Imagen presidencial: ¿Barranca abajo?
Los hechos de notoriedad con el custodio presidencial siguen teniendo repercusiones. Las declaraciones del gobierno y las críticas de la oposición son el comentario de la gente en la calle.
¿Cómo sale parado el presidente de todo esto? ¿Pierde confianza de la ciudadanía? ¿Fue correcta la postura que tomó en la primera conferencia de prensa? ¿Hubo un manejo adecuado de la comunicación en esta crisis? ¿Se intenta salvar el error propio con los supuestos errores de los gobiernos anteriores? ¿Hubiese sido más sensato admitir la responsabilidad que intentar quitarle relevancia a los hechos? ¿Mella esto la imagen de transparencia que este gobierno ha pretendido instalar? ¿Mantiene Lacalle el índice de aprobación? ¿Son creíbles los relatos que se hacen?
En familia por Miguel Manzi
Solo conozco a Astesiano por lo publicado en la prensa; que me alcanza y me sobra para pensar que es una inmundicia de tipo, un jodido de verdad, de esos que dan vergüenza a sus padres y a sus hijos. A ese reptil, el presidente Lacalle le había confiado la seguridad de su familia. Tamaño error no se mide políticamente: se mide en años de amargura y reproche, en pérdida de confianza en los que tenían que ser amigos, en tranquilidad a la hora de pedir opinión, en dudas necesarias sobre la competencia y probidad de quienes lo rodean, en sospechas y recelos. Una verdadera tortura, con el telón de fondo de la intimidad de la familia, de su integridad física y psicológica, que él mismo puso en riesgo al depositarla en manos de un inmoral. Me imagino que Lacalle Pou seguirá martillándose los dedos cada mañana por un tiempo. El pésimo manejo de la comunicación en el caso, supongo que es el reflejo del terremoto interior que sacudió al Presidente y a su entorno. Agravado, dígase también, por el extendido boleo ante la sucesión de tropiezos que con regularidad mensual se vienen registrando últimamente, desde una cónsul yendo a una cárcel a recogerle la firma a un narco, hasta un decreto aflojándole la cincha a la industria tabacalera y hundiendo al mejor ministro de la pandemia en su carrera internacional, pasando por la orden policial de vigilar a un periodista, todo a la mitad del período de gobierno, y con tantos caranchos revolviendo la basura a ver si encuentran algún pedazo de carne. En fin, cosas que ponen de mal humor, a uno mismo y a la gente en general. Si además de aflicción personal, este episodio provocó la erosión de la imagen presidencial ante la opinión pública, se equivocarán oportunamente las encuestas, y todos lo sabremos a ciencia incierta. Más interesante, por críptica y esotérica, es la especulación acerca de la interna de los servicios de inteligencia, y de la palmaria doblez de algunos mandos de cara a la autoridad civil. No hace falta ser una lumbrera para imaginarse que, tras quince años durante los cuales los tupamaros, a quienes les gusta jugar a los soldaditos, fueron dueños y señores ininterrumpidos e incuestionados de los ministerios de Interior y Defensa, y de alguna otra oficina que pueda andar por ahí dedicada a juntar figuritas, poniendo y sacando jefes y subordinados, archivando y separando expedientes, diciendo a quién había que seguir y a quién había que perder, no hace falta ser una lumbrera, digo, para imaginarse que la inteligencia del Estado uruguayo funciona como la regasificadora. Finalmente: creo que contestar al grito con más grito, solo aturde a la audiencia, que con toda razón podría pensar que somos todos iguales.
Los santos inocentes por Eduardo Vaz
Aceptemos que el Presidente no sabía que Astesiano estuvo procesado y preso pues le ocultaron dicha información (hecho gravísimo, a su vez) pero sí leyó sus más de 20 anotaciones policiales por estafa, hurto, daño y apropiación indebida. Antes de nombrarlo recibió la advertencia de su jefe de inteligencia estratégica del Estado, Álvaro Garcé, y de correligionarios que le hicieron llegar su alarma y alerta. Con estos elementos de juicio, igualmente lo designó.
Sin ser presidente, Ud. ¿le confiaría su familia, su casa y su trabajo? Siendo presidente, ¿le confiaría su flia, el acceso a la información del Estado y el conocimiento directo de todo lo que hace en su vida institucional y privada?
“El Presidente fue engañado y traicionado por este funcionario infiel”, repiten el ministro Heber, senadores y dirigentes coaligados en una triste puesta en escena que busca, lo que piensan es el mal menor: hacernos creer que tenemos un Presidente ingenuo, engañado en su buena fe y que se equivoca como cualquiera.
