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Historias desobedientes

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En mayo del 2019 El País publicó una entrevista a José Gavazzo centrada en las declaraciones al Tribunal de Honor en que confiesa su rol en la desaparición de Roberto Gomensoro. En un recuadro de la nota se menciona a un perro ovejero alemán de nombre Orco a quien el represor le colocó un collar para que no pudiera mover el cuello. Algunos años antes Gavazzo, que ya cumplía prisión domiciliaria, fue noticia porque se le autorizó a asistir al cumpleaños de 15 de una nieta, algo que generó la movilización de organizaciones sociales que rodearon su apartamento en Pocitos para no permitirle salir de su casa. Mencionamos estos hechos porque parecen ser referencias claras del espectáculo Collar de perro, escrito y dirigido por Andrea Treszczan, que va en la Sala Atahualpa de El Galpón.

Los ladridos de un perro de nombre Roco son una referencia constante en Collar de perro, ladridos que molestan a la mayor de las cuatro hermanas que viven con un padre al que están intentando organizar un homenaje para su cumpleaños. Si bien el espectáculo comienza con un ambiente distendido, con música y recuerdos de niñez, el clima se irá enrareciendo con el transcurso de las escenas. Los invitados a la fiesta se excusan de asistir, el padre permanece encerrado en su casa, las hermanas discuten sobre algunos hechos vinculados a su progenitor, y Roco ladra, ladra, ladra.

Es claro que estamos ante las hijas de un militar represor, y justamente el tomar este ángulo es lo que vuelve interesante al espectáculo. Estamos acostumbrados a ficciones en que la tortura, la desaparición o las marcas de la dictadura se narran desde las víctimas, algunas veces hemos visto a victimarios en escena, pero en este caso los hechos del pasado reciente cobran una dimensión diferente. Las diferencias generacionales entre las mujeres colaboran para que las experiencias sean también diversas. Una de las protagonistas en particular se hace cargo del discurso militar y defiende a su padre sin titubeos, compartiendo la idea que plantea que los militares participaron de una guerra y simplemente cumplieron con su deber. En el otro extremo está quien sin querer tomar mayor partido simplemente sufre la hostilidad de parte de la sociedad, que se traslada desde su padre hacia ella. En medio se dan las situaciones más interesantes, porque es donde aparecen las dudas, el contraste entre la imagen del padre protector frente a la del represor. El intento de algunas de las hijas de acercarse a las víctimas y de seguir sus historias genera una complejidad extra, para ella y para las víctimas.

Lo más interesante para quien escribe es que la obra parte del supuesto del desconocimiento de la situación, y del lento descubrimiento generado principalmente a partir del rechazo popular, de las acciones civiles para hacer visible la práctica del terrorismo de estado, y de las investigaciones de la prensa independiente. Vivimos en un país en el que hace menos de veinte años, en los informativos centrales de televisión, no se hablaba de dictadura sino de “período de facto”, no se hablaba de dictadores sino de “ex presidentes de facto”. Un país en donde la mayor parte del sistema político negaba que hubiera desaparecidos. En la lucha contra esas formas de ocultar el pasado detrás de eufemismos lingüísticos fueron centrales las organizaciones sociales, y se entiende que hijos e hijas de los militares protagonistas fueran particularmente ajenos a esas denuncias. El descubrir ese otro relato acerca del accionar de sus padres o abuelos debe ser un shock particularmente complejo de recibir. Por eso vale la perspectiva como una nueva forma de abordar una situación que nunca será demasiado revisitada.

Además de las referencias a algún militar concreto, en Collar de perro se abreva en una experiencia que en 2017 se inicia en Argentina, cuando, como se informa desde la producción del espectáculo, “se encuentran por primera vez cinco hijas y un hijo de genocidas y deciden formar un grupo y llamarse ‘Historias Desobedientes’. Su primera aparición pública se realiza unas semanas después de su fundación, el tres de junio de ese año en el marco de la marcha ‘Ni una menos’. A partir de la repercusión en diferentes medios de comunicación a nivel nacional e internacional comienzan a acercarse al colectivo familiares con distintos grados de parentesco y de diferentes partes del mundo, que repudian y cuestionan el accionar del familiar genocida”.

El espectáculo se juega a las actuaciones sobre un diseño escenográfico que parece apto para desplegarse en espacios diversos. Una serie de columnas permiten ocultar las entradas y salidas de las actrices que tienen la compleja tarea de ir construyendo ese devenir entre la incredulidad y las dudas hasta las peores certezas. El trabajo es irregular, pero se logra en el balance general transmitir la sensación que transita desde la incertidumbre hasta la angustia. Los momentos más intensos son los encuentros con alguna víctima o las relecturas de algún momento del pasado. Por ejemplo cuando se recuerda una ausencia en una celebración familiar que coincide con la fecha de un secuestro. El concepto plástico, además de permitir ese juego entre lo oculto y lo visible, se completa con una escena final en que la ausencia del perro del título se recorta sobre una de las consignas centrales de los movimientos de detenidos desaparecidos.

Collar de perro es un representante del teatro político más tradicional, dirigido a un público que quizá no necesite “descubrir” qué pasó en la dictadura cívico-militar, pero sí cambia el enfoque, y además llega en un momento en que una nueva ola negacionista se ha ido instalando en nuestra sociedad. Ante esa realidad es imprescindible que, como en este espectáculo, se vuelva a llamar a las cosas por su nombre.

Collar de perro. Texto y dirección: Andrea Treszczan. Elenco: Rachella Limongi, Laura Álvarez, Patricia Gondar, Agustina López, Emilia Palacios.

Funciones: sábados 21:30 y domingos 19:30. Sala Atahualpa de El Galpón.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.