneró el 3% de los impuestos a los empresarios y se otorgaron mejoras salariales a los trabajadores, pero cuando las condiciones no fueron tan favorables continuó la política de exoneración a los capitalistas pero los ajustes fueron para los trabajadores.
Durante el gobierno de Mujica, de quien era esperable una señal distinta, se hizo un acuerdo secreto a espaldas del pueblo ingresando al TISA (tratado promovido por Estados Unidos), sumado a la transnacionalización de la economía, la apuesta al extractivismo (Aratirï), la desindustrialización y la extranjerización de la tierra. Mientras sus discursos hacia el mundo causaban admiración, en casa hacía otra cosa con la mano derecha.
Afortunadamente los trabajadores alertados comenzaron una suma de paros y movilizaciones contra el TISA, lo que llevó a Tabaré (en su 2º período) a poner dicho tratado a consideración del Plenario del Frente Amplio donde la votación para retirarse contó con 117 votos a favor y sólo 22 para mantenerse.
Actualmente es preocupante oír como referentes de mucho peso vienen renegando de los Programas del Frente Amplio reculando en cuanto a impuestos a los ricos, avalando de hecho la Reforma de la Seguridad Social y quebrando lanzas por las AFAPS.
Reducir los discursos del Frente Amplio a defender los logros de sus gobiernos trasunta una grave debilidad ideológica. Detenerse en las reformas realizadas lleva a un retroceso; sólo se pueden consolidar los logros si se avanza en transformaciones de fondo; no se puede seguir sosteniendo los planes sociales con la obtención de recursos de las inversiones extranjeras y entregando nuestro suelo y nuestra agua. No hay otra que tocar el gran capital.
Ya no existen condiciones económicas para hacer conciliación de clase. Tampoco hay hoy por hoy un proyecto de alternativa de cambios profundos al sistema.
Me viene a la memoria un amigo de la adolescencia que tenía un tic nervioso que le producía guiñadas en el ojo derecho. Y con esa picardía de barrio que no generaba enojo, lo apodamos “señalero roto”. Parecería que dirigentes del Frente Amplio, algunos de los viejos y otros emergentes, tienen el señalero roto…
Tomando la experiencia del TISA, hoy por hoy el camino parece ser el fortalecimiento de las organizaciones de los trabajadores y del movimiento social en su conjunto como garantía y catapulta de las transformaciones necesarias.
Error del sistema por Leo Pintos
Educación pauperizada, fractura social, cultura alienante y política sin rumbo. Dejemos de vigilar la puerta, que el peligro ya está dentro y hace tiempo que vive con nosotros. Como una mancha de humedad, apenas imperceptible al principio pero que luego ennegrece y termina descascarando la pintura, diferentes fenómenos sociales van haciendo carne en la política. Son fenómenos locales pero que están fuertemente ligados a otros que no conocen de fronteras. Así en Europa la inmigración, con su carga de racismo, intolerancia cultural y religiosa, ha calado hondo en las sociedades y parece no tener techo. En Estados Unidos también está presente el tema de la inmigración, pero hay que sumarle las tensiones sociales propias de esa sociedad, que van desde la tenencia de armas, pasando por los derechos civiles y el lobby religioso, hasta el sentimiento ultranacionalista que impera en vastos sectores de población que ven en el globalismo una seria amenaza. El sur del mundo aparece como la usina generadora de los problemas del norte. El narcotráfico, el crimen organizado, los migrantes, las pestes. Nada de esto escapa a lo humano. En cada tiempo la humanidad ha conocido la barbarie, el aniquilamiento y el sometimiento. Y este tiempo no es distinto a otros.
