¿Justicieros en las calles?
Gracias a las denuncias de un sacerdote trascendió que varias personas en situación de calle fueron golpeadas por un grupo de hombres que andan en auto y utilizan bates de béisbol.
No es la primera vez que ocurren este tipo de agresiones, ya habían sucedido hace años en la Ciudad Vieja y también en el Cordón.
¿Hay grupos organizados que se dedican a esto? ¿Puede ser el germen de lo que en el siglo pasado operaba en Brasil bajo el mote de Escuadrones de la Muerte, y que centraba su accionar delictivo en asesinar niños de la calle? ¿Es resultado de la aporofobia? ¿Existe un sentimiento violento en parte de la ciudadanía contra la gente en la calle? ¿Deben generar alarma social estos hechos? ¿Cuánto influyen algunos discursos dominantes y su repercusión mediática en esta clase de accionar? ¿Es tan difícil identificar a los agresores? ¿Cómo se debe enfrentar este tipo de violencia?
Dialéctica de lo universal, lo particular y lo singular por Gonzalo Abella
En el siglo XIX, la trata negrera fue “necesaria” (para los burgueses) por la creciente demanda de materias primas. En el siglo XX la “Trata” (esclavitud moderna) es sustituida por la instalación de “sucursales” de las trasnacionales, que saquean directamente los recursos y oprimen sin intermediarios a los trabajadores en los países proveedores de las materias primas. Imperios hubo desde la antigüedad, pero ahora es el Capital mismo (extranjero, sin rostro) que se vuelve imperialista. Desde el siglo XX el flujo del Capital financiero se vuelve universal.
Toda sociedad capitalista vive del trabajo obrero. Las nuevas tecnologías permiten que menos obreros produzcan más ganancia neta, porque hay mayor diferencia entre el salario pagado y la riqueza producida en la jornada de trabajo. Y en toda sociedad capitalista hay momentos del ciclo productivo donde se evidencia el excedente de aspirantes a trabajar en relación a los puestos de trabajo. Ya al Capitalismo pre monopolista le resultaba altamente conveniente la presencia de un “ejército laboral de reserva” que permitía presionar los salarios a la baja. Y junto al “ejército laboral de reserva” surge un sector de desposeídos endémicos, un sector social que ya nace perdedor. En el siglo XIX fue denominado “lumpenproletariat” (proletariado andrajoso).
El “ejército laboral de reserva” es una necesidad para el Capital. En los momentos de auge productivo, cuando necesita incorporarlo, no tiene más remedio que subir los salarios. Cuando el ciclo pasa a su fase descendiente, este “ejército de reserva” permite bajar nuevamente los salarios.
En cambio, el “lumpenproletariado” molesta a las clases dominantes. Es producto del Capitalismo y sin embargo nadie se hace cargo de su futuro. Son seres humanos, son niños. La represión y la vigilancia policial los va confinando, como a los mega basureros, lo más lejano posible del ojo del ciudadano medio y aún de la mirada del pueblo trabajador. Si no se puede hacer que desaparezcan, al menos que no se vean.
“Los condenados de la tierra”; así se los llamó. En el mundo actual, millones de refugiados intentan cruzar fronteras hacia tierras prometidas donde esperan superar su situación de excluidos endémicos. Los que no pueden abandonar su lugar terminan esclavos de la trata, las mafias, el narcotráfico, el tráfico de órganos y la prostitución a un grado de abyección que cuesta imaginar. Y en la medida que las nuevas tecnologías permiten explotar más y menor a un menor número de trabajadores, los excluidos aumentan y se reproducen.
Llega un momento en que los excluidos endémicos son mirados con temor por los propios trabajadores, al menos por los que no están organizados socialmente en instituciones solidarias. Los burgueses más ricos no les temen, porque los más excluidos son incapaces por sí mismos de una revolución social, y los barrios privados están blindados contra sus “excesos”. Pero amplios sectores de la burguesía media sí les temen. A las oleadas inmigrantes se les pone freno con condiciones que los condenan a la muerte masiva; pero los de “entre casa” requieren otros métodos. Si se nos impulsa al emprendedurismo, a la gestión privada de nuestros intereses, ¿por qué no gestionar como empresa privada su represión sistemática, y si fuera posible, su extinción?
