La insoportable levedad del ser político
La semana pasada los medios de comunicación se vieron conmocionados por la aparición de un video en la página web del INAE (Instituto Nacional de Artes Escénicas) convocando a inscribirse en un taller que se iba a brindar. El video en cuestión sorprendió a una parte de la sociedad uruguaya por su transgresión. Semanas atrás la discusión dominante fue quien le había pagado al periodista Fernando Vilar por la participación en la cadena nacional. Y podrían enumerarse varios ejemplos de temas muy pequeños que se instalan en la agenda y consiguen de inmediato legisladores enojados que prometen profundas investigaciones y llenan las redes de mensajes inflamados.
Quien viene de afuera seguramente se sorprenda porque este tipo de temas tengan tanta trascendencia en la agenda. ¿No hay cosas más importantes para ocuparse? ¿Debe el parlamento inmiscuirse en estas nimiedades? ¿Somos una sociedad conservadora y superficial? ¿Discutir estos temas ayuda a formar ciudadanía? ¿Qué se persigue convirtiéndoles en eje del accionar? ¿Nos hemos contagiado de la cholulez porteña?
El hombre público debe siempre rendir cuentas por Gonzalo Pérez del Castillo
Se le atribuye a Winston Churchill haber dicho que la democracia es el peor de los regímenes políticos…con la excepción de todos los demás. La insustituible virtud de la democracia es que cada cuatro o cinco años los poderosos deben someterse al juicio del pueblo y este los premia o los castiga. Las razones por las que cada ciudadano decide su voto son insondables. La mayor parte de la ciudadanía no cuenta con la información más elemental para pasar un juicio racional sobre la performance de un gobierno. Desconoce las circunstancias objetivas – el contexto nacional e internacional- en el que le tocó desempeñarse. Y sin embargo vota, y los demócratas aceptan que el pueblo es soberano y no se equivoca, y así se transfiere el poder.
Este simple hecho- esta magnífica entelequia- obliga al líder político a estar muy atento a las repercusiones que su accionar tiene sobre la opinión de sus conciudadanos. Lo obliga a no alejarse de las aspiraciones y los sueños de sus representados. Cuando tal obligación no existe, el régimen -cualquier régimen- se aleja de su pueblo, desprecia su libertad y sus opiniones y se vuelve autócrata.
Es lógico entonces que los políticos se enfrenten sobre temas que el pueblo pueda entender y tomar partido. El abuso de las tarjetas corporativas, por ejemplo, es una forma clara y sencilla de demostrar que un jerarca ha sido inescrupuloso en el manejo de los recursos públicos que le han sido confiados. Explica, llanamente, por qué las empresas confiadas a estos jerarcas han ocasionado gravísimos perjuicios económicos al país. Analizar la gravedad del daño, sus causas y consecuencias, es un tema político ineludible pero no está al alcance de la mayor parte de la ciudadanía.
Ocuparse de estos temas éticos que han marcado recientemente la agenda política no es meterse en nimiedades ni imitar la cholulez porteña. Contribuye a la discusión sobre valores y a formar ciudadanía. Reafirma que el hombre público debe siempre rendir cuentas.
Distinto caso es el del video del INAE. Aquí estamos ante un hecho que tiene que ver con la época que vivimos y los cambios que se están procesando en nuestra sociedad. En el año 1968 se produjo una profunda mutación cultural cuyas repercusiones llegan hasta nuestros días. Los jóvenes de entonces éramos rebeldes e irrespetuosos de las normas de conducta que pretendían imponernos nuestros mayores. También en materia sexual. Recuerdo asistir en París en 1969 a la obra “Oh! Calcutta” y a esa hilera de hombres desnudos con sus penes y escrotos colgando sobre las cabezas de las damas de la primera fila y de sus maridos. Era insolente y descortés, sin duda, pero en aquella época era un mensaje.