Es evidente que ningún político llega a presidente siendo ingenuo y crédulo. Si algo caracteriza a la política es la rudeza y astucia de sus participantes, ninguna ingenuidad. Por eso muy pocos llegan a la cima. Por tanto, con todas esas alertas de su gente de confianza y las anotaciones vistas, que el Presidente haya optado por este hombre turbio para ponerlo en su círculo más íntimo, es una irresponsabilidad mayúscula y una actitud de soberbia inaudita (siempre evitando cualquier conjetura de complicidad del Presidente, como mucha gente piensa).
Los reflejos condicionados
El Presidente tomó una decisión nefasta al designarlo y dio un triste espectáculo al descubrirse el delito. El oficialismo funciona ante semejantes errores, casi siempre, del equivocado modo: defendiendo lo indefendible, queriendo diluir responsabilidades, echándole la culpa a los adversarios, desfigurando los hechos.
El inefable Sanguinetti diciendo que salimos fortalecidos, Heber acusando a Mujica a los gritos, Ferrés diciendo que Astesiano no era el Jefe, intervenciones senaturiales para la historia del disparate negacionista con metáforas futboleras absurdas, Gandini quejándose que la fiscalía los estudia demasiado rápido… ¿No les da vergüenza? ¿No le parece al Presidente un exceso mandar a su gente a montar este espectáculo para salvarlo?
¿No recuerdan a Tabaré diciendo que le hacían bullying a Sendic, al Plenario del FA de pie aplaudiendo al Vice y acusando a los medios de desestabilizar las instituciones, a Lucía diciendo haber visto los papeles? ¿Qué sentían y decían entonces?
Al fin, tuvo que renunciar, el FA lo sancionó, la Justicia lo procesó y se retiró de la política no sin antes pagar la multa impuesta. En ese camino el FA perdió las elecciones, no solo por eso, pero ¡qué daño le hizo!
Hoy nadie le reclama al Presidente que se vaya, aunque si lo hiciera sería un acto republicano y autocrítico histórico, pero, con el estado actual de la política y el honor, ya no se hacen esas gestualidades ni nos animamos a exigirlas. Así las cosas, bastaría que tome medidas profundas e inequívocas -destituciones y cambios- y mande parar con la bobería justificadora de sus subalternos.
La Justicia actuó y está salvando a la República del despeñadero, pero los partidos y los dirigentes van hundiendo su credibilidad interna y externa. La democracia necesita fuertes y creíbles partidos, no grupos de hinchas y referentes bien mandados. Es responsabilidad de todos, pero, como enseñó Aparicio, “la Patria es dignidad arriba”, con más razón cuando no hay regocijo abajo.
Astesiano y los chimpancés del zoológico por Oscar Licandro
Me tocó crecer en el barrio Villa Dolores, a una cuadra del zoológico. Era una época donde los gurises jugábamos en la calle y, en ese barrio, también lo hacíamos dentro del zoológico. Éste era un espacio maravilloso donde, con la “barra” del barrio, jugué al fútbol, viví aventuras casi mágicas y a diario me deleitaba viendo la enorme variedad de animales exóticos allí alojados. Recuerdo varios de los juegos que allí hacíamos. Pero hay uno en especial, propio de esa especie de maldad infantil que disfruta con el sufrimiento ajeno, el que recuerdo cada mañana, cuando Fernando Pereira, Carolina Cose, Carrera, Bergara y cuanto dirigente del FA anda en la vuelta, salen a criticar al gobierno. Siempre me recuerdan una broma que, cargada de esa maldad infantil, les hacíamos a los chimpancés. Nos parábamos frente a su jaula y les arrojábamos maníes y trozos de pan viejo, cambiando permanentemente el lugar al que los dirigíamos. Los pobres simios corrían de un lado a otro, tirándose de cabeza para alcanzarlos. A veces les lanzábamos bolitas de papel, a las que también se tiraban de cabeza creyendo que era maní o pan.
Así me los represento mentalmente a estos personajes: tirándose de cabeza permanentemente ante cualquier hecho real, imaginado o inventado por ellos mismos, que creen les servirá para debilitar al gobierno. Los chimpancés se arrojaban en pos de las bolitas de papel sólo después de haber recibido mucho maní y pan. Pero, tras dos o tres bolitas de papel ya se habían dado cuenta del engaño, y no se movían de su lugar. En cambio, la dirigencia frentista se tira de cabeza a todo lo que transcurre frente a sus ojos, ya sea que se trate de algo importante o de algo totalmente irrelevante. En cada bolita de papel que les cae en la jaula creen encontrar una oportunidad para debilitar al gobierno. Esto ha sido así durante los dos años y medio que lleva gobernando Lacalle Pou. Pero hasta ahora, nada de lo que había caído en su jaula refería directamente al presidente. Hasta que apareció el caso Astesiano. Maná caído del cielo, agua en el desierto: “¡Astesiano amigo, el Frente agradecido”!