En nuestro país, tomado como caso singular, tender la mano a los excluidos exige un programa de soberanía patria, de seguridad alimentaria, de enfrentamiento al saqueo trasnacional; exige levantar, en fin, un programa de liberación nacional. Mientras tanto, cada olla popular es una escuela necesaria para forjar la alianza entre trabajadores y excluidos, y la vigilancia común contra los nuevos escuadrones de la muerte es una escuela necesaria de solidaridad.
Tomado el Cono Sur como caso particular (suma de singularidades) debemos aprender mutuamente de las estrategias solidarias, desde las villas porteñas a las “callampas” de Santiago. Los curas “villeros” también tiene mucho que enseñarnos.
A nivel universal el drama de los excluidos debe generar en nuestros pueblos un odio sagrado, un odio santo, contra el Capitalismo.
VIOLENCIA URBANA por Isabel Viana
La violencia campea por todo el planeta y recrudece en las ciudades. Es frecuente no percibirla porque hemos naturalizado su existencia en el mundo que nos rodea. Las pantallas la exhiben cada día dentro de nuestras casas. No es una problemática de Uruguay, la genera el capitalismo extractivista y es tan global como la sociedad que resulta de ese modo de apropiación de la riqueza.
En la totalidad del planeta hay sociedades en las que grupos e individuos, en sus ambientes de acción, han constituido elites de privilegio, sustentadas en la posesión y goce de poder y de inmensos capitales, construidos a lo largo de tiempos diferentes.
Hay otras sociedades, en las que grupos diversos e individuos viven su vida cotidiana con carencias de todo tipo, materiales e inmateriales, imposibilitados por múltiples barreras de gozar un presente mejor. Conocen de calidades de vida mejores, deseables, gracias a la omnipresencia de las imágenes difundidas por los medios. Saben que la factibilidad de acceder a futuros de calidad es muy escasa.
Gran parte de la riqueza de las áreas privilegiadas, se extrajo y se extrae en las áreas pobres, desde las que ha sido y es extraída y llevada hacia los países dominantes. Estos han crecido y mantienen su calidad de vida gracias a esos flujos de riqueza.
El ejercicio del poder global se manifiesta en violencias interestatales, que se manifiestan en hechos, más allá de los discursos. Como ejemplo basto el involucramiento de Rusia y de la mayor parte de los países de Europa en la terrible guerra de Ucrania, en la que no hay blanco que se respete, ni arma letal que no se use o con la que no se amenace.
En la escala local, nuestra ciudad está plagada de hechos y situaciones violentas desde violencia verbal hasta violencia física. Hay asesinatos y rapiñas cotidianas, y el miedo se expande, junto con el enrejado de viviendas y colocación de alarmas.
Simultáneamente, el poder narco pretende establecerse territorialmente y su justicia por mano propia desafía a los mecanismos de control y justicia del Estado, que no logra contener el avance del crimen. Este que va desde asesinatos a sangre fría hasta golpear a maestras o atacar ambulancias.
Las formas relacionamiento violento se incrementan en los espacios públicos y privados de las zonas pobres. Allí hay quienes adhieren a grupos violentos para sobrevivir y hacerse lugar en la sociedad. El Estado no logra anular el crecimiento de esas modalidades de crímenes, ni evitar que los actos violentos, que se extienden circunstancialmente a barrios en los que viven personas con mayor poder adquisitivo.
El suceso confuso (por ahora) denunciado por un cura de Malvín, sobre la existencia de “brigadas antitranseúntes –o “antipasta” – que están tomando justicia por mano propia”, mostraría que hay quienes perdieron confianza en el amparo del sistema público y están dispuestos a ejercer la violencia por mano propia para impedir la radicación de personas adictas o viviendo en calle, en sus espacios públicos.
Es imprescindible el rechazo formal y la sanción de los protagonistas de este brote de violencia.
La crisis instalada (institucional, social, laboral, educativa, ambiental) y la fuerte entrada de la droga llevan que personas – en número creciente – se sumen a la cultura de la violencia. Están también quienes salen de cárceles o son expulsados de sus hogares y optan por vivir en situación de calle donde son presa fácil de vendedores de ilusiones.