Hoy la sociedad reivindica el derecho de las minorías sexuales a expresarse libremente como nunca han podido hacerlo. El reclamo es justo. Los jóvenes del 68 hemos madurado y algunas manifestaciones nos pueden parecer innecesariamente vulgares u obscenas. Nos puede llamar la atención que una institución cultural pública promueva tales manifestaciones. Sabemos que a veces perjudican la causa más de lo que la favorecen. Pero tal vez el mensaje no nos llega. En todo caso, no es nuevo ni demasiado grave que jóvenes contestatarios se expresen como quieran. Ya veremos.
No vale hacerse el sordo por Alejandro Sciarra
No voy a hacer mucha referencia al tristísimo video compartido por el Ministerio de Educación. Ya hubo más de un pobre periodista que tuvo que escribir algo al respecto.
En cuanto a la consigna de esta semana, acerca de si no tenemos cosas más importantes de las que hablar, la respuesta es “sí, pero”.
Sí, tenemos cosas más importantes de las que hablar. De las que de hecho se habla. Pero cuando nos enfrentamos a una obra de arte, pongamos por ejemplo, “La Persistencia de la Memoria”, de Salvador Dalí, si bien observamos los rasgos más sobresalientes, los colores, el trazo y las formas, que embellecen y dan relevancia a la pintura, también miramos los detalles, que la dotan de sentido y significado.
La montaña que se ve por detrás no es un paisaje al azar sino que son las montañas de Cataluña, el hogar de Dalí, la figura blanca en el suelo es en realidad un rostro humano, su propio rostro, muy golpeado por el paso del tiempo.
Los detalles cuentan. Son importantes. De detalles se construyen majestuosas obras. El hecho de que haya temas de mayor relevancia no significa que debamos volvernos permisivos y escépticos ante hechos que pueden para algunos significar “pequeños detalles”.
Cuando tengo una pequeña infección en un dedo del pie y no hago nada al respecto, ni me desinfecto ni me higienizo, ni me curo, entonces tengo grandes posibilidades de que esa infección se propague y deba sufrir una amputación. Las pequeñas concesiones derivan a veces en grandes desastres. Es importante que un avión tenga combustible para llegar a destino, pero además, es importante que cada tuerca del fuselaje esté bien apretada.
Estas micro decadencias sociales como el video del Ministerio de Educación, o los pequeños secretos como el de quién pagó la cadena nacional llevada a cabo por un periodista profesional, solamente corroen aún más, en estos casos, la educación y la transparencia del Estado. “El que calla otorga” y cuando sentimos que algo es hiriente, oscuro, sospechoso o malintencionado, tenemos el deber de denunciarlo. No importa si hay algo más importante, o si ostento circunstancialmente un cargo de cierta relevancia pública. Sencillamente tengo la responsabilidad de hacer sentir mi voz y corregir el rumbo, antes de que sea demasiado tarde.
Gobierne el partido que gobierne, es importante y no debemos desmerecer la crítica y el llamado de atención de la gente. El silencio se traduce en desinterés, en desidia, en dejadez. Lo cual es aún más grave. El tan mentado «pueblo» debe mantener vivo el interés por la cosa pública, pues la última palabra es suya. Y el sistema político tiene el deber de escucharlo atentamente, tomar nota y actuar en consecuencia. No vale hacerse el sordo.
Políticamente ridículo por Verónica Amorelli
Al ritmo de las nuevas tecnologías un video publicado en el sitio web del Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE), dependiente del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), convocando a un taller artístico experimental se hizo viral incendiado las redes y encendiendo la polémica. Arrancadas de su contexto original las imágenes de hombres y mujeres disfrazados, un hombre amamantando a un muñeco de plástico al que patea por el aire y, como si fuera poco, la aparición estelar de un consolador, comenzaron a circular por el ciberespacio.
