por Julio A. Louis
“Con los pobres de esta tierra, quiero yo mi suerte echar” (José Martí)
Se publican en diversos medios periodísticos infinidad de opiniones acerca de la situación de Venezuela. Muchas de sedicientes izquierdistas. Por eso, se vuelve necesario exponer las bases filosóficas de las que se parte al abordar la Historia, para interpretar los acontecimientos.
Recordemos el pasado
Escogemos acontecimientos del pasado de los que, en la izquierda, parecería que hubiera consensos. La rebelión de Espartaco (73-71 A. C.) – muy anterior al concepto de izquierda -surgido durante la Revolución Francesa- goza de su simpatía. Salustio -historiador latino (86-34 A. C.) expone la masacre en masa de los esclavistas y las crueldades cometidas por los esclavos en libertad. Empero, Marx escribe: “Espartaco figura aquí (en Apiano) como el tipo más extraordinario que nos muestre toda la historia antigua.” (1). Es que el odio de clase acumulado explica esas crueldades. Mas lo sucedido en la rebelión de Espartaco no es excepcional. La primera rebelión de esclavos en Sicilia estalla entre los años 136 a 132 A. C. en la ciudad de Enna. “El odio de clase, reprimido durante mucho tiempo, se manifestó en las formas más agudas: casi toda la población libre fue muerta (pero) algunos esclavistas que eran famosos por el trato humano que tenían para con sus esclavos, fueron dejados vivos.” (2)
Pasemos de la antigüedad a la época colonial de Nuestra América. Después de la revolución de la independencia de Estados Unidos, viene la haitiana, guerra social que enlaza la lucha emancipadora de los esclavos con la lucha anticolonial. Toussaint-Louverture extiende su poder en la isla, en el territorio francés (1794-1795) y en el español (1801, hoy República Dominicana). Adopta medidas para reorganizar la producción y el trabajo; pero entre la aspiración de abolir la esclavitud -y elevar la condición humana de los liberados- y las medidas inmediatas a las que se ve obligado (la emancipación social choca contra la necesidad de reflotar la economía) se genera una contradicción insalvable. Por de pronto, impone reglamentos de trabajo coercitivos, y al adoptar esas medidas, cuenta con la inmediata adhesión de los antiguos colonos y sus administradores, por lo que, desde entonces, su poder se basará en la alianza de nuevos latifundistas negros -con frecuencia, los generales que recibieron las plantaciones de los contrarrevolucionarios, – con los viejos latifundistas blancos. El contenido social de la Revolución se desvirtúa. Ésta y otras contradicciones, facilitan la restauración del poder imperial francés. Por otra parte, Toussaint se rodea de fasto, vive en una mansión con ribetes versallescos, demostrativo que los nuevos gobernantes imitan el viejo orden. Todas esas rebeliones son ferozmente reprimidas.
Son ejemplos separados casi por veinte siglos, en lugares diferentes, con formaciones económicas y sociales distintas. Podríamos agregar varios de las revoluciones de los últimos siglos, la francesa, la hispanoamericana o la rusa. Ahora bien: con una mirada retrospectiva, y sin negar errores y horrores criticables de sublevaciones y procesos revolucionarios de las clases explotadas, nos identificamos con ellas, y partimos de la base que la lucha de clases es el motor de la historia. No cabe la neutralidad entre Espartaco y los esclavistas, Toussaint Louverture y los negreros colonialistas, los regímenes del “socialismo real” y los agresores capitalistas, y hoy, la lucha en Venezuela.
Ubiquemos el presente
Sí, llegamos a Venezuela, donde “no están todos locos” como afirma Mujica. Consideremos que los negros y los “pardos” -mulatos, zambos y mestizos comprendidos- son la mayoría de la población, y que la mayoría de los blancos, despectivamente han sido llamados “blancos de orilla” (artesanos, comerciantes, asalariados) por su cercanía con los negros y pardos. La segregación económica, social, política, cultural, ha sido una constante, y factor decisivo para la victoria de Chávez. Conocer ese pasado es básico para captar la feroz lucha actual, que tiene a Venezuela en América del Sur, como el principal escenario del combate entre dos grandes bloques político-sociales, después que Brasil volviera al redil norteamericano. Por un lado, el del capital trasnacional, los socios locales y su séquito de funcionarios civiles y militares, con Estados Unidos como su principal expresión estatal, en tanto el 45% de las 500 principales empresas trasnacionales son de capitales estadounidenses; esa ”oligarquía”-así la llama Samir Amin- desde el Club de Bilderberg fija la orientación de los organismos rectores de la economía y de la política internacional. A su frente, un bloque popular heterogéneo: “Sin
una clase obrera estructurada y poderosa, el punto de apoyo chavista recae en las comunas, el campesinado, la población de las periferias urbanas, el funcionariado público, los movimientos feministas, juveniles, LGBT, las fuerzas armadas y parte de la burguesía” (3). Es un bloque fuerte, y a la vez, limitado. Con la principal limitación, comparado con el enemigo, de que no tiene un centro mundial rector. Y para vencer, en cualquier país o región, se requiere el apoyo internacional, representativo de las grandes mayorías trabajadoras.
