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La belleza de las mínimas historias cotidianas Por Carlos Acevedo

La belleza de las mínimas historias cotidianas  Por Carlos Acevedo
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El cineasta Wim Wenders, una de las figuras claves para entender el fenómeno del “Nuevo cine alemán” de los años sesenta, ha logrado construir una sólida carrera manteniéndose siempre fiel a su estilo y postulados. Moviéndose entre Europa y Norteamérica, ha plasmado como pocos el exilio y el desarraigo. En su más reciente obra “Días perfectos”, nominada a los Premios Oscar como mejor película extranjera y actualmente en carteleras uruguayas, el emblemático cineasta compone una de sus mejores realizaciones en años.
El director alemán, de fecunda y destacada trayectoria tanto dentro como fuera de su país, ha sabido moverse con soltura tanto en la ficción como en el documental. Figura señera de la renovación del cine alemán de los últimos cuarenta años del pasado siglo, junto a otros realizadores de su generación, postuló una cinematografía más abierta al mundo, menos arraigada en una visión localista y fuertemente influida por el cine norteamericano de calidad.
Director, escritor, actor, editor, productor, sonidista y fotógrafo, su carrera abarca casi setenta títulos solamente como realizador, distribuidos a lo largo de más de medio siglo. Empero en su filmografía, siempre atendible, destacan un puñado de obras maestras.
“El amigo americano” (1977), es un claro ejemplo de esa mixtura entre cine alemán y cine estadounidense, rescatando lo mejor de ambos estilos narrativos. Verdadero filme de culto, es un neo noir pleno de crimen, suspenso y drama, en el que el realizador hace gala de su gran conocimiento cinematográfico demostrando sus múltiples influencias, desde el expresionismo hasta el policial negro clásico de los años cuarenta, y dotándolas de su personal estilo.
“El estado de las cosas” (1982) es una especie de película dentro de otra película. Con un lenguaje experimental, pero demostrando el profesionalismo de una carrera que ya por entonces contaba con cierta andadura, Wenders realiza una deconstrucción del lenguaje cinematográfico en este falso documental sobre un equipo fílmico que espera nuevos fondos para continuar filmando, analizando la psicología de un grupo de personajes cautivos en un antiguo hotel abandonado, y de las tensiones que van surgiendo entre ellos mientras esperan poder reanudar su trabajo.
“París, Texas” (1984), una de sus películas más destacadas, verdadera obra maestra, y fundamental para entender su visión del mundo, es una obra particularmente conmovedora, visualmente bella y dramática pero sin perder su mensaje esperanzador y compasivo, y sin caer en un tono lacrimógeno, tan rendidor algunas veces pero ajeno a la propuesta del realizador.
“ El cielo sobre Berlín” (1987) es una obra poética y muy personal protagonizada por un ángel, el camaleónico Bruno Ganz, que vierte una mirada piadosa sobre la Humanidad al tiempo que procura comprenderla, conformando una bella alegoría muy bien filmada y dotada de una sutil poesía visual, como suele ser característico en la filmografía del alemán.
En su más reciente opus, el realizador muestra su enamoramiento con la ciudad de Tokio, y decide filmar “Días perfectos” enteramente allí. Alejada de la visión oscura y apocalíptica de clásicos como “Lluvia negra” o “Blade runner”, ambas de Ridley Scott, el director ofrece una mirada compasiva que desnuda una sociedad plena de contrastes. El protagonista es un ser aparentemente sencillo, un trabajador municipal que limpia baños públicos con una entrega que convierte su tarea en una suerte de misión o de búsqueda espiritual que recuerda al cuento “Sennin” del escritor japonés Ryunosuke Akutagawa, historia que rescata el concepto del Japón feudal de la consecución de la sabiduría mediante el servicio a los demás.
Este curioso limpiador, amante de la lectura y la buena música, parece buscar la redención de alguna culpa pasada, o quizá sea una suerte de monje moderno, que rige su vida por una especie de ascetismo, expresado en su entrega a un trabajo extenuante, rutinario y que otros considerarían degradante. La narración resulta en una hermosa fábula, quizá la mejor obra del cineasta en años.
El maduro director ofrece una mirada compasiva sobre un puñado de personajes que se cruzan con el protagonista, que habla muy poco pero es un agudo y lúcido observador, y es capaz de descubrir la poesía y esas historias mínimas que suelen pasar desapercibidas en una ciudad densamente poblada, regida por la eficiencia y la tecnología, y de vertiginoso ritmo de vida.

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