Jardín primitivo

¡Cuántos parques y jardines hay en Montevideo! ¡Cuán bellos y variados son! Gusta de recorrerlos, sobre todo en la estación florida. La explosión de vida y colores que tiene lugar en ellos durante la misma le resulta una buena terapia para el alma.

Amén de ello, para él, estos sitios son fuente de un atractivo anejo. Disfruta contemplando fotos antiguas en las que se los ve tal como eran hace un siglo o más, y tratando de hallar vestigios de aquella época pretérita en los lugares en que se han transformado hoy en día.

Una parte no desdeñable de ese goce estético proviene de que, a su manera de entender las cosas, aquellos visionados implican un verdadero viaje en “la máquina que navega a través del tiempo”, las ventanillas de cuya cápsula son los rectángulos en blanco y negro de las fotografías.

A pesar de que se ha aficionado a estos juegos mentales, jamás había imaginado que algún día le permitirían asomarse al equivalente al Edén de la urbe donde habita.

Ocurrió un fin de semana de principios de diciembre. Vagaba por las canteras del Parque Rodó. De pronto, un detalle le llamó la atención. En la pared de piedra, alguien había hecho un dibujo que, con trazo infantil, imitaba a las pinturas rupestres. Le causó gracia. Rió para sus adentros el singular chiste gráfico y continuó camino. Empero, a poco andar, volvió sobre sus pasos para fotografiarlo con el fin de, luego, comentarles la chanza a sus amigos. Mientras hacía dos o tres tomas, su mirada se topó, en la parte más cercana al piso del pétreo acantilado, con otra imagen, esta sí antigua de verdad.

Provenía de una placa de piedra sobre la que, cual si fuese la de una cámara fotográfica sui generis, había quedado impresa la silueta de un pequeño fragmento de lo que hace miles y miles de años fue el primer jardín montevideano, anterior incluso a la existencia de la propia ciudad.

La “continuidad de los parques”, reflexionó, con una sonrisa de admiración distendiéndole los labios, y reemprendió su paseo.