La invención de la muerte, una historia criminal por Fernando Barboza
“Es cierto, no hay novela criminal posible cuando la verosimilitud —que es condición necesaria— se transforma en intrascendencia y vulgaridad”, dice Rafael Massa, autor de La invención de la muerte, tercera novela de la “saga de la calle Yaguarón”. En todo caso, lo dice a través de un personaje: “No tenés temas, decís, ni asesinos que merezcan una sola línea, ni policías demasiado corruptos, menos aún, ningún acto heroico. Que reina la medianía, producto de la inacción, nuestro mayor signo vital. Tenés razón. Pero no te resignes, porque la historia criminal que suponés imposible la comenzaron otros, hace cincuenta años”.
Y si quedaba alguna duda respecto a la declaración anterior, el relato se sitúa en un “país que aborrece sobresaltos”. Ese que se niega a hurgar en los “detalles que nadie quiere leer”, y que “día tras día, ha comenzado a sepultar, bajo el pretexto infame de que es necesario olvidar para continuar”. No faltan sobresaltos desde el inicio mismo del relato, y a tal ritmo se suceden que el lector ya no podrá abandonar la lectura de esta novela que se mete de lleno en esas historias que parecerían lejanas aunque, nos basta con mirar los titulares que digerimos como remedo de la realidad a través de la prensa, casi no hay tema en el que no encontremos una raíz de cuando fue plantado este árbol hace medio siglo. De ese tiempo de angurria cruel que no ha sido contado aún, y esta novela parece ir en el sentido de desprendernos de una vez por todas de las versiones interesadas y en blanco y negro que nos “vendieron”, y han sido útiles para ocultar la verdadera cara de héroes de leyenda que resultaron tener pies de barro, y en ese mismo barro transan con enemigos a cuenta de pasadas traiciones y también para mantener un statu quo que otrora decían combatir. Tal vez sea una deuda que la conciencia cobra a los jóvenes de entonces, quienes “aplazaron la primavera”, parafraseando la canción de DanielViglietti.
“Resulté nada más que un hijo de mi época, resignado al
gesto personal —de autosatisfacción moral, sin consecuencias,
apegado al último recurso, individual— que no es siquiera capaz de reconocer ningún mandato último en que cada acto debería asimilarse a una ley universal”, dice José Vittadini, protagonista de la novela.
Sí, hay desencanto, hay una desesperanza gris montevideana, alcohólica, diría, que se impregna en boliches narrados con descripciones minuciosas, y en los que transcurre buena parte de la acción. Pero también se cuela el amor, en la insistencia con que Vittadini recuerda y busca a cierta mujer, como también a alguna forma de justicia. Hay amor sin alharaca por la ciudad que camina Vittadini, ese territorio “desde la avenida hasta la rambla y desde la escollera hasta el bulevar”. No obstante, el relato discurre también por otros territorios, por la ciudad de Melo o Nueva York, y también mira a Montevideo desde la calle Egipto en Villa del Cerro.
“Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas es mera coincidencia”, algo así solía publicarse antes del inicio de un relato, particularmente en las novelitas populares de bolsillo de autores como Clark Carrados, Marcial Lafuente Estefanía y aún Corín Tellado. Incluso en el cine se utilizaba una advertencia que intentaba deslindar la ficción de eso que podríamos llamar “realidad”. En la novela de Massa sucede exactamente lo contrario, las semejanzas de hechos, lugares o personas no son “mera coincidencia”, sino un alerta de que hay demonios vivos, sueltos, y que conservan, y cuando no, han aumentado el poder del que se valieron y se valen, con exceso.
La novela negra es el género en el que calza de medida el relato del último medio siglo del país que prefiere no mirarse a sí mismo. La invención de la muerte abre ventanas, a través de la ficción, para que no podamos esquivar la mirada de las consecuencias que arrastramos hasta hoy, y lo hace de modo implacable, y lleva a que el lector no pueda abandonar una lectura de la que no saldrá igual, todo eso sin privarse de homenajear al cine y la literatura, sin olvidar a alguien “que se pasó años leyendo novelitas policiales, tirado en una cama”, y de paso, nos recuerda que lo mejor de “las historias que cuentan es cuando mienten”.
Tal vez por eso La invención de la muerte culmina con un vértigo cinematográfico, entre mentiras y verdades de ficción.
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RAFAEL MASSA
“La invención de la muerte”, Tusquets (2022)”
“Todos mienten”, Mención de Honor en los Premios Nacionales de Literatura (2015) y editada por Estuario, en la colección Cosecha Roja (2017).
“La Estafa de la Muerte” resultó finalista en el Concurso Medellín Negro (2016), editada por Estuario, en la colección Cosecha Roja (2021)
“Tres nouvelles oscuras (inédita), obtuvo una distinción en el Premio Onetti 2020
Ha trabajado como periodista en diversos medios: Asamblea, Mediomundo, La República, El
Espectador, Brecha y en semanario VOCES.
Ha realizado producciones teatrales: “Elena Quinteros, presente” (2003), “Manhattan Medea” (2003) y “Las Tres Hermanas” (2004).
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