Estamos en medio de una crisis de proporciones masivas, una crisis silenciosa y de importancia mundial. Se trata de un fenómeno que habitualmente pasa inadvertido, pero que en el largo plazo es tremendamente perjudicial para nuestras democracias: se trata de una crisis mundial de la educación para la democracia.
En este artículo me propongo analizar un poco algunas expresiones que la filósofa Martha Nussbaum ha expresado sobre estos temas,
Importantes cambios se están produciendo en la forma en que las sociedades democráticas educan a sus ciudadanos, y estos procesos no han sido suficientemente bien evaluados, teniendo como resultado el descuido de ciertas destrezas que deben de poseer los ciudadanos, y que son absolutamente necesarias para mantener vivas nuestras democracias.
Si esta disposición permanece, las naciones de todo el mundo pronto estarán engendrando descendencias de autómatas útiles para funcionar simplemente como herramientas de la economía, en lugar de convertirse y formarse como ciudadanos razonables que puedan evaluar problemas políticos y sociales por sí mismos, criticar lo establecido, pensar el significado de los sufrimientos y logros de otros individuos, y edificar alternativas que cuestionen a las estructuras vigentes.
¿Pero cuáles son estos cambios? En buena parte del planeta, tanto en la educación primaria/secundaria como en la técnica/universitaria, se plantean serios problemas en cuanto a los resultados prácticos de los sistemas educativos. El crecimiento económico es privilegiado de tal forma, que se han planteado muy pocas preguntas relevantes, acerca de la cuestión educativa y del consiguiente efecto que la misma tiene en el desarrollo de una democracia plena. Con el afán de la rentabilidad económica, se descuida y se pone en peligro el futuro de la democracia.
Si un país quiere comenzar a caminar en un sentido que apunte a mejorar la calidad de su democracia, teniendo en cuenta como horizonte deseable los términos que definen hoy a una democracia plena, parece razonable que la promoción de las siguientes características dentro de sus sistemas educativos es por demás importante. Todas estas medidas apuntan inexorablemente y son fundamentales, para perfeccionar en buena forma la cultura política de cualquier sociedad que aspire a llamarse democrática. Veamos cuales son:
- la capacidad de deliberar en forma adecuada acerca de los problemas políticos y sociales que afectan a su comunidad política con la finalidad de examinar, reflexionar, discutir, y debatir, para dejar de ser serviles de alguna tradición o autoridad determinada exógenamente.
- la capacidad de pensar en su comunidad política como un todo inclusivo, y no solo tener como referencia política o social a su grupo más inmediato de pertenencia o de intereses, y como parte de un orden global mucho más grande en el que problemas de muchos tipos requieren de una deliberación negociadora particularmente perspicaz para una solución medianamente satisfactoria.
- la capacidad de inquietarse por la suerte de otros ciudadanos, de calcular lo que las decisiones políticas, significan en cuanto a su concreta incidencia en la vida del resto de los individuos de su comunidad y además, las consecuencias que tendrán las mismas para el resto de los ciudadanos de una sociedad crecientemente global.
¿Pero, qué es lo que sucede en la vida de las sociedades democráticas del mundo, que hace que sea tan difícil llegar y sostener los requisitos mínimos para una democracia sea considerada como una democracia plena? ¿Qué es lo que posibilita que sea tan fácil caer en experimentos antidemocráticos – o, peor aún, en la hostilidad de proyectos de grupos violentos? Lo que parece razonable afirmar es que la clave está en la construcción de una ciudadanía democrática que sirva de base sustentadora de la misma, y eso solo se construye de dos maneras: por la práctica política consuetudinaria, y por la educación democrática en aulas y en el seno de las organizaciones de la sociedad civil. No hay secretos.
Tres valores son particularmente importantes para una ciudadanía democrática sustantiva. El primero es la capacidad Socrática de autocrítica y pensamiento crítico acerca de las tradiciones propias de cada uno. Como sostiene Sócrates, la democracia necesita ciudadanos que puedan pensar por sí mismos, en lugar de deferir a la autoridad sus propias decisiones; que puedan razonar juntos sobre las opciones que tienen a su disposición.
La reflexión crítica es particularmente importante para una buena ciudadanía. Esta se desarrolla siempre en un determinado contexto social y político, en donde tiene a menudo que luchar con la presencia de individuos que difieren según la etnia, la casta, la religión y donde intervienen serias divergencias políticas, a veces irreconciliables. La única manera de lograr producir un diálogo procedente que atraviese fronteras es si los ciudadanos saben cómo hacerlo. Nadie nace ciudadano, eso se logra con el tiempo, con la educación curricular y con la práctica política. Los individuos que son entrenados en la utilización y desarrollo de un pensamiento crítico aprenden una nueva forma de entendimiento, que debe de utilizarse cuando aparecen irremediablemente quienes disienten de sus propias opiniones. Estos ciudadanos, experimentan la sensación de apreciar a quienes no están de acuerdo, no como seres hostiles a quienes hay que vencer, sino como personas que poseen y emiten juicios razonable sobre lo que piensan. Esto humaniza al «otro» político, haciendo que la mente observe al ocasional oponente como un ser racional con el que puede compartir por lo menos algunas opiniones, y con el que no es imposible ponerse de acuerdo.
Veamos ahora la relevancia de esta habilidad, necesariamente adquirida, para el estado actual de estas democracias pluralistas inmersas en un potente mercado global. En primer lugar, se puede afirmar, incluso si sólo estuviéramos apuntando al éxito económico, que los principales hombres especulativos de negocios han puesto énfasis en que los ejecutivos comprendan bien la necesidad de crear una cultura económica en la que voces críticas no sean excluidas, ni dejadas de lado.
Otra característica del ciudadano democrático, estrechamente relacionada con las otras, es lo que podemos denominar como la imaginación narrativa. Esto es la capacidad de pensar en lo que podría ser estar en los zapatos de una persona diferente de uno mismo, una cierta capacidad de empatía. Ser un lector lúcido de la historia de otra persona, e intentar percibir las emociones y los deseos que ese otro ser humano podría tener.
Aprender a ver a otro ser humano no como una cosa, sino como una persona completa, no es un logro automático: esto debe ser sembrado dentro de un proceso educativo que afine la capacidad de pensar en el otro y en sus particulares circunstancias, sin olvidarse de que pertenece a nuestra comunidad, y que solo es alguien que piensa diferente. Esta forma de actuar, otorga un apoyo crucial tanto al pensamiento crítico como a la ciudadanía mundial., y se promociona, sobre todo, a través de la enseñanza de la literatura y las artes. Pero veamos. ¿Cómo están las capacidades de la ciudadanía en el mundo de hoy? ¿Qué vamos a tener, si estas tendencias continúan? Pues tendremos lo que sembramos, individuos con una formación técnica considerable, que son capaces de generar riqueza a mas no poder, que son incapaces de entender cómo criticar a la autoridad, útiles creadores de lucro, pero sin ninguna sensibilidad democrática.
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