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Incluir a la infancia por Juan Pedro Mir  

Incluir a la infancia por Juan Pedro Mir   
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El desafío de construir una sociedad donde niños y adultos tengamos instancias conjuntas de escucha y convivencia.

La sociedad uruguaya es especialista en excluir a su infancia y juventud. Desde el punto de vista socioeconómico, los mayores índices de pobreza se dan entre niños y jóvenes. Pero, además, la exclusión es vista como algo natural en todo el tejido social.

Le pido al lector que imagine cualquier espacio cotidiano. En él verá (excepto los rincones y los edificios específicos para niños) solamente lugares y mobiliarios pensados exclusivamente para adultos. Los niños quedan fuera de la movilidad del transporte público, del diseño presente o ausente en las aceras, de los parques y de los distintos lugares de entretenimiento y encuentro.

Los niños y los jóvenes “molestan” al Uruguay sobriamente oriental.

Sus ruidos, sus cuerpos que les piden movimiento, sus juegos… hasta el lenguaje propio que van construyendo es excluido una y otra vez.

¿Qué sucede cuando un niño se comporta como niño en un espacio público o en el transporte colectivo? Simplemente se lo ignora, se le calla o se le pide de variadas maneras (puede ser con el celular de los padres) que deje fluir al mundo adulto “normal” y “normativizado”.

La exclusión es la norma. Si un niño o un joven se quiere insertar en el mundo más allá del rincón infantil, la pista de skate, el pelotero o la escuela, como condición debe integrarse a las pautas del mundo preestablecido por los mayores.

Esto es una muestra del lugar cultural, social y ciudadano que el Uruguay le da a la niñez y la juventud. ¿Puede ser diferente?

Por cierto, que sí y para algunos de nosotros que trabajamos con la infancia, la realidad debería cambiar.

La palabra clave es incluir.

Los adultos tenemos la obligación de dar cabida a “los nuevos” (al decir de Hannah Arendt), no abandonándolos a su propia suerte. Decidimos traerlos al mundo, luego debemos hacernos cargo. Sin excusas.

Asumir a nuestros niños es en principio estar dispuestos a compartir con ellos las herramientas de la cultura en que vivimos. Ahí tenemos que estar las familias (en primerísima parte) y luego las escuelas y los demás espacios de socialización. Pero atención, el movimiento debe ser doble: a la vez que educamos en las reglas y normas ya establecidas, es central que asumamos que el humano que nace tiene en sí mismo, el derecho de construirse como un individuo único y de ser considerado en esa exclusividad.

La sociedad humana, cuando recibe a la infancia tiene la posibilidad fantástica de educar y a la misma vez, reconstruirse.

Primero, porque cada ser humano sin importar la edad, es una copia original de sí mismo y no una mera reproducción.

Segundo, porque solo a través del recibimiento cuidado y la escucha, es que el mundo ya estructurado, puede cambiarse y así darle cabida a los más jóvenes.

Tercero, porque si queremos una sociedad democrática, esta se empieza a construir en cada uno cuando es aprendida directamente en las acciones cotidianas desde la primera infancia (eligiendo, debatiendo, asumiendo retos, negociando y entendiendo al otro) y no como un mero contenido escolar.

No se trata que la sociedad sea un gran patio de recreo “tomado” por niños y jóvenes (otra forma de abandonar y excluir es dejar que hagan “lo que quieran”). La clave es animarnos a promover la convivencia y el encuentro de las diferentes generaciones, generando experiencias de contacto, acompañamiento y construcción colectiva.

Compartimos algunas ideas que podríamos implementar en todos los espacios e instituciones que habitan niños y jóvenes:

  • Antes de comenzar con el discurso adulto con todas las reglas ya establecidas, lo primero es escuchar al niño. Saber qué piensa, qué siente, qué quiere. La mayoría de las veces nos va a sorprender la sencillez y la lógica pura de sus aspiraciones: tiempo para jugar, autonomía, encuentro afectivo con otros, mirada del adulto. Escuchemos a nuestros niños en forma atenta y amable y seguramente nos sentiremos gratificados y sorprendidos.
  • Tenemos que vivir con los niños y jóvenes. Incluirlos en cada agenda personal. No hay dilatorias, alguien tiene 5 años una sola vez en la vida. Luego tendrá 6. Parece una afirmación tonta, pero no lo es. Si somos adultos que convocamos a nuestros hijos, lo primero es hacerles un lugar en nuestra propia vida. Y si somos adultos que trabajamos con niños y jóvenes, debemos construir el desafío de vivir con ellos, en parte, con las pautas y acuerdos que construimos en conjunto.
  • Diseño. Pensemos en el hogar, la escuela, el barrio, el parque y el conjunto de espacios habitados. Va a depender de cómo se organicen esos tiempos y espacios, si estos generarán o no, experiencias vitales enriquecedoras a nuestros niños y jóvenes. La modernidad encerró y aisló a la infancia. Hoy es tiempo de diseñar con la voz de los más jóvenes y de generar lugares amables con ellos, que contemplen desde sus estaturas y posibilidades de movilidad, hasta sus intereses y opiniones.

La infancia y la juventud son demasiado importantes para seguir cometiendo algunos errores que nuestro país, por conservador y adultocéntrico, repite año a año.

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