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El huracán Mercedes por Marianella Morena

El huracán Mercedes  por Marianella Morena
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La nueva era nos permite  ahondar en las oscuridades propias, esas que han estado (están) castigadas con penas, culpas morales, legales, espirituales, religiosas, multas económicas; mucha cosa para un pobre cuerpo y una vida tan corta. Pero, hagamos un poco de historia, o intentemos ordenar lo que conocemos.

Inicios.

El ser humano se expresa para comunicar algo que no sabe colocar en otro lado. En esa era, no adquiere nombre de arte, hablamos de las primeras pinturas en las cavernas, las danzas frente al fuego, los rituales tribales, los rostros modificados por máscaras y colores, las ropas y la interpretación del mundo animal cercano.

Luego las expresiones necesitan tener un lugar más elevado, y se denomina arte, el sitio para los elegidos, el artista el genio. La humanidad se pone de rodillas y sucumbe frente a sus encantos, son los nuevos dioses, y adquieren la misma categoría  que los divinos: la inmortalidad. La eternidad baja del Parnaso y se infiltra en la tierra. Algunos acceden a ella, no todos, no es democrática, no se adquiere por dinero,  por estructura social, ni por concurso ni mucho menos por sufragio. Es la dictadura genética. Es el talento. Luego la formación sumará dotes al don biológico, al misterio del don.

Esa etapa de fascinación por el elegido, es la de mayor jerarquía y clasista, con aceptación  por todos los frentes ideológicos, no había dudas, como no las hay hoy con el  mejor futbolista: es un dios, un elegido, y todos lo veneramos.

Ellos podían salirse de sí mismos y ser otro, crear otras realidades, permitirse el vuelo y el entierro, conocer de cerca las posibilidades de saberse bueno y malo a la vez, todo eso y encima con el aplauso del público.

Luego vienen los tiempos en donde el arte se expande, se habla de cultura,  expresión, participación popular y ciudadana; se transforma para crear herramientas culturales, y lo artístico es conceptuado como disciplina, se habla de pedagogía instalando un nuevo discurso sobre el talento y la preparación para la vida profesional.

Entonces las personas (sin distinción) conocen la maravilla de la expresión que no es solamente decir lo que tienen ganas, sino hacer lo que tienen ganas: con el habla, el pensamiento y el cuerpo. Más allá si tienen o no condiciones para el brillo y trascender, eso es un tratado aparte. Nos referimos al placer y la plenitud.

Y con esto comienza una  revolución:  ser uno a pesar de todo. Soy.

Es así que la libertad de expresión evoluciona y encuentra soportes, infraestructura, métodos, líneas, sistemas, docentes, hace su curso en relación a las prácticas políticas, sociales y creativas de cada época. Se recicla, se desplaza, se usa. Nunca un capital inmaterial ha sido tan vulnerable, y transita de lo fuerte a lo débil (cual baile frenético) dependiendo de la óptica pública en la que se lo ubique.

Y es así que surgen las voces. Voy a un taller literario: me expreso. Hago teatro: me expreso. Pinto: me expreso. Bailo: me expreso. Canto: me expreso.  Digo: me expreso. Escribo en las redes: me expreso.

Comienza algo nuevo para la humanidad, el placer de saber que uno tiene cosas que puede convertirlas en otras, sin censura, sin dinero de por medio, sin amor erótico y con mucho placer, más aún: felicidad, ¿y el costo? Nada, ser uno, permitirse ser uno. El objetivo: ninguno, ¿hay producción, proyecto, carrera? No hay nada de eso, es más: la idea es perder el tiempo, es el ocio de otra forma organizada. Eso: mucho tiempo para dejarse ir. Es mucho más de lo que podemos admitir, y, ¿por qué? Porque nos desvinculamos de la máquina impuesta por el sistema donde el ser humano sólo tiene que producir cosas útiles para sí y para el otro, ¿qué serán esas cosas útiles? Lo medible, lo tangible, lo que se contabiliza. Lo concreto. La expresión no pasa por ese universo, es independiente  hasta el cansancio, por eso quiebra las reglas, por eso se excede, por eso se apasiona, por eso cruza las fronteras todas juntas a la vez, y con todo ese viento en la camiseta, la gente dice: sí, qué bueno estuvo. Y está claro: está muy bueno. Es el disfrute en otro formato.

La libertad de expresión es un placer sin retorno, no hay que hacer grandes esfuerzos, ni ahorros, ni grandes concesiones y tiene la recompensa fácil e inmediata, mejor que el alcohol, las drogas y el sexo rápido y casual. Entonces internet propone y uno dispone, entonces las redes me lo dan todo, a cambio de nada, ¿por qué no voy a probar de ese manjar gratis? ¿Cuánto cuesta el ticket? ¿Nada?

Estoy en  casa, o en el lugar que quiero a la hora que quiero, en el estado que quiero, no tengo  que mejorar mi imagen, puedo hacerlo mientras como,  o miro una peli, estoy impresentable e igual disparo, total, ¿qué me va a pasar? Es más que eso, me gusta sentir ese pequeño vértigo, tirar la bombita y esperar mientras me despacho algo rico, es mejor que Breaking Bad, yo soy el villano, la villana. Soy el protagonista, aunque dure un instante, ¿Cuánto dura un orgasmo? ¿Cuánto hacemos para lograrlo?  Está buenísimo. Claro que sí. Hablemos de eso: nos gusta.                 El mundo civilizado ha trabajado por y para nuestras garantías, derechos, pero la represión es tan grande, los espacios del NO son tantos, y tan avanzados que cuando se  descubre la grieta al sistema, es muy simple, la liberación no se hace esperar.                                                               El nuevo estimulo se convierte en el mayor de los éxitos y las popularidades. Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de libertad de expresión?

 

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