Paradojalmente en la era del iPad se impone la lógica del teléfono descompuesto. Entonces el video pasó de ser la muestra de un taller experimental, como hay tantos, a ser la escandalosa imagen institucional del Ministerio de Educación y Cultura. A la cadena se sumaron los infaltables contadores frustrados calculando los miles de dólares que el Estado destinó a una pieza por la que no se pagó nada. Tampoco faltaron nuestros embajadores culturales preocupados porque el mundo piense que en Uruguay andamos todos de peluca y mayas platinadas.
Al concierto de reacciones desmedidas se sumaron las voces de algunos legisladores de la oposición. Anunciaron la convocatoria de las autoridades de la Educación al Parlamento y aventuraron que el video era violatorio de una ya muy vilipendiada Constitución de la República. Los mismos que critican el exceso de lo “políticamente correcto” y rechazan los intentos de censura provenientes de sectores radicales terminaron enredados en la misma retórica. A todo esto, el video ya no puede verse en la página del INAE ya que YouTube lo bloqueó porque fue denunciado.
Consultado sobre el tema, en el Programa Esta Boca es Mía de Canal 12, el director del INAE, José Miguel Onaindia, explicó que el video fue inspirado por sus creadores en la idea de que “lo ridículo puede ser político”. Logró, sin embargo, mucho más; puso al desnudo (perdón por la palabra) que con la hipocresía de casi siempre nos indigna el simulacro, pero no el secuestro, nos preocupa menos el niño que el muñeco y defendemos la libertad pidiendo a gritos la censura. Confirmó, además, lo que muchos ya sabíamos: lo ridículo puede ser político y lo político extremadamente ridículo.
Los brazos enyesados por Rodrigo da Oliveira
Cuentan los viejos cronistas parlamentarios de maratónicas y arduas sesiones en el recinto, los ambulatorios y hasta los exteriores del Palacio de las Leyes.
De duelos y desencuentros, verbales y de los otros. Una vieja anécdota narrada por el presidente Sanguinetti de una tremenda batahola en la cual terminó Wilson involucrado, por el simple hecho de verlo a trompadas limpias con gente que estaba en las barras y que fue a arrostrarle su actitud durante los debates.
Las sesiones de los Michelini, los Ortiz, los Etchegoyen y otros tantos, sentando cátedra de buen manejo parlamentario, aunque muchas veces por ello mismo objetos de críticas ácidas, en las cuales se dudaba de la efectividad de dichos intercambios.
Desde ahí venimos, de los Rodó, de los Frugoni, de todos aquellos que hicieron de la materia legislativa carne firme y sustentada en argumentos y chicanas, ¡cómo no!, pero de una calidad tal que se las mira con admiración.
Hasta que llegamos al hoy.
El hoy de los brazos de yeso, de la vacuidad de las discusiones, de la inoperancia legislativa y del discurso simplón, con un nivel de debates, dialéctica y miseria en la técnica legislativa que da pavura.
El parlamento de las mayorías absolutistas, de votantes ciegos de proyectos venidos del Ejecutivo, en los cuales el solo hecho de plantear una discrepancia o un matiz lleva consigo el mote seguro de traidor o apátrida.
Algo más se logra en las comisiones, cierto es.
Luego, al llegar al plenario, se diluyen expectativas y diferencias.
Quién plantee algo distinto acata, se queda y calla, o se va, cual leproso.
Ejemplos varios dan cuenta de ello, inútil es traerlos de nuevo al ruedo.
En los últimos días, nuevos hechos alimentaron la sensación descripta, ya no sólo a nivel oficialista sino también involucrando a la variopinta oposición.
Vídeos de dudoso buen gusto, pagos a comunicadores, cualquier tema menor sirve para sentar posición y sacudir polvos mediáticos, redes sociales mediante.
En el fondo, la nada misma. El objeto y la razón de ser del parlamentario arrastrados en los lodos del panfletismo.
¿Acaso no existen elementos y razones de más que suficiente peso que merezcan la atención de estos buenos señores a quiénes muy bien pagamos todos los habitantes de este paisito?
Es indudable que hay hechos urgentes y hechos importantes y que no se debe legislar al grito de la tribuna, intentando resignificar una realidad que resulta esquiva y muchas veces poco entendible.