La pregunta que hoy nos plantea Voces se puede reformular de esta otra manera: en la jaula de la monada frentista, ¿cayó alimento o simplemente cayó otra intrascendente bolita de papel? ¿Cuánto daño podrán causarle al presidente con sus petulantes declaraciones y sus patéticas puestas en escena en torno a este caso? Cada noticia nueva, relacionada con el anterior custodio y ahora recluso, los motiva más, les alivia su ego frustrado por la derrota electoral de 2019, les ayuda a auto-convencerse que el cuquito no es el líder que viene demostrando ser y les devuelve la esperanza de volver al gobierno en 2025. Después de tanta bolita de papel, ¡¡por fin un maní!! ¿O simplemente, otra bolita de papel?
Veamos algunos datos antes de responder a la pregunta de Voces. Cuando Lacalle Pou ganó el balotaje en noviembre de 2019 su popularidad no era buena. Según Equipos Consultores, en octubre de ese año sólo el 30% de los uruguayos le tenía simpatía, contra un 49% que le tenía antipatía. Pese a esos porcentajes, Lacalle Pou se convirtió en Presidente de la República. Los seres humanos tendemos a completar la falta de información sobre las personas con prejuicios y estereotipos. Lacalle Pou era en ese entonces un político joven, sin experiencia gobernante, hijo de un ex presidente cuestionado por muchos, y sobre el que poco conocían la mayoría de los uruguayos. La izquierda política, sindical y mediática se había encargado de llenar ese vacío de información con estereotipos y prejuicios negativos, repetidos como si fueran letanías medievales: un pituco insensible que vivía en el lujoso barrio de La Tahona, un “hijo de” sin personalidad propia, un insensible frente a la pobreza, un soberbio, un fiel representante de la oligarquía…el cuquito (con minúscula).
Pero bueno, llegó el 13 de marzo de 2020 y nos trajo la pandemia. Al marcar el rumbo del país para enfrentarla, Lacalle Pou mostró sus firmes convicciones éticas y republicanas, un pragmatismo que combina eficacia con empatía, una lucidez para interpretar la realidad que pocos políticos tienen y, fundamentalmente, un arrojo y una valentía que no son fáciles de encontrar en los dirigentes políticos del siglo XXI. A diferencia de otros, que en momentos complicados se dedicaban al marketing personal o se iban de pesca, Lacalle Pou se puso al timón del barco en medio de la tormenta. Poco antes de asumir la presidencia (febrero de 2020) Lacalle Pou tenía un 37% de simpatía, contra un 41% de antipatía. Dos meses después (abril), y luego que los uruguayos pudieran verlo en acción por primera vez, la simpatía del presidente trepó al 60% y la antipatía cayó al 23%. Con sus decisiones y sus actitudes, en menos de dos meses el joven presidente hizo añicos el estereotipo que la izquierda había construido meticulosamente.
Pocos días antes de que explotara el evento Astesiano, Equipos Consultores (septiembre de 2022) había publicado los resultados de una encuesta sobre popularidad de los líderes políticos. Esa encuesta evidenció que Lacalle Pou es el dirigente político uruguayo con mayor nivel de simpatía (47%), once puntos por encima del candidato frentista con mayor intención de voto, Yamandú Orsi (36% de simpatía). Después de dos años y medio de desgaste, la mitad de los uruguayos ubica a nuestro actual presidente como el dirigente político con más simpatía. Además, esta encuesta reveló que Lacalle Pou no integra la lista del top ten de líderes políticos con mayor antipatía, donde sí se encuentra la otra candidata frentista, Carolina Cosse (41% de antipatía). Una encuesta de la misma consultora, publicada en junio de este año, mostró que Lacalle Pou es el presidente cuya gestión recibe, a mitad de período, el mayor nivel de aprobación (46%) desde la década de 1990. El desempeño del primer Vázquez fue del 42%, el de Mujica fue del 39%, en tanto que la aprobación del segundo Vázquez apenas era del 29%. Con esta imagen llegó Lacalle Pou al evento Astesiano.
En octubre de 2022 mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquel 13 de marzo. Durante esos 30 meses los uruguayos pudieron ver a Lacalle Pou en acción: sus decisiones, su forma de comunicarse y de vincularse con los ciudadanos, sus actitudes frente a la adversidad, su forma de ir siempre con la verdad, el respeto con el que trata a quienes lo critican, su actitud dialógica con los opositores políticos y sindicales, su política de puertas abiertas para recibir a quien le quiere hacer una propuesta o demandar un reclamo, etc. Contra lo deseado por la dirigencia frentista, el caso Astesiano le ha servido para derribar otro de los grandes estereotipos que inventó la izquierda: el cuquito soberbio. Con humidad, Lacalle Pou reconoció rápidamente su error por haber elegido a este delincuente como su custodio de mayor confianza. La expresión de su cara, mucho más que sus palabras, mostraron a un ser humano profundamente triste y conmovido.
