Cuentan que, ciertos días del año, a una hora que nadie conoce, los pies de los transeúntes que pasan frente a aquel palacio abandonan el monótono ritmo de su marcha y, durante unos instantes, se dejan llevar por una melodía dionisíaca que parece descender, cual tenue garúa, desde algún punto sobre sus cabezas. Son solo unos pasos, los suficientes, empero, para transformar a aquellos peatones en danzarines, partícipes de una efímera coreografía. Tan breve que, apenas comenzar, ya termina; sin darles tiempo a darse cuenta de lo que les acaba de suceder. No obstante, los pocos que sospechan haber sido protagonistas del fenómeno y se animan a hablar sobre el asunto sostienen que nunca, antes ni después, experimentaron una sensación que se asemejara tanto a la felicidad.
(Ubicación: Avenida 18 de Julio 984-994)