Esta vez llegué tarde. Ya se marchaban algunas personas que habían asistido al acto del lunes, en recordación del celebrado un 27 de noviembre de 1983 en el mismo lugar, a metros del Obelisco de los Constituyentes.
Otra vez sonaba “Libertad sin Ira”, la canción del grupo español Jarcha. Aquella de: Dicen los viejos/ Que este país necesita /Palo largo y mano dura. Y hablaba de un país dividido y del “rencor de viejas dudas”.
Cabildo Abierto no estuvo presente en el acto. Las puertas del Círculo Militar estuvieron cerradas durante la tarde del lunes.
Llegué tarde, decía, a espaldas del estrado ya se veía a algunos blancos jerarcas que se retiraban en sus blancas camionetas, también pude ver a un par de precandidatos colorados que caminaban de aquí para allá, relojeando las cámaras que rodeaban a Pereira mientras hacía declaraciones con sus nuevos lentes a lo Clark Kent. Un poco más lejos de los focos era posible ver a algunas figuritas políticas ya olvidadas con unos pocos admiradores o coleccionistas de fotos vintage alrededor. Después de un abrazo, y de calcular los kilos demás que cargamos cuatro décadas después, me dijo este amigo, periodista él, que al acto habían asistido unas dos mil trescientas personas. Y me habló de la falta de entusiasmo, de los aplausos desganados, automáticos y a destiempo con que se celebró aquél “Río de Libertad” entre los árboles del Parque Batlle donde la dictadura había pretendido esconder la magnitud de un acto que habría de ser multitudinario. En este distante 2023, tal vez como consecuencia de tanta sequía, el “río” se nos volvió cañada.
La gente de los puestos de chorizos y tortas fritas levantaban, con movimientos cansinos, sus instalaciones comerciales, y no pude evitar el recuerdo de “El baño del Papa”.
A pesar de que se celebraba un hecho de tanta importancia histórica, fue notoria la falta de entusiasmo popular por el asunto, está bien, fue un lunes, la gente trabaja, estudia todo lo que ya sabemos. Tal vez no sea casualidad que ese mismo lunes conocíamos la información de que vivimos en un país en el que seguimos sin superar los tres millones y medio de habitantes, que se mueren muchas más personas de las que nacen, y que eso parece no preocuparnos, y que vivimos rodeados de perros y gatos, y que un narco fue exhibido en horario central de una canal de televisión el domingo pasado como si fuera una estrella, un ídolo a imitar por la sociedad.
A pocas cuadras del Obelisco —donde se celebró, con más pena que gloria, el aniversario de un hito histórico del país—, sentado en una vereda, recostado a la pared de un edificio, un despojo joven, de esos que abundan y parece que no vemos, mete el fuego del encendedor en el hueco del pulgar e índice, muy cerca de la boca y succiona el humo, el veneno que lo está matando.
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