Joder con el coronavirus. Al principio no le di ni cinco de bola. Esas cosas que pasan en China y uno nunca sabe si son ciertas o no: que descubrieron la pólvora y las pastas, que florezcan mil flores (pobres de los que lo creyeron); que son buena gente para los negocios, que son generosos y solidarios, que te ayudan sin interés, que son buenos patrones (pobres de los que le creen). Además, son más de mil quinientos millones en un inmenso pedazo de terreno; diez, quince o veinte mil de ellos equivalen a nadie de acá.
Y cuando vi a Bergamino, entonces vicecanciller, rubricando una donación a China de tapabocas, guantes, alcohol y no sé qué más para ayudarles a combatir la nueva gripe, me quite todas las dudas: ¡es joda ¡
Pero el coronavirus se nos vino encima. A mí me huele raro, todavía, pero no puedo ir contra las montañas. Es un corso en contramarcha. No puedo ver a mis hijos ni mis nietos ni mi bisnieto. Por propia iniciativa, más por ellos que por mí, aunque de acuerdo con todo lo que se dice es más por mí, que soy un adulto mayor, esto es: un viejo. El lunes fui a ver mis médicos; prácticamente son las únicas salidas que hago. Acompaño a Alma a ver al suyo y cada tres o cuatro semanas nos reunimos a almorzar con Neber, Pancho Vernazza y “Conie Hughes. Y paremos de contar.
Fui a ver al cardiólogo, la neuróloga y al médico de cabecera.
Pusieron el grito en el cielo: ¿Y Ud. qué hace acá?
– Y. como parece que la cosa viene de nalgas me dije: voy a ver a mis médicos, para ver que hago.
– Ud. no puede salir de casa. Tiene que cuidarse. Los factores de riesgo son muchos: problemas cardíacos, la neuropatía (padezco una poliarriculoneuropatía desmielinizante inflamatoria crónica, enfermedad “rara”, “huérfana” de tratamiento y de origen incierto que no es para cualquiera. Y todo por una culebrilla que parece que se mordió la cola). Mas el sobrepeso y fumador (¿qué quieren que haga?). Y la edad.
Eso, la edad. No sé de qué ni cuándo – y espero que se aguante lo más posible- pero cuando me muera va a ser por cualquier cosa y además por viejo. Si me hubiera ocurrido hace cuatro años y ya pasados cómodamente los 70, la gente hubiera dicho “que bien que estaba”. Lo bueno es que todavía estoy, mas cascoteado es cierto, pero estoy.
Y aquí encerrado se me da por escribir pavadas y pensar. Reflexionar, por ejemplo, sobre la mala leche de los uruguayos (cuando cito uruguayos me incluyo). Esa forma de individualismo plagado de celos y envidias y amante de la mediocridad que nos aplasta a todos. Y al que asome la cabeza: duro con él.
Hay pueblos donde pasadas las elecciones el presidente electo pasa a ser el presidente de la nación, de todos. Y eso ocurre con muchos, pero no con los uruguayos. Aquí el gobierno es colorado o blanco o frenteamplista y yo no los voté o yo los voté. Y entonces mentir es la norma y sacar tajada de donde se pueda y a costilla de otros siempre. En Uruguay se habla de derechos adquiridos sin que nadie tome en cuenta los derechos perdidos y a los que se los quitaron o recortaron: en salarios, empleos, con más impuestos y muchas cosas más. Aquí se milita por la libertad, pero la realidad lo que existe es un gran miedo a la libertad – de lo que hablaba Erich Fromm-. Clamamos por tener tutores, somos un pueblo que necesita tener tutores (Alberdi dixit).
Echarle la culpa al otro es la consigna; lo hacemos hasta por gusto e incluso hasta con el riesgo de pasar por idiotas. Sobre esto del coronavirus he escuchado y leído imbecilidades, que me pregunto cómo se puede ser tan burro, en el mejor de los casos. Por ejemplo, los que señalan y reclaman y acusan al flamante gobierno con relación a esta novedosa peste. Y los que lo hacen, por supuesto, son los que no lo votaron.
¿Y qué tienen que ver estos pobres que hace quince días que llegaron y se encontraron con este peludo de regalo? Además, con cero reservas de material para encarar el tema: el que había se les donó a los chinos.
Es probable que el gobierno anterior no haya medido bien la gravedad del tema. Les pasó a muchos. Pero no podía ignorarlo: el asunto comenzó en noviembre, y nosotros en febrero le hicimos “la donación”. En esto hay un poco de burla, de guarangada, es para calentarse cualesquiera sean las simpatías.
Tanta prevención y prohibición y tanto joder con el tabaco y con la sal y tanta alharaca, con honores y condecoraciones, y nos comimos ésta, que parece que es más grande que una casa de alto. ¿Se fueron a pescar? Decididamente me cuesta creer que haya sido otra “picardía” como la de no aumentar las tarifas y algunos acomodos. No se puede ser tan mala leche. Pienso.
Vamos a no joder y metamos todos, que lo que se viene parece que no es fácil.
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