Sólo cambios de fondo en la gestión de la cosa pública pueden modificar la tendencia. Los desafíos mayores están en los campos de la educación, en la generación de trabajos modernos y en la preparación de los jóvenes para ejercerlos.
Todos podemos comprometernos solidariamente en crear un país para el presente y el futuro. La tarea no es a palazos o patadas. El país vivió circunstancias críticas y las salidas implicaron innovaciones importantes, basadas en soluciones en dirección al futuro que marcaron los tiempos.
MARGINALES por Miguel Manzi
Al recibir la invitación de Voces, me puse a googlear antecedentes del caso y, como dice la presentación, “No es la primera vez que ocurren este tipo de agresiones, ya habían sucedido hace años en la Ciudad Vieja y en el Cordón”. También pasó hace poco, antes de un clásico: “Un video en poder del Ministerio Público muestra cómo una persona vestida con la camiseta de Nacional y otra con la del Gremio de Brasil agreden a un hincha de Peñarol con un bate de béisbol en Piedras Blancas. Luego de golpear al hombre, los delincuentes se retiran en tres autos”. Las crónicas de estos días, por su parte, señalan que “La presunta víctima contó que los antipasta son cuatro personas que operan en una camioneta Fiat Fiorino blanca”. También se puede leer que “En marzo de este año fueron condenados 2 jóvenes que golpearon a un ladrón con un bate de béisbol”. Y la verdad es que no encontré más nada. Digo: con tan escasos antecedentes no puede haber alarma pública. No hay indicios de grupos organizados que se dediquen al batear gente. No hay germen de escuadrón de la muerte alguno. Hay, sí, unos marginales violentos, que salen después de hora, como la barrita de ”La naranja mecánica”, a abusar de los desamparados. En su naturaleza agresiva y antisocial, no se diferencian demasiado de los barrabravas que toditos los fines de semana protagonizan enfrentamientos. O de los chorros que golpean a las mujeres para robarles las carteras. O de los rapiñeros que balean a los comerciantes para llevarles unos pesos. Podría decirse, en todo caso, que los bateadores de indigentes son bastante más cobardes, porque elijen como víctimas a los que no pueden defenderse en forma alguna. Puestas las cosas en estos términos, todos coincidiremos en que a esos animales hay que agarrarlos y aplicarles el máximo rigor de la ley. Punto y aparte. El otro orden de preocupaciones que expresa Voces, respecto a la “aporofobia” o a “un sentimiento violento en parte de la ciudadanía contra la gente de la calle”, creo que se emparenta con el “bateamiento” por el lado de la marginalidad. Digo: en ninguna casa, en ninguna escuela, en ningún club de este país se estimula un sentimiento violento contra los más infelices. Podrá haber algún gorila que se vaya de boca, pero es marginal. Tanto es así, que el Estado y la sociedad dedican cuantiosos recursos para atender las situaciones de vulnerabilidad, recursos que no han dejado de crecer bajo los gobiernos de todos los partidos. Lo que nos ocurre a la abrumadora mayoría de los uruguayos, afortunadamente, es que no podemos acostumbrarnos y seguimos horrorizándonos cuando vemos gente que, como a las puertas del Infierno, parece haber dejado atrás toda esperanza.
Ricos y pobres: actitudes, leyes y acciones fascistoides por Oscar Mañán
El tema debe preocupar y ocupar a la sociedad toda, que, si bien no es nuevo y tiene múltiples causas, hay algunas que no deben soslayarse.
La denuncia de un valiente sacerdote, digno de aquella tradición del Concilio Vaticano II cuando la Iglesia hacía la opción por los pobres y que lleva ya muchas décadas lejos de tales teologías, se alerta la operación de grupos con acciones fascistas. Esto no es nuevo en la región, ya sea que se nombren como “paramilitares”, “guardias blancas”, “autodefensas”, “escuadrones de la muerte”, “grupos en alerta por la seguridad”, o prácticas de arrestos ciudadanos.