Pero sí es necesario elevar las miras, las de todos. Las de propios y ajenos, pues en ello va el destino de todos.
En los últimos tres períodos legislativos se han aprobado algunas leyes importantes, fruto del trabajo arduo y de condiciones de una época, como tantas veces sucede.
Otras tantas, no han sido tales. Una avalancha de artículos inconstitucionales han hecho mella en la efectividad de las propuestas llevadas a proyecto y aprobadas.
Se aduce que la baja en el número de parlamentarios con formación legal ha provocado eso. El número de asesores disponibles echa por tierra dicha afirmación; antes bien el hecho de querer a tontas y locas legislar sobre diversos temas aún en contra de la opinión de la Academia llevó a generar toda esa confusión.
En épocas de descreimiento en los políticos tal y como vivimos, debería ser motivo de preocupación y de ocupación la imagen que se exhibe por parte de los diputados y senadores.
Algunas estabilidades dependen de ello, la fortaleza de nuestro sistema representativo también.
Tal vez haciendo menos tribuna y estudiando mejor los temas que se tratan se lograrían mejores resultados, además de contentar la imagen propia y autocomplaciente.
De brazos enyesados ya estaría siendo suficiente.
Parlamento onanista por Esteban Pérez
Si nos ponemos a mirar algunos datitos se nos frunce el ceño y se nos borra la sonrisa.
En nuestro país 130.000 jubilados se las tienen que arreglar con $ 11.000 mensuales, 800.000 trabajadores ganan menos de $ 20.000, el 45% del territorio nacional está en manos de multinacionales y corporaciones extranjeras, al tiempo que nuestra producción es cada vez más primaria y sin valor agregado.
La deuda externa ha seguido creciendo en los últimos años llegando a U$S 67 mil millones, lo que nos tiene con la soga al cuello hasta el 2055.
La otra frutillita es que se invertirán U$S 2.000 millones para el trencito de UPM, su puerto, zona franca y accesos carreteros. Quedaremos además obligados a comprarle energía eléctrica, necesitemos o no.
Se autoriza a la nueva planta UPM a utilizar a discreción el agua del
Río Negro, sin nada a cambio y eventualmente la utilización del sagrado Acuífero Guaraní.
La empresa sólo invertirá U$S 2.400 millones, parte de los cuales puede hacerlo con créditos garantizados por el Estado Uruguayo.
Éstas son algunas frutillitas de las cosas que nos aquejan.
Mientras tanto un número no menor de parlamentarios gastan una enormidad de horas en la discusión de la existencia o No del “cartoncito” de Raulito Sendic; o el diploma de Pediatra de Javier García, o quiénes le pagaron su actuación a Fernando Vilar.
Enorme circo que reduce a una nimiedad las verdaderas calamidades que nos aquejan como nación: nada menos que el bienestar de sus ciudadanos y la soberanía.
Según el Génesis Judá tenía dos hijos: Er y Onán. A la muerte de Er, sin dejar descendencia, de acuerdo al mandato bíblico Onán debía casarse con su cuñada a los efectos de engendrar descendencia para su hermano; por lo tanto Onán, para dar cumplimiento y no dejar una descendencia que no sería suya, derramaba su semen en la tierra para evitar la fertilidad.
Hoy en día se utiliza el término “onanismo” para darle un título decoroso a la masturbación o para referirse a una acción improductiva.
Comprenderá entonces el lector, reviendo los primeros párrafos, el por qué del título que nos atrevimos a usar.
Trascender la apariencia por Lucía Siola
La parafernalia que se crea y la repercusión que se genera entorno a pequeños hechos, que constituyen nimiedades para la vida social y política del país, no son más que la expresión de un fenómeno que atraviesa todos los poros de la sociedad en que vivimos.