Al igual que la mayoría de los temas que se agitan en el micro-cosmos de la dirigencia política, el caso Astesiano poco importa a la gran mayoría de los uruguayos que no están alineados con algún partido político (esos ciudadanos que decidirán la elección en 2024). Por esa razón, y porque Lacalle Pou ha construido en la ciudadanía una sólida imagen, basada en sus actitudes y su comportamiento, el supuesto maná del cielo que da esperanzas a la auto-complacencia frentista será tan solo otra bolita de papel, que niños traviesos tiraron en la jaula de los chimpancés. Una bolita de papel que no le hace mella a un sólido edificio.
¿El problema es del o el Presidente? Por David Rabinovich
En esta ocasión, como sucede con cada relato que se instala como sustituto de la realidad, no creo que el problema sea la imagen del actual Presidente y/o su gobierno. No es un tema de credibilidad ni de confianza; el drama es que la sociedad uruguaya sigue su deriva en perjuicio de las buenas prácticas de gobierno y de convivencia. Para beneficiar a los malla oro se instalan políticas que necesitan postergar aspiraciones y derechos de amplias mayorías. Pero la sociedad es mucho más que el vértice privilegiado de la sociedad. Están los cientos de miles de desocupados, ocupados informales, sub ocupados: Explotados en diverso grado. Cientos de miles de personas viven en la inseguridad: alimentaria y educativa. En la pobreza cultural, condenados a la precariedad en materia de vivienda y trabajo.
Para que ello suceda se necesita una cantidad importante de súbditos irreflexivos, acríticos, embrutecidos o beneficiados de alguna manera. Aunque sea un beneficio miserable, debe alcanzar para comprar su conciencia. También se necesita una masa importante de funcionarios y funcionales con mejor preparación y una remuneración que los aliente a pensar que el sistema les sirve. Cuando conviene, se contempla la capacidad profesional o la habilidad política. En algunos ámbitos se retribuyen habilidades políticas y lealtades partidarias o personales (tan difíciles de distinguir en ocasiones). Ponga el lector a Alejandro Astesiano en el casillero que mejor le parezca.
En ‘el sagrado recinto’ del Palacio de las Leyes, se cumplió una jornada parlamentaria1 para recibir las explicaciones del gobierno sobre el caso Astesiano. El enfrentamiento fue frontal, los argumentos, en muchos casos, insólitos. A mi criterio claro. ¿Explicaciones…? No hubo explicaciones.
Aunque quizá, en este ambiente surrealista en el que nos estamos despertando, el mejor resumen lo hizo el Dr. Julio María Sanguinetti:“Uruguay sale notablemente fortalecido” del caso Astesiano tituló La Diaria, que consigna palabras del expresidente. El gran mago del relato afirma que Lacalle “se entera cuando ya el servicio le había informado al fiscal, el fiscal pide el procesamiento, el individuo va preso. Eso creo que habla de un Uruguay institucional, de un Uruguay en que cada funcionario cumple con su deber con independencia. Le aseguro que en muy pocos lugares del mundo hubiera pasado esto”. Claro que no se refiere al nombramiento, en tan delicado puesto, de un hombre con los antecedentes de Astesiano: ¿En qué país del mundo su presidente se rodea de custodios así?
Pero el docto Sanguinetti sigue, impertérrito, en su papel de gran estadista: “¿El episodio Astesiano qué es? ¿Es un episodio de corrupción del gobierno? No. ¿Es un episodio que afecte a algún gran jerarca del gobierno? No. Es un funcionario infiel que cometió delitos, usufructuando la posición privilegiada en que se encontraba, por la cercanía con el presidente” (…) “él consultó dos veces a ver si tenía antecedentes y le dijeron que no”. No hay problemas en mentirle al presidente desde el Ministerio del Interior, no hay corrupción, pero sí una cantidad de pasaportes falsos circulando por el mundo. Si el gobierno incorpora delincuentes en calidad de funcionarios de confianza, no hay problemas ni responsabilidades. Claro que no es raro que defienda prácticas que conoce bien, porque al Doctor le pican las balas cerca.
1 Parlamentar: entablar conversaciones para zanjar cualquier diferencia.
Astesiano y sus muchachos por Marcelo Estefanel
Advertencia: hay preguntas que no pueden tener respuestas completas al día de hoy. Otras sí. Y otras, por ahora, sólo permiten aproximaciones.
Por si fuera poco, como siempre pesa el color del cristal con que se mira (la ideología en su peor versión), hay que intentar ser objetivo y responder con franqueza.