El funcionamiento del capitalismo trae concentración de la riqueza, y cada vez que este proceso tendencial arrecia, recrudece la situación de los desposeídos y los discursos de inseguridad de quienes ostentan la propiedad y/o control de los bienes que brindan bienestar. La ley magna de los Estados capitalistas es la que protege la propiedad privada y este derecho se impone incluso cuando entra en conflicto con otros sagrados para la vida como garantizar el trabajo, un consumo digno, o una vivienda decorosa.
Lo anterior opera en el contexto de un gobierno conservador, que entiende la libertad en términos individuales, donde explícitamente se opta por los “malla oro” y se garantiza su libre desempeño y decisiones “para llegar a la pública felicidad”. Los propietarios o los exitosos en términos de beneficios son protegidos por las leyes, por las acciones gubernamentales que toman sus propuestas mientras deslegitiman a trabajadores, sus sindicatos y reivindicaciones populares. La aplicación del “arresto ciudadano” previsto en el Art. 220 del CPP para delitos en flagrancia, está permeado por discursos tales como: “se terminó el recreo” o “aplicar mano dura”. Además, disposiciones de la LUC influyeron en la policía y no pocas veces en la justicia tal y como lo atestiguan las denuncias; el endurecimiento de penas o la aplicación de máximas al pequeño tráfico mientras se es contemplativo con grandes delincuentes quienes zafan de la justicia nacional o extranjera.
Una persona en situación de calle vive el ataque constante de las instituciones públicas, desde la Intendencia de Montevideo que con la policía lo despojan de sus pertenencias (por ocupar espacios públicos). Si bien la ley los autoriza, las formas son lejanas de las que merece cualquier ser humano; tampoco existen oportunidades de salida. Hace poco un trabajador de la bebida encaró a una persona del barrio que vive en la calle con intenciones de revisar sus pertenencias al percatarse de la falta de su celular, no desconfió de otros que pasaron sino del más desvalido. En esta ocasión dos chicas policías actuaron de manera correcta, deslegitimando la aspiración de quien con su sospecha intentó violar la privacidad de otra. Esta persona es respetada en el barrio y cada vez que le llevan sus pertenencias o llega la policía, la solidaridad de los vecinos lo protege; sin embargo, quién no tienen esta red, seguro no lo pasa muy bien.
¿Qué hacer? Una primera ocurrencia, sería no dejar de trabajar en una crítica superadora del capitalismo, que implica una negación rotunda de las formas locales de concentración y exclusión. Una segunda tentación sería volver al pensamiento Artiguista, pero sin duda, eso llevaría a repensar las propias condiciones colonialistas que le dio origen al país y a sus instituciones. Con menos pretensiones, pero difíciles en las actuales condiciones, sería promover un enfoque de derechos humanos (DDHH) en las principales instituciones públicas, cosa que se logró apenas parcialmente en el Ministerio del Interior durante la jefatura de José Díaz. En el mediano plazo, sería bueno profundizar la sensibilización sobre DDHH desde el sistema educativo, desde la denuncia y la concientización ciudadana, para encender la alerta pública sobre las prácticas fascistas. No temer nombrarlas por su nombre, incluso cuando son llevadas adelantes por personas reconocidas socialmente dado los parámetros de éxito dominantes. Enfatizar la represión de tales delitos, por ser delitos contra la sociedad, contra los más desvalidos y porque afectan la convivencia ciudadana.
Los sospechosos de siempre y los culpables de nunca por Benjamín Nahoum
Vivo en ese hermoso lugar de Montevideo que es El Prado, y cuando voy al supermercado o a la farmacia, suelo hacerlo con mi cómoda ropa de “entre casa”, que en algún caso puede tener el cuello un tanto raído o estar un poco descolorida. Me pongo arriba una campera, y ya está. Nunca pensé que eso podía ser peligroso, porque por el barrio transita todo tipo de gente, con todo tipo de vestimenta, para hacer las más variadas cosas y nunca hubo problemas porque algunos estuvieran de bermuda y otros de saco y corbata o, como yo, con la ropa de mirar la tele o cortar el pasto.
