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Juan Pablo Terra: un legado ético para el quehacer político de hoy y de siempre por Lucas Rodríguez Berrospe

Juan Pablo Terra: un legado ético para el quehacer político de hoy y de siempre por Lucas Rodríguez Berrospe
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El 3 de septiembre se cumplen exactamente cien años del nacimiento del arquitecto Juan Pablo Terra Gallinal, una figura de las que no abundan en la historia política uruguaya, de esas que trascienden fronteras partidarias y diferencias en el campo de las ideas, por ser faros que indican un camino de servicio público a seguir más allá de la evolución de los tiempos.
Nacido de la confluencia de dos familias con fuerte vinculación política, de raigambre colorada los Terra y blanca-nacionalista los Gallinal, su profunda fe cristiana católica marcaría su compromiso para con los más vulnerables. Graduado como arquitecto en 1950, en tiempos en los que el estudio de las ciencias sociales todavía estaba en vías de desarrollo a nivel académico, será en el campo de la Sociología donde se destacará tempranamente como intelectual. Desde muy joven, lejos de encerrarse en la cátedra o en su gabinete, hará del trabajo de campo una metodología para conocer en profundidad la cara más deprimida de una Suiza de América que, contradiciendo los mitos populares, tenía deficiencias y no iba más allá del casco urbano capitalino.
Influido por el trabajo del sacerdote domínico francés Louis-Joseph Lebret, dedicado al estudio de las causas del subdesarrollo en los países periféricos ‒si nos remitimos a aquella distinción entre centro y periferia que hiciera Raúl Prébisch con gran influencia en la época‒, Terra cofundó en 1947 los llamados Equipos del Bien Común, diseñando investigaciones sociales en cuanto a los niveles de ingresos y de vida en Pueblo Rodríguez (1949), La Teja (1951), Artigas (1953) y Montevideo en general (1955). De ahí devendrá su desvelo por la concreción de políticas públicas tendientes a la mejora de la vivienda en las zonas periféricas de la capital, hacia donde se daba una tendencia migratoria de la población socioeconómica más deprimida, tanto desde el medio rural como desde los barrios tradicionalmente más humildes de Montevideo, como lo eran Barrio Sur y Palermo, donde miles vivían en la pobreza de las pensiones y de los conventillos.
En el ámbito académico, integró el Consejo Directivo de la Facultad de Arquitectura y fue miembro fundador del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, así como del Centro Latinoamericano de Economía Humana (CLAEH), que presidió hasta 1972. Desde allí coordinó, asimismo, múltiples trabajos de investigación sobre las modalidades de vida y de productividad en el ámbito rural.
Fue director del censo de damnificados de las inundaciones de 1959 e integrante, desde 1961, del equipo de trabajo de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), conformada durante el primer gobierno colegiado del Partido Nacional, con gran impulso del representante Wilson Ferreira Aldunate y bajo la dirección de Enrique Iglesias, para estudiar en profundidad, con rigor científico, las realidades sociales, económicas y demográficas del Uruguay, recabando información sobre la que diseñar políticas públicas para el desarrollo humano.
Militante de la Unión Cívica desde su juventud, y siendo hijo del destacado dirigente de la misma Horacio Terra Arocena, vive a lo largo de quince años el proceso que lleva a la fundación del Partido Demócrata Cristiano (PDC) en 1962, siguiendo la influencia progresista la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), fundada en Montevideo en 1947, orientada a la integración y la cooperación latinoamericana de los movimientos políticos, sociales y religiosos con el humanismo cristiano como base ideológica.
Corresponde destacar que la fundación del PDC, y el propio ascenso político de Juan Pablo Terra durante la década de 1960, se explica en un contexto dado por los lineamientos de la Alianza para el Progreso ‒tal vez el principal plan de influencia geopolítica de la administración norteamericana de Kennedy hacia Latinoamérica‒, con proyectos tendientes a la reforma de las estructuras sociales y productivas como alternativa al modelo revolucionario cubano. Así también, por las determinaciones que emanaran del Concilio Vaticano II y de la llamada Doctrina Social de la Iglesia con centro en la erradicación de las desigualdades propias de las sociedades capitalistas.
Ejemplo fue para la democracia-cristiana de aquellos años, desde 1964, el gobierno de Eduardo Frei Montalva en Chile, como experiencia reformista a medio camino entre las tendencias liberales y las tendencias socialistas, que tendría en las leyes de reforma agraria y de sindicalización campesina de 1967 dos de sus buques insignias, abriendo como posibilidad la incorporación de los trabajadores en la gestión de las propiedades agropecuarias y a la creación de emprendimientos cooperativos, dinamizando el sector, topeando la extensión de las unidades latifundistas, y reduciendo la desigualdad en el acceso a la tierra.