En este caso, el escándalo que ha causado “Astesiano y sus muchachos” es de una magnitud que no tiene antecedentes. No conozco en nuestra historia algo parecido. Afortunadamente como la investigación parte de la Dirección Nacional de Identificación Civil y de Fiscalía, esto le quita toda intencionalidad política; pero, aun así, pone a Presidencia en una situación delicada que comienza con la detención del principal implicado al retorno de las vacaciones del presidente con sus hijos.
En la primera conferencia de prensa, el mandatario Lacalle Pou sale relativamente airoso de la situación. Luego, con el correr de los días, sus expresiones públicas sobre el caso comienzan a mostrar contradicciones. Con los datos a la vista sobre quien fuera su hombre de su confianza, resulta evidente que el presidente desoyó todas las advertencias que recibió, tanto del propio Director de la Secretaría de Inteligencia Estratégica del Estado, doctor Álvaro Garcé, como de sus correligionarios, tanto de la prensa como de su propio sentido común.
En el resto del manejo de la crisis recurrieron —una vez más— al manido recurso de “echarle la culpa al otro”; que las responsabilidades recaigan sobre los gobiernos anteriores, ya es una táctica ineficaz y poco creíble. Recurrir de nuevo a decretos y documentos elaborados durante la administración frentista resulta, no sólo discutible, sino forzado porque, bien mirados, son presentados parcialmente, dando a entender turbiedades que no existen.
Tanto en el caso Marset como en este se nota el apuro que han mostrado para salir del paso y, a la postre, terminan dando vergüenza ajena, porque desde citar computadoras del año 1967 cuando no existían, hasta minimizar la importancia del jefe de custodios del presidente a poco menos que a un pinche que traicionó la confianza del mandatario, resulta ridículo.
Por supuesto que hubiese sido más sensato admitir la responsabilidad y pedir disculpas. Tantos anuncios de “hacerse cargo” quedan en meras intenciones, cuando que a medida que pasa el tiempo se vuelve imperativo que se cumpla.
Las consecuencias políticas las veremos en su real dimensión una vez que concluyan las investigaciones de Fiscalía y se sepa a ciencia cierta la magnitud del daño. El tiempo lo dirá. Mientras tanto, las preocupaciones y las dudas permanecen.
Los infalibles no existen por Santiago Gutiérrez
El caso Astesiano razonablemente ha colmado la agenda pública, con sucesivos capítulos y derivados desde hace ya dos semanas. Sin duda es y será un parteaguas de la gestión de gobierno, pero también revela síntomas de algunos males que padece el sistema político. Oficialismo y oposición.
Primero, descubrimos que el Presidente es humano porque se equivocó. Al confiar, al salir quizás apurado sin toda la información, y a mi humilde juicio, por no dejar fusible intermedio entre el cortocircuito y él. Ese fusible que quizás por su responsabilidad en un tiempo difícil le hubiera tocado asumir los costos de semejante omisión. Esa certera comunicación a la que nos tiene acostumbrados el gobierno, tropezó.
Segundo, presenciamos una interpelación llena de adjetivos y donde casi todos patearon la pelota, con mayor o menor talento, para la casa del vecino. Entre datos que revelan medias realidades y una marea de adjetivos, pocas reflexiones quedaron de otra jornada maratónica en el senado, más que un enorme cúmulo de errores cruzados señalados, como si una cosa quitara la otra.
Pocos fueron los que se pararon arriba de la pelota y levantaron la cabeza. Que quisieron salir de la falsa oposición.
Uruguay tiene un problema que nadie vio ni quiere ver: Un calibre de crimen que nos es ajeno, instalado y respirando muy, muy cerca del poder. Hace ya algunos años en un silencio que ahora se convirtió en atronador. Hubo errores varios previo, durante y luego de que explotara la noticia. Quizás sería bueno explorar un sistema político dispuesto a ser humano, como descubrimos que es Luis Lacalle Pou. Dispuesto a cometer y reconocer errores.
Quizás la sucesión de episodios abre una puerta a decir “nos equivocamos” y para subsanar este error tomaremos todas estas medidas. De las cuales muchas deberían ser políticas y duras. Mostrar que aprendimos algo y actuamos en consecuencia. Que mejoramos. Como en la vida misma.
El gobierno se recuperará, si toma el camino de los errores, que permite mejorar.
Pero si el sistema político sigue el miope camino de la falsa oposición, el deterioro seguirá llevándonos a problemas mucho más grandes que de posicionamiento en la agenda. Ningún partido que pretenda llevar las riendas del país puede ser ajeno a humanizarse, más aún en tiempos difíciles. Quizás es eso lo que la gente está pidiendo. Humanos que actúen y se traten como humanos. Que se equivoquen, lo reconozcan, dialoguen y mejoren.
Porque ahí deben estar los mejores. No los infalibles.