Pero el episodio de Ocean Park; el hombre en situación de calle prendido fuego en Salto; las brigadas “antipasta” de Malvín, y tantos otros similares, recientes o no tanto, han hecho que empiece a pensarlo dos veces. Porque en esos casos unos ciudadanos fueron atacados por otros ciudadanos (y no uso el lenguaje inclusivo porque en todos o casi todos los casos, se trataba de hombres), no porque aquellos estuvieran agrediendo a una persona indefensa o cometiendo un acto delictivo, sino porque, a juicio de los agresores tenían aspecto de que quizá pensaran hacerlo. Así que he empezado a ponerme traje y corbata y lustrarme los zapatos, cuando tengo que ir hasta la panadería.
Cuando hace bastante poco tiempo, las uruguayas y los uruguayos discutimos, con motivo de la Ley de Urgente Consideración (LUC), sobre los riesgos que podría traer minimizar las consecuencias de permitir que se respondiera a un ataque a la propiedad con un ataque contra la vida, desde el gobierno, propulsor de la iniciativa, se quitó trascendencia a lo que pudiera pasar.
No estoy vinculando necesariamente esas permisividades con estos hechos de violencia de unas personas contra Las Otras, las que les parecen diferentes y poco confiables, pero me parece que los derechos se han puesto patas arriba. Una prueba de ello es que, como en Ocean Park, se detiene a un trabajador que va en su bicicleta a sus tareas porque su aspecto es distinto y entonces, quizás, quién sabe, esté pensando en robarnos, o sea nada menos que en quedarse con nuestra sacrosanta propiedad.
Cuando un senador de la República es múltiplemente acusado de delitos sexuales contra menores, y la reacción de sus pares, y sus superiores, como el presidente del país, es “le creo y confío en él, porque es mi amigo y lo conozco”, y por otro lado se apalea y somete a un “arresto ciudadano” (que no es un arresto, ni es hecho por ciudadanos, sino que es un abuso salvaje hecho por salvajes), sólo porque no parece “uno de nosotros”, como sí parece el senador, es que algo está pasando.
Y no es bueno.
¿Civilización o barbarie? Por Virginia Cáceres
Desde hace unos días las noticias hablan de una persona, o varias aisladas, o un grupo de ellas, nada es certero, que salen por la noche y atacan brutalmente a las personas que se encuentran en situación de calle, noticia que no es nueva, el año pasado ya habíamos tenido episodios similares, pero que renueva el debate y y nos interpela como sociedad.
Desde que se instaló la noticia y todos los días vamos conociendo nuevos y macabros capítulos de una historia sin fin, no puedo dejar de pensar en la película “La naranja mecánica” en la cual su joven protagonista, Alex, disfrutaba a través del ejercicio de la violencia, así, tan simple y tan complejo, el placer de ejercer actos de violencia. Alex, junto a un grupo de jóvenes que lo acompañaban y secundaban en todos sus planes, recorría su ciudad realizando los más crudos y violentos hechos que uno pueda imaginar. Jóvenes sin un propósito o sentido claro en la vida.
Al igual que en la naranja mecánica, parecería que hay varios Alex, en grupo o solos, no lo sabemos, recorriendo el centro de nuestra ciudad cometiendo actos de violencia con personas en situación de calle y cabe preguntarnos entonces si estos hechos responden a una intención articulada y pensada para eliminar a las personas en situación de calle como una expresión de odio, o si más bien responde a una forma de conducta social en donde la violencia es la vía de comunicación elegida, la forma de expresión elegida.
Y si miramos un poco a nuestro alrededor tal vez la respuesta no sea tan compleja. Un grupo de jóvenes que se golpean brutalmente a la salida de un boliche, hinchas de un cuadro de fútbol que se matan en la previa de un partido, adultos referentes que se toman a golpes de puño en los partidos de baby fútbol, un padre que golpea a su hijo para descargar su frustración diaria, una abuela que prostituye a su nieta menor de edad y así podemos seguir evidenciando la larga lista de situaciones violentas a las que estamos sometidos cotidianamente y que las tenemos absolutamente naturalizadas, conductas que forman parte de nuestros códigos de relacionamiento social, no de todos, pero si de una gran parte de la sociedad ante la mirada indiferente de la otra parte.