Se trata de un esfuerzo consciente y sistemático por parte de los grupos de poder y del propio Estado para colocar una agenda mediática de ‘espectáculo’ y desinformación. No es casual que dirigentes políticos y legisladores le den trascendencia a una actuación teatral de un gremio de estudiantes secundarios, y monten sobre eso toda una polémica que ocupa las primeras planas de los medios. Tampoco es casual que al mismo tiempo hagan silencio sobre la enorme crisis política que vive Brasil con la huelga de camioneros que paraliza el país, que amenaza generalizarse a otros gremios de trabajadores, y que ya ha generado desabastecimiento y la paralización de grandes ciudades. Una crisis que pone en jaque al régimen derechista que emergió del golpe de estado, y a su presidente que bate récord de impopularidad luego de apelar a las fuerzas armadas para reprimir las protestas. Al mismo tiempo que tira por la borda el chantaje del mal menor frente a una avanzada de una derecha fuerte e incombatible.
Es claro, que esta estrategia comunicativa manifiesta de forma más o menos distorsionada los intereses de las clases dominantes, e impone su agenda.
Pero también, constituye de conjunto un método de presentación de la realidad basada en la más completa superficialidad. La emergencia constante y artificial de elementos banales de la realidad persigue también el objetivo de reducir al receptor a un lugar de pasividad, pues en primer término para transformar la sociedad en que vivimos hay que comprenderla tal cual es, y entenderla en su movimiento.
Las derrotas históricas que ha sufrido la clase obrera han significado un paso atrás en esta comprensión. Por eso en la actualidad, pulula la visión posmodernista de una realidad aparente y fetichizada, una realidad relativa y subjetiva que no es posible conocer sino a través de representaciones. Sus esbirros realizan un esfuerzo denodado por volver atrás la rueda de la historia recuperando la filosofía idealista – ya superada por Marx- que separa el objeto del sujeto, sin poder comprenderlo en su relación dialéctica.
De este modo, como no es posible comprender el mundo, tampoco es posible transformarlo, reduciendo a los individuos al triste papel de la levedad. La concepción política que emerge naturalmente de estas premisas ideológicas, es el reformismo que no es otra cosa que una adaptación al régimen y una resignación a la posibilidad de superación. Por eso los sucesivos gobiernos del Frente Amplio se han dedicado a gestionar gustosos el Estado capitalista, reforzándolo, defendiendo el orden establecido desde su propia constitución como fuerza política.
Que esta corriente de pensamiento y esta modalidad mediática tengan efecto es un indicativo del nivel de alienación en que viven los trabajadores, y del grado de conciencia actual que tienen respecto de su condición y de su entorno.
Así, en el mundo de la apariencia con sólo prender la televisión, lo insignificante se vuelve trascendental, lo anecdótico se vuelve esencial, lo irreal se vuelve real y la reforma se vuelve revolución.
Sin embargo, no hay que perder el optimismo, pues a pesar de que el régimen pretenda tapar el sol con las manos, la historia continúa su curso, y las leyes de la lucha de clases que la rigen se muestran cada vez más vigentes, como lo vemos en Brasil. Transcender la apariencia de una realidad fetichizada emerge con la acción histórica independiente de la clase obrera, ésta parece imposible hasta que se vuelve inevitable.
La profundidad de la piel por Fernando Pioli
Dice Paul Valéry que lo más profundo es la piel. Esta frase tan utilizada por intelectuales posteriores nunca perdió vigencia metafórica.
Hemos presenciado en los últimos tiempos que los ejes del debate político involucran cada vez con mayor frecuencia temáticas de vuelo bajo. La última perla de este collar, que los dirigentes políticos se empeñan en exhibir ante la prensa como si se tratase de una auténtica joya familiar, se trata del video de INAE que familiarmente podemos recordar como el video del consolador.