Desconfíe de los infalibles, porque no existen.
Chocolate por la noticia por Esteban Pérez
Uruguay tuvo el privilegio de darse a conocer en el mundo entero con el llamado “Maracanazo” en 1950.
Setenta y dos años después vuelve a ocupar un sitio de privilegio en los principales noticieros del mundo: se trata del “Astesianazo”, noticia de notoriedad que nos ubica entre los países de mayor entorno corrupto que rodea a determinados gobiernos del globo terráqueo. No nos sorprende el notición aunque sí nos duele la turbia imagen en que se sumerge al país y por lo tanto quienes habitamos en él.
Bajo las distintas divisas de gobiernos de la oligarquía en Uruguay los escándalos han sido comunes: infidencias, quiebres de bancos con ventas escandalosas, suicidios dudosos, torturas y desapariciones forzosas de ciudadanos, represiones violentas y desmedidas contra trabajadores y estudiantes, ministros que fallecen en circunstancias poco claras sin realización de autopsias, tierras de colonización otorgadas a quienes no integran “los más infelices” de la sociedad, exdiputados del partido del Presidente procesados por narcotráfico, notorios oligarcas exportadores de “sojaina” al por mayor tratados benevolentemente por la policía y la justicia, avionetas que se escapan y un largo etcétera más.
Todo este extenso corolario y muchas perlas más del largo collar no hacen más que confirmar que a nuestra oligarquía “se le pegan” como a un imán, todo tipo de individuos corruptos y pareciera que el pozo negro está tan lleno que desbordan las aguas servidas y no hay barométrica que pueda controlarlo.
El alma del sistema capitalista es de por sí injusta, corrupta y criminal. Es desde sus orígenes una inmensa cloaca que ha acumulado a lo largo de los siglos crímenes, corrupción, explotación de seres humanos, destrucción de la naturaleza, sembrador de hambrunas y miserias de todo tipo. Fue creado por los ricos para los ricos con una única conciencia: el lucro, la acumulación de riquezas para una clase social, la burguesía, y su crema criolla, la oligarquía a expensas de trabajadores y cuando la naranja exhausta da ya poco jugo, no importa violar las reglas del juego, se mueve la pelota por el lado del crimen organizado utilizando los vínculos con el Estado para lucrar por medios “non santos”.
No importan los nombres de hoy, surgirán en el futuro otros “Astesianos”, otros “Bosch, otros “Mutios”, porque el problema es el sistema. Mientras el pueblo organizado no logre tumbarlo y sustituirlo por otro más igualitario, más justo, seguiremos padeciendo sus consecuencias y seguirán existiendo “cámaras sépticas desbordadas” con escandalosas noticias.
No hay grieta, no hay fisura a zurcir. No es posible la conciliación de clases. Sólo desaparecerán las diferencias sociales con la derrota del capitalismo y su sustitución por el socialismo.
Sin maniqueísmo por Cristina De Armas
El caso Astesiano está en la justicia y son muchos los que hablan de lo mismo.
He leído comparaciones absurdas con casos políticos. Cuando alguien cercano a un político es denunciado lo dirime la Justicia y al político lo toca de costado. Cuando tiran a un político de cargo importante el sistema todo se pone de acuerdo y es en un porcentaje muy alto debido a que ese político ha perdido apoyo económico y político que lo sostenga en ese cargo. Por eso, los tiran los propios. Pero se paga.
No podemos nunca olvidar el contexto en el que se dan los hechos, podemos comenzar por el juez Recarey y el impedimento a vacunar menores que dio la vuelta al mundo, el mismo juez que luego paró las obras en Punta Colorada, Maldonado, basado en el informe de dos académicos que fueron luego presionados y al juez se le abrió sumario. Los informes del senador Carreras en contra de la gestión del gobierno con la empresa Katoen Natie. Poco después un informe televisivo ponía el foco sobre un caso de una bala perdida, una persona en silla de ruedas y una asistencia del senador en tiempos en que pertenecía al Ministerio del Interiorr lo que le enfrentó directamente con el ministro Heber. El senador terminó denunciando persecución a nivel internacional y el ex presidente Mujica tratando de calmar las aguas. El caso Marset nos colocó nuevamente en la prensa internacional, un pasaporte uruguayo otorgado a un conocido narcotraficante para que pudiera salir de Dubai, Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores interpelados que ponen énfasis en el escape del narcotraficante Morabito en gestión FA. Productores rurales exportadores de droga que son sobreseídos, otro fiscal toma el caso; contenedores de droga que siguen llegando desde Uruguay a la UE…
La imagen del presidente, intacta
La gran pregunta que quedó instalada y en la que insiste la oposición es si el presidente sabía o no lo que hacía Astesiano. El presidente siempre ha dicho que “las cabecea todas”. Aquella noche cuando salió en caliente, sin descanso y evidentemente sin todos los datos necesarios a dar lo que parecía su apoyo y confianza a su custodio, creo que muchos creímos que se partía la cabeza. Salió sin ver la cancha, sin conocer la jugada y sin saber si tenía quién detuviera el contragolpe que era, inminente.