Vivimos en un mundo bajo una crispación constante en donde la empatía, la solidaridad y lo colectivo fueron desplazados por el individualismo, un narcisismo exacerbado y una mirada artificial respecto a todo lo que nos rodea. La insatisfacción constante, como un elemento estructurante de nuestras vidas, la falta de un sentido, el tedio por lo que soy, no debería sorprendernos que se transformen en expresiones de violencia como forma de canalizar todas esas frustraciones. Y si bien esto no pretender ser una justificación de nada, la realidad es que es muy difícil pensar en elaborar una respuesta distinta a la violencia que nos rodea. Generar herramientas para cambiar los códigos de convivencia requiere de un esfuerzo mucho más grande cuando el entorno es hostil.
Al igual que en “la naranja mecánica”, al igual que siempre en la historia de la humanidad todo se reduce al modelo binario del bien y el mal. Ante un poder nuevo, externo, poderosísimo, imperceptible y que, lenta y sigilosamente, rompe, transforma y somete nuestras vidas a una realidad que no es tal y que nos condiciona, en ejercicio de nuestra libertad debemos elegir entre uno u otro.
El sistema judicial podrá identificar y someter al rigor de la ley a quien o quienes hayan cometido estos horrendos delitos, y así espero que sea, pero el desafío más grande que tenemos por delante es recomponer y recomponernos a un mundo que nos empuja día a día a ser peores personas.
N A Z I F I C A C I Ó N por Esteban Pérez
Hace unos días charlando con un compañero con vínculos en Alemania, alarmado me comentó que en una encuesta realizada entre los oficiales del ejército germano dio el escalofriante resultado de que el 30% de ellos se definió como “pro-nazi”, en tanto que la izquierda está atomizada y sin encontrar el rumbo en ese país.
¿Y por casa cómo andamos? La otrora izquierda revolucionaria está diluida en un anodino progresismo sin otra estrategia que volver a ser parte del gobierno, pero sin haber terminado de definir el para qué de esa vuelta y circunscribiéndose solamente a poner paños tibios con la pretensión de atenuar la “maldad” del capitalismo y tratar de volverlo “bueno”.
Los pequeños desprendimientos de dicha izquierda están en permanente competencia entre ellos viendo quién es más radical y revolucionario, al tiempo que caminan por el costado del movimiento popular.
Mientras tanto aquella frase nacida desde las vísceras de Gandini “…se contralará a todo el que tenga apariencia delictiva” se fue abriendo camino paso a paso agudizando el odio de clase hacia los pobres y los marginados.
Desde hace un tiempo venimos notando la sucesión de ataques a personas en situación de calle, ya sea prendiéndolos fuego o saliendo en patotas a golpearlos con bates de béisbol y sin que estas situaciones causen alarma social en la sociedad. Tuvo que timbrar un valiente sacerdote para que la prensa saliera a dar la voz de alerta sobre lo que ya estaba ocurriendo desde tiempo atrás y todos sabíamos que sucedía…
Estos hechos que mencionamos nos traen recuerdos de fines de los años 50 y principios de la década del 60 cuando las patotas de ultraderecha secuestraban muchachas judías y les tatuaban cruelmente con objetos cortantes la cruz esvástica, mientras que al mismo tiempo realizaban atentados contra las sinagogas.
En su momento estos acontecimientos se tomaron como episodios aislados, pero con el transcurrir del tiempo aquellos vientos acumularon tormentas que parieron la JUP, los comandos cazacomunistas y el escuadrón de la muerte. Culminó este proceso en una feroz dictadura que torturó, asesinó, desapareció e internó en campos de concentración a miles de luchadores sociales, algunos revolucionarios en armas, pero los más fueron estudiantes y sindicalistas descargando todo el odio de clase contra los trabajadores, además de reducir en un 30 % el ingreso de las y los asalariados.
Con todos esos antecedentes nacionales y con el avance de la ultraderecha a nivel mundial, no debemos menospreciar ni tomar a la ligera los sucesivos ataques a ciudadanos en situación de calles. También nos asaltan dudas si realmente todos los acribillamientos de personas con antecedentes son por causa de “ajuste de cuentas” entre delincuentes o si además no estará operando algún comando “caza pichis”, creado por devotos de Hitler, en un operativo de “purificar” la sociedad.
Y si a esto le sumamos el crecimiento de la ultraderecha en nuestro país y la impunidad que sigue vigente, pongamos las barbas en remojo…
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