Claro que como nunca, la humanidad está tan a merced de la manipulación. Lo que hace algunas décadas atrás a una persona u organización le llevaba una vida comunicar, hoy a alguien con mínimos recursos intelectuales, estéticos, artísticos o políticos, le puede llevar horas o minutos. Alcanza un vaso de estupidez para saciar la sed de millones de estúpidos. Tenemos claro que tarde o temprano todo llega a Uruguay; la lluvia en Buenos Aires, el humo de la Amazonia, el Fenómeno del Niño en el Pacífico. Solo es cuestión de esperar. Será nuestra responsabilidad como sociedad retrasar lo más que se pueda la irrupción de los charlatanes de moda, de los cantos de sirena que vienen con la solución mágica a los problemas de siempre. No es cuestión de señalar a tal o cual persona, o a esta o aquella organización. No tiene sentido. Por acción u omisión el discurso extremista de derecha terminará horadando la convivencia democrática. Y la razón es muy sencilla, es un discurso que propone soluciones radicales a problemas complejos, sin frenos éticos ni líneas rojas. Estridencia e indignación, lo básico para trascender en tiempos revueltos.
Y a esta altura es cuando uno debiera plantear alguna alternativa. Muy a mi pesar no la tengo. Parece casi imposible encontrar recursos válidos y razonables para enfrentar estos discursos reduccionistas y claramente emocionales. Solo resta esperar que nuestra democracia sea lo suficientemente madura para impedir –o al menos retrasar- las consecuencias de este error del sistema.
Izquierdas, derechas, y la armonía social por Juan Pablo Grandal
Como es conocido, los términos “izquierda” y “derecha” en política son originarios de la Revolución Francesa, y han evolucionado a lo largo de los siglos siendo la forma dominante de división del espectro político en la mayoría del mundo contemporáneo. Se le han dado distintos significados a estos términos, pero los que considero más sensatos son los siguientes: se ha tendido a asociar a las izquierdas (el uso de los plurales es importante en estos casos) al igualitarismo, racionalismo, a la defensa de la idea de progreso; y a las derechas con la defensa de jerarquías naturales, la tradición, el orden y la autoridad.
Incluso hay otros elementos que añaden a la complejidad. Utilicé los plurales debido a que dentro de las izquierdas y las derechas existe una gran diversidad. Tenemos izquierdas marxistas, anarquistas, socialdemócratas, liberales; y derechas reaccionarias, derechas fascistas, derechas conservadoras, derechas liberales. Y otras subcategorías también. Todo es más complejo cuando vemos que por ejemplo, nombré la existencia tanto de “izquierdas liberales” como de “derechas liberales”.
Y todo esto sin entrar en la discusión de aquellos movimientos o tradiciones que son difíciles de clasificar en este eje. ¿Dónde entra el Peronismo, por ejemplo? Cuando hablamos de la Doctrina Social de la Iglesia, ¿dónde la incluimos? ¿Qué pasa con las izquierdas posmodernas que rechazan el racionalismo?
Encuentro cierta ironía en que he definido a las derechas como tendientes a defender el “orden”, cuando estos individuos (otro ejemplo claro es Donald Trump) hacen todo MENOS defender el orden. Asentaron su carrera política en el rencor, el desprecio por la institucionalidad tanto nacional como internacional, y particularmente a sus rivales políticos. Gran ejemplo para demostrar la complejidad de crear conceptos que describan adecuadamente la realidad en su totalidad. Creo que ahí entra el uso del calificativo de “ultra”, ya que ellos mismos ponen a “la izquierda, el socialismo, el comunismo, etc” como sus enemigos a ultranza. Y ha llevado a elementos de la “centro-derecha” a unirse con la “centro-izquierda” en oposición a estas amenazas.
Trump y Bolsonaro además buscaron desconocer abiertamente el resultado de sus elecciones presidenciales, basados además en un desapego por la realidad material objetiva que es realmente alarmante para quienes creemos en verdades objetivas y el uso de la razón.
Estas candidaturas han tendido a crecer en sociedades con problemáticas sociales, económicas y políticas muy grandes, que generan un caldo de cultivo adecuado para estos mensajes, y también vienen de tradiciones políticas propias al desarrollo histórico de sus propias naciones que hay que tener en cuenta, y es difícil armar un molde en el que entren cada uno de ellos por esta misma razón.