En los tiempos actuales hubiese sido mucho más relevante (quizá la palabra adecuada sería digno, pero entraría en disonancia con la que sigue) indignarse por la simpleza estética del video. Vamos, que para que algo tenga mérito tiene que hacerse algo que involucre vencer una resistencia, superar un obstáculo. La rareza en sí misma no es meritoria, al menos en este tiempo donde lo raro está normalizado. Para que la rareza tenga mérito debe involucrar dificultad, hacer algo raro que sea difícil de hacer. En el video en cuestión no se hace nada que no haga un grupo de liceales aburridos después de una reunión de estudio preparando el escrito de historia, una vez que el padre responsable de alguno de ellos (asumiendo paridad de roles con la madre en tareas hogareñas) les calentara unos panchos en el microondas. Como es de esperar en los adolescentes, se comieron los panchos y se pusieron a jugar con un consolador.
Estoy absolutamente persuadido, y hasta convencido, que de no mediar la aparición del famoso consolador nada de esto hubiese causado esa ola de indignación en tanto representante parlamentario residente del Palacio Legislativo. Si el consolador no estuviese ahí, acariciando de modo grotesco (y por tanto, con riesgo de estar explicando lo obvio, debe entenderse en tono humorístico) el cuerpo de un protagonista de la puesta en escena, esta simplemente se hubiese hundido en las oscuras e ignominiosas ciénagas de la indiferencia. Y, como todos sabemos, nada es peor para una puesta en escena que la indiferencia.
De modo que muchos miembros de la oposición encontraron que era una buena estrategia superponer la puesta en escena del video de marras con otra puesta en escena que compite con la original en su dudoso buen gusto y evidente sobreactuación. La puesta en escena de la indignación. En el desesperado intento por darle profundidad a esta representación llevada a cabo por actores parlamentarios de probada incapacidad dramática se utilizaron artilugios oxidados como ser “moral”, “buen gusto”, “laicidad”, “decadencia”, “educación” y demás por el estilo que fueron retirados de forma poco metódica del mismo galpón de cachivaches.
Si nos estamos preguntando cómo es posible que se dedique tanta relevancia a un hecho tan intrascendente y superficial, la respuesta se alza brillante y victoriosa: es que lo más profundo en el ser humano (incluso en aquel que llega a ser representante de la cámara de diputados) es la piel.
Una agenda para la nueva tribuna por Mauro Mego
Décadas atrás el escenario de la disputa política radicaba en las páginas de los periódicos, generalmente con líneas editoriales políticas bien definidas, en los debates parlamentarios o en las reuniones políticas cara a cara. Pero hoy, el debate actual sobre todo se produce en espacios virtuales, en medios de comunicación, a través de las más diversas plataformas. Es que la política en el mundo entero se ha transformado en un vasto mercado de variedades, en un constante espectáculo lleno de campañas publicitarias, golpes de efecto emotivos, rostros, videos, fotos, imagen. Estos fenómenos no son ajenos a ningún país del mundo actual. Las redes sociales han abierto los espacios de opinión y producción de ideas a la mayoría de la gente, independientemente del rigor de sus dichos, de la veracidad de lo que se diga, la seriedad o no de los temas. Y así nos vemos a diario interactuando, plebeyos y patricios, sobre diversos temas, opinamos, multiplicamos contenidos, escupimos la bronca, nos amamos, nos odiamos, todo mediatizado por esa nueva tribuna que son las redes. Pero ojo, están aquellos que las saben manejar mejor y que han sacado provecho de ellas, llevando agua para los más diversos molinos, algunos de agua cristalina y otros de aguas pestilentes.