El mismo presidente dijo más de una vez que le había confiado a ese hombre lo más caro que tenía, su familia, ese grado de confianza se había ganado porque el político no regala confianza, es un lujo que se puede dar raramente. Lo que difícilmente sabe el político es como es usada esa confianza cuando no está presente y lo que es peor, no lo quiere saber. Alguien probablemente sabía pero, siendo hombre de confianza del presidente difícilmente se le acercara a decir lo que pasaba suponiendo que no le haría feliz, que no pasara nada y que además se le pusiera en contra. Los hachazos llegan cuando cae el árbol, mientras está en pie, todos buscan sombra. El sistema político no es tan diferente al empresarial en este caso. Haciendo una analogía es como tener un empleado eficiente y eficaz en su tarea pero que se lleva cada tanto algo del stock de mercadería. Uno lo ve, no parece excederse y sus números de venta son excelentes, además se le da las llaves de la empresa, abre, cierra y si en algún momento se le da algo y se le dice. -¡corré!, no pregunta hacia dónde ni cuánto tiempo, simplemente, corre. Yo no dudo de que el presidente sabe bien quién es Astesiano y quizás su trabajo para él lo compensaba; lo que es difícil de saber es si no sabía hasta dónde había llegado o supuso que lo podía contener. Si fue lo segundo, no pudo y eso me hace pensar en las declaraciones de Gandini respecto a la Justicia.
Estamos aún lejos de las elecciones, el caso Astesiano al presidente le picó muy cerca pero no creo que ensucie la imagen que ha creado de sí mismo ante la gente; ahora, el gobierno y sus hombres, son otra cosa.
Sin maniqueísmos y cuidando las instituciones, es por ahí para todos.
Había una vez… por Rodrigo da Oliveira
Había una vez un avestruz que, intentando que la realidad no fuera tal, quiso obviarla.
Parece casi un símil con lo ocurrido con el interminable caso Astesiano, nuestro presidente y las eventuales implicancias en diversos niveles de la Administración pública, que no del gobierno, como se ha pretendido instalar por parte de la hoy oposición. Argumentos servidos en bandeja desde Torre Ejecutiva, digamos todo.
Luego de conocida la noticia de la detención del custodio, prestamente el primer mandatario salió y se puso frente a la opinión pública, en un gesto que le es habitual.
Lo primero a destacar es el funcionamiento pleno de la República, ejecutando Fiscalía su cometido y siendo el acusado detenido en la sede misma de Presidencia. Luego el descargo de Lacalle Pou, arguyendo que su custodio no poseía antecedentes judiciales visibles, cosa que luego se mostró comprobada al verificarse la ocultación de tales por parte de un funcionario hoy sumariado. Lo que cuesta admitir, y ahí lo que sumó ruidos posteriores y alimento a las versiones de quienes son críticos a lo actuado en dicha conferencia de prensa, es su eventual desconocimiento de las averiguaciones que detentaba el sujeto en cuestión. Demostrado está que conocía la existencia de dichas y abultadas averiguaciones, inclusive informado por parte del equipo de gobierno.
En este punto cabe hacer un distingo importante: ¿forma parte la custodia personal del primer mandatario de los asuntos que debemos llamar públicos o institucionales o responde únicamente a la esfera privada de presidente y su familia? Porque si coincidimos en esto último, toda la discusión carece de sentido y el hecho no pasa de ser un elemento corrupto más, que eventualmente utilizaría su posición para mejorar el alcance de sus maniobras. Todo esto último es grave de por sí, pero aún está en etapa de investigación y se irá hasta el final, seguramente, dado como se viene trabajando desde la Fiscalía.
Pasados los primeros días lo que pareció ser un fuerte golpe al gobierno, comenzó a perder sustancia. Lejos de amilanarse, se lo ve afianzado y firme en sus proyectos clave, como son el de la seguridad social y la reforma educativa, ambos fundamentales para el futuro inmediato del país.
La opinión pública que del primer mandatario existe no se vio afectada mayormente por el entramado de este caso particular, aunque se pretenda mostrarlo como un suceso de alcance institucional por parte de la oposición.
La llegada de Lacalle Pou a la población sigue siendo su punto de mayor alcance, siendo propios y ajenos los que lo dejan por fuera del hecho en sí. Es pasible de crítica, pero más que eso de generar la mayor interrogante que de este caso aflora: ¿cuál es el motivo que llevó a nombrar y sostener a Astesiano en tal cargo, cuando desde el entorno y desde lo periodístico era tan fuertemente cuestionado y conocidas sus andanzas? El personalismo y el exceso de confianza a veces no conviene mezclarlos.
