El director finlandes Aki Kaurismäki vuelve a salas con Hojas de otoño un nuevo drama que sigue los pasos de Ansa y Holappa, dos almas solitarias en la Helsinski contemporánea que se encuentran, de forma casual, en un bar con karaoke. Ambos se llaman la atención, pero el siguiente encuentro no es inmediato debido a diversos problemas que van dificultando que la pareja vuelva a verse. Sin embargo, todos los caminos vuelven a unirlos, y eventualmente deben decidir si vale la pena esforzarse e iniciar una relación.
La sinopsis es muy sencilla, y también lo es, a primera vista, la película: la fotografía es discreta, la música aparece en contadas ocasiones, y la cinta dura ochenta minutos. Sin embargo, los que ya están acostumbrados al cine de este particular realizador saben que esa austeridad es propia de la ambivalencia que define su obra, ya que es sencilla pero a su vez de gran complejidad emocional. Kaurismäki presenta la historia de amor dentro de un contexto, social y político, convulso: las noticias de la guerra entre Ucrania y Rusia se escuchan desde la radio cada vez que un personaje la enciende, y ellas son cada vez más desalentadoras, más cargadas de tragedia y violencia, apuntando no solo al desosiego del mundo en el que vivimos sino también a la inacción a la que tristemente tenemos que acostumbrarnos como sociedad. Por otro lado, los trabajos de los protagonistas (en el caso de Ansa, un contrato de cero horas que indica una fuerte falta de estabilidad, mientras que Holappa debe tomar trabajos de alto riesgo) también apuntan a un mundo en donde la industrialización lleva al proletariado a asumir puestos cada vez más precarios e inestables. El planteo de estos problemas no implica una solución a los mismos, por supuesto; no los tienen las autoridades, y mucho menos se puede pedir que los tenga un artista, pero sí es una mirada que reconoce y empatiza con el universo a su alrededor, incluso si el espectador observa ciertos anacronismos más allá de que la película parezca estar situada en el presente.
La historia de amor es bella y también muy sutil. En ese aspecto, es conveniente recordar las peculiaridades del cine del realizador: un humor frío, sardónico y muy efectivo, expresado a través de personajes lacónicos y de pocas expresiones. Los protagonistas de Hojas de otoño no son ajenos a este estilo, y sus interacciones están marcadas por la frialdad y lo distante, a pesar del deseo mutuo de formar un vínculo amoroso. Sin embargo, otro acierto del director es usar ese estilo para retratar la angustia interna de los protagonistas, dos seres nocturnos y solitarios a los que les cuesta entablar una conexión con otro ser humano a pesar de las ganas. El trabajo de los actores es estupendo, permitiendo inicialmente que el espectador pueda comprender, desde la distancia, el complejo mundo interior de sus personajes, para luego abrirse y mostrarse mucho más cálidos, abiertos a la posibilidad del amor y la redención.
La película es tierna, pero nunca cursi, y se proyecta como un canto a las segundas oportunidades, el poder del cambio y la posibilidad real de enamorarse dentro de un mundo cada vez más deprimente, mecánico y que empuja al ser humano a perder toda su individualidad, a la vez que refleja nuevamente el humanismo de Kaurismäki y su profundo amor por el cine: la cita de la pareja principal en un cine, viendo la estupenda Los muertos no mueren, de Jim Jarmusch, es tanto un gag humorístico como un reconocimiento generoso a otro artista con quien comparte un estilo similar de cine y humor (además de vincular ambas cintas por sus temas similares sobre el capitalismo y la alienación). Y la cartelería del cine también es un abrazo a otros maestros del cine, al igual que lo es este genial director que vuelve a tocar el corazón de los espectadores con una película redonda, sin fisuras, de fragilidad palpable y sensibilidad exquisita.
VOCES también pudo participar de una exclusiva conferencia de prensa con los dos actores principales de la cinta, Alma Pöysti y Jussi Vatanen. Consultados por la moderadora de la conferencia sobre la forma en la que se construye un film de Kaurismäki, Pöysti comentó que el director “no quiere que ensayen de antemano, para llegar lo más puros posibles al set, y luego pasan horas construyendo los planos, el lugar de las cámaras y la iluminación, ya que [el realizador] quiere filmar la película en una sola toma, por lo tanto [en el set] hay concentración y el sentimiento de unión de todos para hacerlo bien a la primera toma por lo que hay que encontrar el ritmo necesario. Los ensayos para las escenas eran minimalistas, ya que repasaban el ritmo, pero guardaban el alma de la escena para las tomas. El director decía ‘parate ahí, haz esto’ y supongo que todos escuchaban muy atentamente, pero es muy sensitivo y podías ver el cuidado que se ponía en todos los detalles por parte de todo el equipo”. Consultados por este medio sobre si son cinéfilos en sus vidas diarias, Pöysti admitió que, al ser una chica del teatro, siempre tuvo predilección por ese medio sobre el cine, admitiendo que ‘Chéjov es su dios teatral’ mientras que Vatanen remarcó la influencia de Kaurismaki en su vida, y aunque si bien no recordaba cómo sus film le afectaron mientras crecía, sí recordaba las interpretaciones del actor Matti Pellonpää en ellos. Según el intérprete, “había algo tan creíble y divertido en su forma de retratar esos personajes, lo que fue una gran influencia en mí. Sin embargo, tengo la misma formación [que Pöysti] y estoy enamorado del teatro desde mis 19 o 20, cuando decidí que quería ser actor”.
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