Los Estados imperialistas, en especial, Estados Unidos utilizan su potencial militar para imponerse. Donde tiene aliados desestabilizan los procesos que se le oponen, y esperan definiciones internas, sea en Ucrania, Brasil o Venezuela; cuando carecen de ellos, intervienen directamente, sea en Iraq, Libia, Siria o Afganistán.
En tales circunstancias, es tan desigual el enfrentamiento que, por más proezas de los pueblos, el imperialismo lleva las de ganar, a menos que el país agredido sea asistido, por auténticos intereses revolucionarios, o por las luchas entre potencias, hoy, con el apoyo de China y Rusia. Por ende, la desigualdad presente entre las fuerzas en pugna frena los procesos de intención revolucionaria (Venezuela, Ecuador, Bolivia) y más aún, los meramente progresistas (los países del Cono Sur) y los empujan a extender sus alianzas a sectores de la burguesía, con los riesgos inherentes.
¿Estamos al servicio de quién?
Cuando los pueblos de Nuestra América sufren reveses, que inician una época contrarrevolucionaria, es tarea de los trabajadores -o de los estudiantes, que en su mayoría lo serán, o de los jubilados y pensionistas que su mayoría lo fueron- reflexionar para reconstruir sus organizaciones sociales y políticas. Y comprender, que la principal batalla que estamos perdiendo, es la ideológica. El notorio avance en las políticas sociales ha mejorado las condiciones de vida de los sectores mas sumergidos de la población, sin que simultáneamente se acrecentara su conciencia de clase.
Cuando a muchos les resulta indiferente la pobreza en la niñez, las personas de diversas edades viviendo en las calles; cuando los explotados agudizan su alienación individualista y consumista, se crean las mejores condiciones para la victoria del fascismo, que renace en diversos países del mundo. Cuando los pueblos se movilizan -caso de las marchas de silencio exigiendo verdad y justicia ante los crímenes de las dictaduras de la Seguridad Nacional- se fortalecen las esperanzas. Convengamos en que la solidaridad, la economía social, la planificación, el socialismo son conceptos extraños a amplios sectores del pueblo trabajador.
Por fin, subrayemos el error obsesivo “por el arriba”, por el aparato estatal y sus puestos de mando, lo que magnifica el valor de las elecciones. Los partidos de izquierda pierden sus fundamentos ideológicos para cazar votantes. Sin desconocer la importancia de la lucha por acceder el aparato del Estado, habrá que valorar más la militancia “en el abajo” de las organizaciones sociales, culturales, deportivas, etc., ésas que tienen mayor cercanía con las clases y sectores populares. Para ello, es preciso reforzar el estudio del materialismo dialéctico y de otras concepciones solidarias, que combaten al ego individualista. Y profundizar el combate contra el sistema capitalista, que caerá por la confluencia de sus contradicciones, por la degradación irresponsable de la naturaleza, y por la acción consciente de la clase trabajadora y otras clases y sectores populares. La contradicción principal de la época se dirime entre ellas y su aproximación al socialismo o, los intereses del bloque del capital trasnacional que acomoda la “democracia” a su conveniencia, sea en Brasil o en Venezuela.
NOTAS
(1) Carlos Marx. “Carta a Engels” del 27 de febrero de 1861. En “Correspondencia Marx-Engels”. Nota del Autor. Apiano es un historiador griego del siglo II.
(2) S.I. Kovaliov. “Historia de Roma”. Tomo II. “La República”.- Página 196. Editorial Futuro.
(3) Rodrigo Alonso. “El mismo laberinto”. “Brecha”. 7 de abril de 2017.
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