Resulta difícil leer los nombres de Gabriela Quartino, Fernando Amaral y Sanchís Sinisterra sin pensar en Pervertimento y otros gestos para nada, texto de Sanchís en que Amaral y Quartino actuaron, bajo dirección de Marisa Bentancur, en los años 2006 y 2013. Y es que es extraño ver dos versiones del mismo texto por un mismo colectivo (A Proscenio), dos versiones con características disímiles además. En la segunda versión, el colectivo dirigido por Bentancur profundizó en los aspectos más becketteanos del trabajo de Sanchís, y la aparición del árbol como link directo a Esperando a Godot parecía dejarlo en claro.
Fue en el año 2010, justo a mitad de camino entre el 2006 y el 2013, que Sanchís Sinisterra (Valencia, 1940) escribe Vitalicios, texto que reúne nuevamente a Amaral y Quartino con el dramaturgo español, aunque el actor en este caso cambia de rol y debuta como director de un espectáculo para adultos. Y nuevamente hay referencias explícitas a un dramaturgo del siglo XX, aunque en Vitalicios es el propio Sanchís el que decide que un “montaplatos” aparezca en el espacio escénico. Un montaplatos que hará pensar a uno de los personajes, Basilio, en una obra de Harold Pinter que transcurría en un subsuelo aislado, mientras los personajes esperaban órdenes para asesinar a un tercero.
Vitalicios transcurre precisamente en un “quinto subsuelo”, como subrayándose el carácter semi clandestino de la actividad que reúne a los tres personajes: Basilio (Federico Torrado), Carlota (Gabriela Quartino) y Adriana (Rosina Carpentieri). La obra empieza y se escucha a Adriana decir un nombre, a Basilio acotar edad y profesión (siempre una actividad vinculada a la cultura) y a Carlota sentenciar: “sí”, “no”, o “interrogante”. Los tres personajes pertenecen a la administración pública de un país que debe “equilibrar” el presupuesto, y una forma de hacerlo, claro está, es recortar las pensiones vitalicias asignadas a artistas por gobiernos anteriores, quienes quizá se excedieron en épocas de “vacas gordas”. No es necesario agregar mucho para entender la actualidad de la anécdota. Tampoco para descubrir que la situación en ambos márgenes del Atlántico parece ser análoga (más allá de los puntos de partida). Lo interesante de la propuesta de Sanchís es el juego de suspenso que establece, apelando a las referencias teatrales mencionadas, a lo sórdido del espacio, a un ritmo que se entrecorta para los diálogos pero que se acelera ante la inminencia del plazo límite para terminar la tarea.
El espacio, esquematizado con biblioratos y ajados muebles de oficina, acentúa el tedio que sugiere una máquina de escribir que parece un anacronismo, al igual que el altavoz por el que se reciben las órdenes. Pero la historia no transcurre en el pasado, y la única explicación para la tecnología analógica resulta de lo clandestino de la tarea. Los personajes se sienten privilegiados, funcionarios públicos presupuestados, al parecer, y a diferencia de los “vitalicios” a decapitar, inmunes a los vaivenes de la economía. Desde esa cómoda aridez burocrática Torrado y Carpentieri construyen a dos personajes que parecen reproducir un cierto estereotipo del funcionario público, que muchas veces se distancia de su actividad olvidando la historia personal que vive detrás de cada nombre escrito en un papel. Quartino construye al personaje que, sin dejar de ser algo arquetípico, parece nunca perder de vista su rol y siente satisfacción que ocupar el lugar que le es asignado.
Si bien la obra fue descrita por el autor como un sainete negro, la dirección de Amaral parece ir más hacia el tono de comedia, con personajes más arquetípicos que grotescos. El humor latente no siempre se encuentra con el público, y quizá, como nos indicara otro espectador, el espectáculo hubiera ganado en anclaje montevideano si los mencionados “vitalicios” portaran nombres de artistas locales. Lo que sí se percibe es la tensión hacia el final, una tensión que cambia el destino de los protagonistas y que parece vincularse directamente con las referencias a Pinter.
Un aspecto que es particularmente relevante señalar es que Vitalicios es el primer espectáculo que vemos este año en que la pandemia es una referencia. Los tapabocas y cámaras faciales son un signo más en un espectáculo que se carga de referencias a nuestro presente, a los recortes presupuestales en cultura y en educación, y esto sin necesidad de ningún alegato panfletario. Quizá en ese sentido este espectáculo más que señalar una virtud propia marque una extraña ausencia. Pocos sectores han sido más golpeados que el cultural, y en particular el teatro discutió, y discute, el carácter político del recorte presupuestal al sector. Y sin embargo este descontento casi no se ha traducido en una producción artística que trascienda comunicados o discursos. Vitalicios es una excepción en ese sentido, y no necesita hacer énfasis particulares, simplemente pone sobre el escenario, de forma tragicómica, al accionar político burocrático frente a la cultura, y agrega algunos signos que ponen ese accionar en contexto.
Vitalicios. Autor: José Sanchís Sinisterra. Dirección: Fernando Amaral. Elenco: Rosina Carpentieri, Gabriela Quartino y Federico Torrado.
Funciones: jueves 21:00. Teatro Alianza
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