En 1966, Juan Pablo Terra resulta electo diputado por el PDC en unas elecciones nacionales muy singulares, caracterizadas por la reforma constitucional que devolvería al Uruguay a las sendas del presidencialismo como régimen gobierno. Desde la Cámara de Representantes tendrá una destacada labor parlamentaria, siendo el principal impulsor de la ley marco del Plan Nacional de Vivienda, que da pie a la creación de las primeras cooperativas de ayuda mutua en la materia. Coincide su trabajo con la creación Comisión Honoraria Pro Erradicación de la Vivienda Rural Insalubre (MEVIR) por iniciativa del dirigente blanco Alberto Gallinal Heber.
En 1968, en un contexto de crisis estructural de la economía y de la sociedad uruguaya ‒arrastrado desde mediados de la década anterior tras el estancamiento del modelo industrializador que impulsara el batllismo (o neobatllismo)‒, ante la radicalización en el accionar de las organizaciones guerrilleras y de la deriva autoritaria del gobierno de Pacheco Areco, con fuerte represión hacia el movimiento estudiantil y obrero, con la aplicación sistemática y abusiva de las medidas prontas de seguridad y la clausura de medios periodísticos de izquierda, Terra hará su célebre llamado a la unidad de las fuerzas políticas, sociales y gremiales opositoras al gobierno. Sin exclusiones, contemplando a todas aquellas que abrazaran un genuino compromiso democrático para la transformación de tan adversa realidad nacional.
Durante ese mismo año, y en el mismo sentido, participa de la creación del Movimiento Nacional por la Defensa de las Libertades Democráticas y de la Soberanía.
Aquellos fueron, sin duda, algunos de los pasos más importantes en el camino hacia la fundación del Frente Amplio el 5 de febrero de 1971, con Terra como uno de sus principales referentes junto a Michelini, Arismendi, Rodríguez Camusso, Cardoso, Erro y figuras independientes de enorme prestigio social, entre las que se encontraban Villar, Crottogini y sin duda el general Liber Seregni. Una coalición política y movimiento de masas que hacía a la unidad de las izquierdas ‒así, en plural, dada su diversidad ideológica‒, pero especialmente frente popular antioligárquico y antiimperialista, organizado desde sus bases militantes distribuidas en el territorio. Un proyecto político destinado ‒aunque tal vez ninguno de sus fundadores lo previera todavía‒ a cambiar la historia política del Uruguay, sin precedentes, aunque con antecedentes, por ejemplo, en la revolución de enero de 1935, cuando batllistas, blancos radicales e independientes, comunistas y socialistas unieron fuerzas para enfrentar a la dictadura de Gabriel Terra, con el que, por cierto, Juan Pablo tenía parentesco por línea paterna. Un Frente Amplio inspirado por la Unidad Popular que en 1970 llevó a Salvador Allende a la presidencia en Chile, pero con raíces que podemos rastrear hasta los frentes opositores al fascismo en la Europa de la década de 1930, como el Frente Popular que liderada León Blum en Francia, mancomunado a socialistas, comunistas y radicales de matriz liberal progresista.
En las polémicas elecciones de noviembre de 1971, en las que el Partido Demócrata Cristiano cedió su lema a la novel fuerza política de izquierdas, Terra resultó electo senador de la República, asumiendo la banca en febrero del año siguiente. Desde allí pugna por la creación de un Ministerio de Vivienda y Urbanismo, con su proyecto de ley De pueblos y ciudades. Ferviente opositor a la ley De seguridad del Estado y del Orden interno impulsada por el gobierno de Bordaberry, continuará denunciando el quiebre de las garantías constitucionales del estado de derecho hasta el golpe de Estado en dos tiempos de febrero y junio de 1973.
Ya en dictadura impulsó el voto por el NO en el plebiscito de 1980 y el voto en blanco en las elecciones internas de 1982, remarcando la existencia del proscrito Frente Amplio y de su militancia en la clandestinidad. Apoyará también la reorganización del movimiento estudiantil en la ASCEEP y del movimiento sindical obrero en el PIT.
El 27 de noviembre de 1983 estuvo presente en el estrado del Acto del Obelisco bajo la consigna “Por un Uruguay democrático sin exclusiones”, reclamando la reapertura democrática con elecciones libres.
Continúa con su labor intelectual y académica siendo consultor para las Naciones Unidas. Nuevamente en democracia publicará una serie de lúcidos análisis sobre los procesos internacionales de la época, como la caída del bloque soviético, y de actualización ideológica. En 1989 se postuló una vez más al Senado por el PDC, ya fuera del Frente Amplio y dentro de la alianza que fuera el Nuevo Espacio, de izquierda social-democrática, liderada por Hugo Batalla, aunque sin resultar elegido.
Falleció en Montevideo el 13 de septiembre de 1991 a la edad de sesenta y siete años, dejando un legado ético, político e intelectual en pro del servicio público que necesariamente debe ser continuado, en el sentido ‒como también planteara Danilo Astori‒ de conocer la realidad para transformarla. Vale decir, todo un acto de coraje en sí mismo. Marcó escuela, llamando a la preparación moral, teórica y técnica para hacer política por el bien común, y sin duda debe seguir haciéndolo más allá del paso del tiempo y de las generaciones.
Que valga hoy el recuerdo a la figura de Juan Pablo Terra.

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