Las redes nos han seducido a todos, incluidos políticos y periodistas. Muchas notas se escriben a diario en función de los tweets de unos y otros, o de “cruces” virtuales. Algunos sectores de la prensa no han escapado a este torbellino y se ven siendo parte formante y formada de esa vorágine. Se le presta demasiada atención, así como nos sucede a cada uno de nosotros, a los tweets, que pueden indignarnos o hacernos felices con la misma facilidad. Los políticos, de todos los partidos, también son presas del espiral informático. Cientos de casos en los que han compartido fotos falsas, información no veraz, datos erróneos han expuesto a muchos de ellos a la vergüenza ante el público que ha podido constatar cómo muchas veces esta fiera suelta de las redes y de la (des)información nos devora ni bien nos descuidamos. Noticias viejas, noticias falsas, cruces indebidos en redes, “trapitos al sol” de temas partidarios, “tiros por elevación” de unos a otros, cuando no cruces directos y furiosos. Y todos expectantes, pescando en esa pecera, mientras los portales y los canales, de todo tipo y plataforma, van moldeando la agenda. La famosa agenda, la que dice de qué y cómo vamos a hablar. Esa agenda es causa y es efecto de nosotros. Seguramente sea la liviandad de los temas la que reine, seguramente haya un nivel mucho más bajo que hace cien años en este país, pero es cierto que no siempre estamos hablando de aquello que queremos realmente sino que las más de las veces el “pica palo” en la frente de este nuevo escenario público tecnológico, convierte los decorados en escenarios principales. Cómo decía un profesor mío: “ni muy calvo, ni con dos pelucas”.
La piedra del escándalo ya no está a la vista por Roberto Elissalde
Cuando explotó en los organismos públicos la necesidad de “tener un Facebook”, decenas de jerarcas se preguntaron primero qué sería eso de Facebook y después para qué podía servir. Los funcionarios a cargo de la comunicación y en general aquellos más jóvenes, que ya tenían su propio perfil en la red social, afirmaban que era imprescindible “tener uno” para comunicarse con el público.
En el caso de los organismos descentralizados, como bibliotecas municipales, teatros, departamentos o direcciones de cultura, centros MEC, juntas locales o cualquier otra oficina que tuviera contacto con públicos generales, este dilema pasó a ser más complejo. Mientras los organismos centralizados podían pedir a sus unidades de comunicaciones que se encargaran de la tarea, los pequeños centros más cercanos al ciudadano común dejaban la tarea en manos de algún voluntario o entusiasta de las entonces noveles “redes sociales”.
Ese fue el momento, para mí, en el que la comunicación dejó de ser oficial. Las respuestas a los planteos de los ciudadanos ya no podían ser supervisadas por jerarcas o técnicos. Con la política de cercanía: la respondía el (los/las) que tuviera acceso a la cuenta de Facebook, de acuerdo a su criterio y sus conocimientos.
La comunicación inmediata, con la consiguiente necesidad de producir imágenes y textos de forma continua, lleva a una sobreabundancia de información que nadie lee. Esa es la etapa del mundo que está depositada en la cabeza de los uruguayos del siglo XXI. Sin embargo, si una fotito de tres centímetros por cinco de largo muestra a señoras y señores vestidos de forma vistosa haciendo una convocatoria humorística, se puede armar un meta-escándalo, un escándalo sobre algo supuestamente escandaloso.
No sé si hoy, jueves 31 de mayo, alguien se acuerda del video del agravio. Todo se publica para conseguir más clicks, más hits, más likes y los que es casi lo mismo, más ingresos por avisos. Como dijo el director del Instituto Nacional de Artes Escénicas, que utilizó la pieza para llamar a un laboratorio de experimentación de danza, nada de lo que se vio allí fue algo que no aparezca en televisión abierta.
Hay que acostumbrarse a las pequeñas tormentas de origen audiovisual: cada vez serán más comunes y por eso mismo, más intrascendentes. Tristes diputados moralistas intentarán horrorizar señoras y señores mayores ante cada oportunidad; señoras y señores de la oposición estética, moral y política buscarán escandalizar contra quienes permiten o fomentan “esas” formas de expresión; dueños y dueñas de medios electrónicos colgarán las piezas de escándalo para pegarle al gobierno, pero sobre todo, para hacerse unos pesos con el aparente morbo del público.
Mientras esto sucede, nadie habla de algo más triste: el video original desapareció (o fue escondido) de las páginas oficiales del MEC y el INAE. Por inmadurez, por moralismo, por autocensura o por órdenes superiores, la piedra del escándalo ya no está a la vista.
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