La fulminante destitución del jefe de Policía de Montevideo Erode Ruiz por parte del Ministro del Interior Jorge Larrañaga, constituye un flagrante desaguisado, que confirma la falta de cintura y la torpeza de un político exacerbado, de recorrido sinuoso y temperamento irascible.
El pretexto para disponer la remoción, más allá de eventuales desavenencias estrategias, fue que el cesado se reunió con el ex coordinador de Seguridad y Convivencia del último gobierno del Frente Amplio, el sociólogo Sergio Leal, con quien mantiene una relación de la larga data. Obviamente, esta destemplada actitud alimenta la tan mentada grieta.
La trayectoria política de Larrañaga, que fue dos veces Intendente de Paysandú, le permitió posicionarse en la interna blanca, ser senador durante varios períodos y aspirante a la presidencia de la República.
Incluso, pese a ganar la elección interna del Partido Nacional en 2004 y ser derrotado en primera vuelta y por demolición por Tabaré Vázquez, igualmente renovó sus expectativas.
Como es notorio, perdió tres internas consecutivas, en 2009 frente a Luis Alberto Lacalle, en 2014 contra Luis Lacalle Pou y en 2019 ante Luis Lacalle Pou y Juan Sartori, ya que resultó tercero en las preferencias de los electores nacionalistas.
En 2014, cuando fue ampliamente superado por Lacalle Pou en los comicios internos, visiblemente compungido, anunció su virtual abandono de la actividad política y que ya no ascendería las escaleras de su sede partidaria.
Sus reflexiones -siempre contradictorias y paradojales- sintonizan con su conducta bipolar, que le condujo, en esa oportunidad, a afirmar: “Quiero decirles a los jóvenes que quizás puedan tocarnos el corazón, quizás quieran ensombrecer el alma, pero a un ser humano no le pueden tocar la dignidad y a mí no hay forma que eso acontezca. Asimismo, con gesto adusto no exento de visible amargura, anunció: “Para mí se terminó”.
Paradójicamente, apenas doce días después, Larrañaga ensayó una nueva voltereta y aceptó la candidatura a la vicepresidencia, en una suerte de culebrón con previsible desenlace.
¿Qué credibilidad puede tener un dirigente político de trayectoria tan sinuosa y que, pese a autoproclamarse wilsonista, acumula votos con el ala más reaccionaria del nacionalismo y ahora se suma a un gobierno multicolor, que tiene en su seno a un partido ultra-derechista de impronta militar?
Como encabezó la malograda campaña “Vivir sin miedo” para promover una reforma constitucional violatoria de los derechos humanos de sello represivo, fue designado, como una suerte de premio consuelo, como Ministro del Interior.
Pese a estar armado hasta los dientes por las herramientas autoritarias que otorga la LUC, su gestión por el momento deja mucho que desear, pese a que sus maquilladas cifras marcan una supuesta reducción de los delitos.
Obviamente, la estrepitosa caída de la tasa delictiva, a raíz del temor, el confinamiento, el escaso tránsito ambulatorio de personas y el cierre de comercios, tiene una dimensión mundial, con sorprendentes tendencias a la baja en ciudades violentas como Nueva York, Río de Janeiro y México, entre tantas otras.
Sin embargo, los homicidios –particularmente los ajustes de cuentas entre delincuentes- han experimentado desde marzo cifras realmente récord, con un pico máximo en octubre.
Por supuesto, no se “terminó el recreo” como pregonó la derecha durante la campaña electoral y ya comenzaron las amenazas de las mafias del narcotráfico para que habitantes de barrios periféricos de Montevideo desalojen sus casas, donde luego se instalarán bases de operaciones y bocas de venta de pasta base.
A todo ello se suman episodios de extremo abuso policial con apariencia delictiva amparados por las medidas represivas de la LUC, que son refrendados por un ministro blindado por medios de prensa amaestrados y obsecuentes.
Ahora, perpetró la destitución del jefe de Policía de Montevideo, quien, aunque posee antecedentes negativos por su participación en la brutal represión del Filtro, acudió a Gustavo Leal para abrevar de su exitosa praxis territorial en el frontal combate a los narcos que suelen expulsar familias de sus casas.
Esta exacerbada actitud de un individuo notoriamente bipolar en sus reacciones y con genes autoritarios que nada tienen que ver con su presunta ideología wilsonista, provocó desconfianza y malestar en el personal subalterno.
No en vano, cuando siendo senador convocó la campaña “Vivir sin miedo”, promovió los allanamientos nocturnos y la creación de una guarda nacional integrada por militares, una iniciativa que nada tiene que ver con su presunto predicamento progresista.
Este señor, que es apoyado por el presidente Lacalle Pou por su indudable peso político, está generando con sus actitudes un estado de malestar en el seno de la Policía, que ahora tiene sindicatos que la amparan, creados coincidentemente durante el ciclo progresista.
Una cosa es ejercer la autoridad y otra muy diferente es el ejercicio abusivo y discrecional del poder, que puede derivar en situaciones indeseadas, como la huelga policial de 1992, durante la presidencia de Luis Alberto Lacalle Herrera, padre del actual mandatario Luis Lacalle Pou.
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