Habrá mucha más materia sobre este tema, está lejos de agotarse, dado lo prolífico del individuo.
¿Volviendo a lo central, es la custodia personal del presidente un tema público o privado?
En ese distingo, un punto a favor de custodiado: si debo elegir a alguien para me cuide la espalda, que sea uno capaz de fumar dentro de una garrafa. Luego, los costos son los que está sintiendo hoy mismo y que, seguramente, le han quitado algunas horas de reposo.
Para el final, lo del comienzo, valorar la separación de poderes y la actuación independiente de la Fiscal actuante. No es menor, visto lo visto y conocido lo actual.
Muchas veces criticamos y quejamos del funcionamiento de la Administración de Justicia, valga esto como algo a favor.
En los próximos días tendremos más claro cuánto afectó realmente el hecho a Presidencia y al Gobierno todo, luego de ver al alcance de las actuaciones de todos los actores.
Seguro que no nos vamos a quedar sin material.
Los motivos por Sol Inés Zunin
Hechos de notoriedad pública. Daño a la imagen presidencial. Prestigio internacional. Inversiones. Confianza. Manejo.
Se sabe; en la cultura líquida nada ES si no se lo percibe y el crimen no se mide en daño a las víctimas sino en daño a la credibilidad del victimario.
El neoliberalismo existe gracias a la gestión del eufemismo. Gracias a llamar “hecho de notoriedad” a un delito. A la letanía del prestigio internacional como concepto dominante, que ante la comprobación de un crimen, lamenta los perjuicios a las inversiones.
Los motivos para no cometer o condenar un delito hace tiempo que dejaron de ser LOS MOTIVOS.
La gente en la calle comenta “qué bárbaro” y acepta con cinismo el cinismo. Las encuestas evaluan efectividad para la mentira y el éxito es la capacidad para que no se te mueva un músculo.
No hay obstrucción de la justicia si todos fingen demencia y no hay nadie para repreguntar lo obvio. El sonido no se propaga en el vacío.
La vara baja
Lo de la imagen dañada es como lo del gobierno fracasado: una idea completamente zombie que se cree los mohínes, el tic del pelito y la sobreactuación del mando y se come la curva del capitalismo de pillaje. Porque eso son Montepaz, Astesiano, la reforma de la Negociación Colectiva (de paso: atentos trabajadores, no se duerman), la reforma de la Seguridad Social -que completa la entrega de las jubilaciones a las AFAP’s-, y seguramente la tenencia compartida, a la que he dado en llamar “tenencia compulsiva” – y que algún día nos enteraremos qué unidad de negocio la trajo-. Tambien la LUC, la represión de la protesta y el apriete a las ollas. El estado al mejor postor.
Ahora pregunto yo: ¿importa que el gobierno vaya en picada por las razones equivocadas? ¿importa que no sea el ajuste y sí la imagen internacional lo que lo debilite ante los ojos de una población empobrecida?
Pues debería. Especialmente a los líderes, debería. Porque no es que no existe más la ideología –qué bobada y que crédulos los crédulos-. La ideología está viva y coleando en el margen derecho, y el PBI en alza y la vida de las mayorías en baja no son garantía de izquierda. La corrida al centro, más que votantes, trajo claudicaciones. El riesgo de creer que grafico mata líder, que política es gerencia y de dejar la construcción ideológica a los técnicos. El problema no es que los ideólogos hayan querido convencernos del fin de la ideología –obvio que querían- el problema, mayúsculo, es que se lo hayamos creído, y que la agenda haya pasado de la lucha ideológica, a la denuncia de la corrupción, y de ahí, a la imagen internacional dañada, y a una izquierda llenita de neoliberales progresistas. Y si entonces la república ya no es vector de justicia e igualación, y tampoco le preocupa el delito excepto por sus costos económicos, tal vez los ciudadanos terminen creyendo que solo el empleo de la fuerza corrige sociedades; mmmmh, algo que a uno que yo sé -al fascismo- le encantaría que pase.
¿Será por eso que los comunicadores y dirigentes de la ultraderecha estan ahí, trabajando doble turno, en barrios y tik toks, mintiendo con alevosia y oliendo la oportunidad como el tiburón a la sangre? Creo este un buen momento para recordar que las hordas de derecha, que surgen como hongos después de la lluvia también reclaman valores y principios –rancios, si- pero no por ello menos pegajosos, y que las dictaduras metieron fuego y bala en nombre del orden y la familia. Ojo, que la esperanza puede ser de izquierda, pero el desencanto tiene cara de fascismo.
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