Oh mia patria, si bella e perduta!/ Oh membranza sì cara e fatal!
(Va pensiero, 3er acto de Nabucco: G. Verdi)
Italia ha tenido desde 1953 varios primeros ministros que, en su mayoría, solo representaron lo inmediato, dejando la sensación de ser circunstanciales, de corto tiempo, inestables y, en ello -aunque suene paradójico- parece asentarse la estabilidad institucional. Señalemos que la derecha declarada ocupó el cargo por un tiempo largo y de ello se benefició en tres períodos Silvio Berlusconi: el primero de 1994-95, un segundo 2001-06 y el tercero 2008-11. En un comparativo hecho por el “barón” español Felipe González, dijo que veía en su país un «marco político a la italiana, pero sin italianos».
Alentado por los exitosos resultados electorales para el Parlamento Europeo, azuzado por la ultraderecha euroescéptica y estimulado por sus propios deseos, el viceprimer ministro, titular de la cartera de Interior, Matteo Salvini -líder de la Liga del Norte- rompió la alianza con el Movimiento 5 Estrellas (M5S, en italiano) que lo sostenía en el gobierno, exigió la renuncia del premier Giuseppe Conte (independiente) y un inmediato llamado a elecciones. Hay que agregar el encandilamiento que le proveyeron las encuestas (con dudosos pronósticos) que le aseguraban contar con el voto del 38%, sus ansias para llegar a dirigir el gobierno y los apoyos de otras agrupaciones de la derecha: la berlusconiana Forza Italia y Fratelli d’Italia.
Resultó que a pesar de lanzar su acción en agosto (cuando nadie en la península piensa en política y sí en vacaciones) lo suyo derivó en una suerte de entrampamiento tóxico criticado por sus antiguos socios del M5S. De su actuación como ministro de Interior son conocidos los impedimentos dispuestos a los barcos de auxilio a migrantes africanos que recogieron náufragos en el Mediterráneo para desembarcarlos al atracar en puertos de Italia. Al defenestrar a este ministro se espera que la política del país sea más comprensiva y no contribuya a acrecentar los terribles decesos en el mar que en 2019 y hasta hoy suman 20 mil personas.
Salvini se abrazó a su idea como algunos creyentes lo hacen a promesas postmortem o a la parusía y se hundió en medio de una lluvia acre; sintiéndose equivocado, desesperado, huérfano consciente del momento, quiso volver sobre sus pasos e incluso recurrió al secretario general del Partido Demócrata, Nicola Zingaretti -partidario de llamar a elecciones y opuesto a la presidencia de su fuerza-, pero ya era tarde.
Aquel que difícilmente hubiese aceptado ser presidente con un premier de la ultraderecha -el siciliano democristiano cofundador en el pasado del europeo socialdemócrata L’Ulivo- Sergio Mattarella, acordó dar tiempo a los nuevos coaligados del M5S y el Partido Demócrata (PD) -con sostén mayoritario en el parlamento- para formar otro gobierno dirigido una vez más por Giuseppe Conte y sin Salvini en el gabinete. La mezcla de los grillini con el PD no deja de extrañar si recordamos sus raíces heredadas de restos de socialdemócratas y democristianos, y sus dicterios a los seguidores del actor genovés (ya retirado de la dirigencia del M5S) Beppe Grillo. El PD se nutre, además, con elementos procedentes del socialismo independiente, medioambientalistas y algún eurocomunista.
El hasta ayer ignorado Conte, resucitado por los malos cálculos de Salvini, acordará -por mandato de Mattarella- con el M5S y el PD el programa de gobierno y la lista de gabinete para dos desafíos: practicar una política no confrontativa con la Unión Europea y elaborar el presupuesto nacional 2020.
Conte parte con dos “bendiciones”: una dada por el Papa, en el funeral del cardenal Achille Silvestrini, y otra del injerencista Donald Trump como comentario halagador en Biarritz: «Empieza a verse bien el altamente respetado primer ministro de la República Italiana, Giuseppe Conte. Representó a Italia de manera poderosa en el G7 (…) ¡Un hombre con mucho talento que espero que siga siendo primer ministro!»
Hay que agregar que el líder de los grillini tendrá una tarea adicional: deberá cambiar su postura actual a la derecha al contar con un socio de centroizquierda y el presidente inclinado hacia ella. De seguro que para el joven Luigi Di Maio eso no representará ninguna dificultad, por lo que seguirá bajo los reflectores (malo será si se deslumbra). Adivinación y predicciones en Italia no tienen límites ni fronteras: las ideologías atribuidas a los políticos son consideradas como mochilas intercambiables cuando las circunstancias lo exigen.
Me parece, en todo caso, que dentro de la futurología un augurio se aproxima bastante a la realidad tomando en cuenta cómo se interpreta el pasado. El joven Steven Forti -historiador italiano radicado en Barcelona- vaticina que la legislatura “difícilmente llegará al final” (algo que no es inusual), y que se “estiraría” si se propone reformar la Constitución reduciendo la cantidad de legisladores. Sin embargo, lo más importante es cuando acerca de la realidad afirma aquello con lo que coincidimos: la ciudadanía “está muy cabreada con la política italiana de los últimos 50 años y no encuentra otra alternativa política fiable. Para entender la Italia de hoy hay que ir a la caída de la Primera República, el cambio continuo de leyes electorales, el ventennio[ascendiente de dos décadas] berlusconiano, etc.”,
En resumen, los políticos italianos vuelven a las andadas al imponérseles alianzas al no contar con mayorías propias y obligarlos a tejer uniones (algunas bastante inesperadas, insólitas) sin poder presentar un cuadro propio de propuestas: la pendulación cupular sin acompañamiento popular les asegura a algunos una suficiente supervivencia por la que batallan. Esos esfuerzos por sobrevivir que mal escondieron tras las instituciones -como arrugadas bambalinas- decidieron a muchos a insertarse en el mundo delincuencial (cuando no procedían de él) en el pasado y, quizá, hasta hoy, por lo que el público sigue desconfiando de su andar.
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