¿Es posible que figuras de este talante surjan en el Uruguay? Nuestra sociedad no parece ver con buenos ojos figuras políticas o mediáticas tan confrontativas o que apelan constantemente a la injuria y el desprecio por sus rivales como en aquellos casos. Ni tampoco que planteen cambios sociales demasiado bruscos. Ni por derecha ni por izquierda. La clásica “sociedad amortiguadora” de Real de Azúa. Pero ninguna realidad es eterna, sería tonto no recordar el historial de nuestro país con la violencia política e institucional. Si las condiciones objetivas de existencia de buena parte de nuestro pueblo llegaran a empeorar significativamente, esto puede cambiar.
Si avanzamos a una sociedad cada vez más segregada por clase social, menos integradora, con más gente viviendo en los márgenes, los desarrollos políticos van a acompañar tarde o temprano.
El tema es que las semillas de procesos de ese tipo las podemos ver. Y el único remedio contra figuras que, digámoslo sin miedo, promueven felizmente y sin reparo la disolución social, es ir por lo contrario: por la comunidad, por la hermandad, por el desarrollo, por el trabajo, por los grandes consensos nacionales, por la inclusión social. Una sociedad de la cual las grandes mayorías se sientan parte, en la que vivan juntos como hermanos, desde el más rico al más pobre, tiende a generar menos apoyo a elementos destructivos que quieran terminar con ella. Ya sabemos que esto es una utopía, no es posible, las sociedades humanas son imperfectas, pero son perfectibles. Siempre se puede mejorar, y acercarnos más allí. Vale la pena preguntarse, si en buena parte de Occidente surgen este tipo de figuras y logran un importante apoyo popular, si esto no es tan solo una pista de que estamos yendo en el sentido equivocado.
No perdamos el Centro por Cristina De Armas
En el año 2012 Aurora Dorada, partido neonazi de la ultra derecha griega, llegaba al poder y era noticia mundial. La campaña de este partido consistió en asistir a los ciudadanos más golpeados por la crisis económica en el país.
A fines del año 2013 veíamos nacer en España al partido de ultra derecha llamado VOX, ultra conservador y ultra religioso también, en medio de una crisis económica y política del país, distanciándose del partido de derecha gobernante (PP) a quien llamaban “la derechita cobarde”. En 2019 sorprendió con una votación impensada.
En 2016 el republicano Donald Trump gana las elecciones en Estados Unidos. Demasiado se ha escrito sobre él.
En 2018 el mundo veía llegar a la presidencia de Brasil a un ex diputado del Partido Social Liberal (PSL), Jair Bolsonaro, reconocido machista, racista y homófobo, que capitalizó también la crisis reinante en Brasil, no solo en lo económico, también en seguridad y alta corrupción del partido gobernante por más de una década, el Partido de los Trabajadores (PT).
En Argentina Macri no fue lo que prometió.
Las derechas latinoamericanas como Colombia (Duque) o Chile (Piñera) se perfilaban junto a Trump y sus aliados en su embestida contra Venezuela.
Uruguay y México hacían historia.
Desde entonces, la izquierda ha vuelto a gobernar en cada país mientras en Uruguay en 2019 ganaba las elecciones la coalición de derecha con la sorpresa de un nuevo partido que hasta hoy algunos temen de ultra derecha por su perfil militar.
Cabildo Abierto se ha nutrido sin embargo de dirigentes de los partidos tradicionales, democráticos, y se define con perfil artiguista dando prueba al votar junto a la coalición de izquierda en temas que tienen que ver con la tierra, la forestación y la prevención de incendios.
Hace unos días un prestigioso político, escritor y periodista escribía un artículo donde decía que nuestro sistema político no cuenta con las debilidades del resto de América Latina. Le respondí que pensar eso, que somos diferentes, que aquí no pasa, fue el error que se cometió en los años sesenta y que aún lamentamos.
No es cuestión de vivir con miedo, es cuestión de estar atentos, porque si bien no tenemos grupos de odio organizado contra las instituciones ni contra las minorías sociales, si podemos tener gente con odio que no debemos permitir organizar.
