Una nueva asociación -consecuencia de la unión de unos 40 grupos e intelectuales como integrantes- con el nombre de Internacional Progresista nació en mayo pasado con la aspiración de unir, organizar y movilizar fuerzas progresistas (entendido el vocablo como las de izquierda) en el mundo.
El DiEM25, un movimiento democrático paneuropeo transfronterizo, y el Instituto Sanders, fundado en 2017 por Jane Sanders, esposa del senador demócrata Bernie Sanders, la lanzaron, avalada por intelectuales de diversas regiones.
El objetivo de esta iniciativa fue fomentar la unión, coordinación y movilización de activistas, sociedades, sindicatos, movimientos sociales y partidos en defensa de la democracia, la solidaridad y la igualdad.
Los impulsores de la Internacional Progresista indican que la actual situación de crisis económica lleva a que las corrientes progresistas se unan para defender y sostener un Estado de bienestar, los derechos laborales y la cooperación entre países, además de consolidar un mundo más democrático, igualitario, ecologista, pacífico y en el que prime la economía colaborativa.
El filósofo y politólogo Noam Chomsky, autocalificado como pensador ácrata -aunque no opuesto a las prácticas electorales- junto al radical de izquierda, Yanis Varoufakis, se sientan ambos anticapitalistas y otros al lado de los tibios adherentes de facto a la socialdemocracia Bernie Sanders y Fernando Haddad y personajes de quién sabe qué denominaciones que tienen en común ideas progresistas asimilables a las de la declaratoria constitutiva de esta internacional.
La convergencia en la necesidad de sopesar con otras fuerzas el quehacer postpandemia (cuando esto ocurra) fue otro de los motivos que provocó la unificación en el entendido de contar con un instrumento multilateral para presionar como frente los cambios necesarios en las relaciones políticas, económicas y sociales de los Estados, diferentes a las habidas hasta el inicio de la crisis sanitaria. En un sentido muy práctico, de lo que se trataba como objetivo común, entonces, era de ajustar esa actualidad postcrisis del Derecho, a la vez que lograr una variación sustancial y perdurable en lo sociológico y en la orientación del Estado mismo. Era, de alguna manera, salirle al paso a las fuerzas motrices -teóricas- de la Teoría pura del Derecho de Hans Kelsen, en cuyos germinadores están inmersos y abrevan la mayoría de las arquitecturas jurídicas occidentales.
Entre los acuerdos iniciales estaba la organización de un primer encuentro en la capital islandesa: la reunión presencial en Reykjavik -por consecuencia de la pandemia – debió cambiarse por un paneo virtual a través de cámaras que enviaron a diversos instrumentos electrónicos las teleconferencias. Corresponde que digamos aquí que la capital de Islandia debe contar con atractivos que se nos escapan, pero recordar que en ella -en 1972- soviéticos y estadunidenses la pusieron en el mapa cuando Bobby Fischer y Boris Spassky disputaron el campeonato mundial de ajedrez. Años después -1986-, Ronald Reagan y Mijail Gorbachov (secretario general del PCUS) comenzaron la ronda sobre un Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) que terminó firmándose en 1987: resultaron complementarios de los precedentes de prohibición de pruebas nucleares y los conocidos como ABM y SALT I (1972).
Más allá del círculo heterogéneo de organizaciones y el congestionamiento de nombres, del apoyo a cuestiones comunes (como el salario mínimo universal y el rescate social y económico mediante el Estado), sus integrantes proclaman sus ideas; Varoufakis dice ” (…) “un virus sin cerebro nos obliga a enfrentarnos a un sencillo dilema: o la zombificación de los bancos y las empresas posterior a 2008 engulle al resto de la economía, o reestructuramos masivamente la deuda pública y privada”.
El boliviano Álvaro García Linera reivindica a los gobiernos progresistas sudamericanos «acusados de populistas irresponsables: ahora son la plataforma mínima del debate público y de un nuevo sentido común planetario». Avista que enfrentamos «el riesgo de un regreso pervertido del Estado bajo la forma de keynesianismo invertido y de un totalitarismo del big data como novísima tecnología de contención de las ‘clases peligrosas’ ”.
El ex ministro de Lula, Celso Amorim, por su lado, llama a “una mayor unidad con los partidos de izquierda y el inicio de algún diálogo con otras fuerzas más de centro en la necesidad de un espacio más fuerte”, para detener a aquellos como Bolsonaro.
El conglomerado más político de la organización sostiene la idea de que el actual Estado es un cuerpo en disputa que enfrenta al neoliberalismo más crudo y al nacionalismo xenófobo. Procura, como objetivo cercano, cerrar el paso que conduce al dominio de grupos burgueses salvajes, capaces de implantar mediante medios autoritarios restructuraciones de deudas con organismos y bancos internacionales que pagarían las grandes mayorías.
Por ahora, no sabemos si fuerzas componentes de esta internacional contemporánea proponen algo que resulte en una distopía o cambios de sencilla cirugía que dejen la esencia del actual régimen en pie, con muy tenues modificaciones de maquillaje, lo que podemos encuadrar dentro de una de las variantes edulcoradas del gattopardismo. Por el contrario, si las condiciones impuestas hasta ahora -digamos- “se aflojan” y son definitivamente desplazadas, el rompimiento en el seno de la internacional será inevitable al plantearse un sector de ésta ir “más allá” en los cambios y acabar de una vez por todas con el régimen capitalista, algo que no se proponen otros “progresistas” que aspiran a la supervivencia de éste modificado al que le adosan un rostro humano.
Bueno, pero parece que aún falta para ese momento de acuerdo con la acción de los radicales, más gramscianos en la medición del aprendizaje de la izquierda y su decisión para derrumbar al capitalismo y emprender un nuevo camino.
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