Nuestro sistema político ha hecho bien en absorber dentro del sistema tanto a guerrilleros como a militares y darles la posibilidad de expresión electoral democrática que a unos les ha llevado al gobierno y les hace hoy mayoría en su coalición de izquierda, MPP y PCU, mientras que a CA la población le dio la confianza del voto teniendo un papel relevante dentro de la coalición de derecha.
Es notable que las preferencias de la población van hacia los extremos cuando existe una crisis económica de por medio. Es ejemplo en el mundo entero y veremos su resultado próximamente en Argentina donde la situación ha dado espacio a Javier Milei.
Así se van desperfilando los partidos más moderados, de centro derecha y centro izquierda sobre todo con la desaparición de los líderes tradicionales sin que el recambio se haya hecho a tiempo. Toda sociedad democrática necesita líderes y son ellos los que inclinan la balanza. No perdamos el Centro.
¿El cuco cambió su vestuario? Por Rodrigo de Oliveira
¿Será que tal vez sea pecado mortal adherir a posturas o visiones cercanas a la acción política definida como derecha? ¿O sólo parece ser así para esa parte de la altiplanicie moral de la política que representa la cuasi totalidad de la dirigencia y militancia de las (históricamente definidas) izquierdas? No vemos a aquellos opinar de igual forma. La mezcolanza de conceptos utilizados entre derecha, populismo, fascismo, neoliberalismo (sigo sin encontrar quién defina tal, de una manera coherente), y un sinnúmero de tales sirven para denostar posiciones, en aras de una superioridad siempre esgrimida, aunque bastante menos sostenida en la realidad.
Resulta curiosa la convocatoria de este Semanario, en esta oportunidad. Sabemos que nació como un medio de izquierda, pero también como un espacio plural, abierto al debate y al intercambio respetuoso de ideas.
Por tal motivo provoca asombro que la proposición desencadenante de estas columnas sea justamente ese pedestal desde el cual pretender mirar y dirigir éticamente las distintas visiones de la sociedad civil. Guay de salirse del sendero marcado por los popes del pensamiento correcto y debido; será apaleado, señalado, vituperado y, últimamente, cancelado.
Parecen olvidar que algunas cuestiones que hoy se marcan como logros de los gobiernos de izquierda fueron aceptadas a regañadientes, como son la lucha feminista de las mujeres y de las «minorías disidentes». El rechazo histórico a ambas cuestiones fue dejado de lado, en cuanto percibieron un eventual rédito político derivado de dichos apoyos.
¡Pero, oh sorpresa! Resultó que no hubo linealidad entre lo esperado y lo obtenido.
Las últimas elecciones en España nos muestran en cercanía esto: las minorías disidentes no votaron a los candidatos de izquierda, sino a los partidos de derecha y centro derecha. Y por amplia mayoría. Sucedió en Madrid, Barcelona y las grandes ciudades. ¡Que de ruralidades nada, vamos!
A vuelta de página nos encontramos con que solo con enunciarse superior, no alcanza.
No, no resulta extraño que alguna gente, cansada del postureo «correcto», termine exteriorizando una manera reactiva, cansados de tanto «deber ser» dictado por autoerigidos guardianes de las debidas verdades.
Hay una diferencia que no debería soslayarse, en este punto: nadie espera de un político cercano a posturas derechistas que salga a hablar de honestidad, moralidades ni a señalar decencias ajenas.
Sobran ejemplos de lo contrario, en el caso justamente opuesto.
En el afán de etiquetar y denostar, se les aplican los motes de fascistas, populistas, liberales, neoliberales y cuanta cucarda se les pueda colgar, intentando lapidar en la plaza cuestiones que solo deberían dirigirse en el ámbito del intercambio de ideas.
El fascismo nació en el seno del socialismo, los populismos actuales están orientados a posturas de izquierda, el liberalismo escapa a definiciones que no sean el respeto por las ideas ajenas (bien caro nos ha costado mantener tal postura), el neoliberalismo directamente no existe…
En plan de defenderse de cucos, a mirar algo más hacia adentro, chicos. Que de fantasmadas y moralinas tenemos sobra.
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