“Un juez no tiene que hacer justicia, sino aplicar la ley” afirmaba hace algunas semanas un frecuente partícipe de las tertulias matutinas del programa radial En Perspectiva. La frase, que aparentemente es de uso frecuente en el ámbito judicial, tiene varias aristas. Si por un lado rompe con el “sentido común” que naturalmente asocia las decisiones judiciales con actos de “Justicia”, por otro lado coloca a jueces, y otros profesionales del sistema judicial, como meros funcionarios “técnicos” que aplican una normativa “distanciando” esa acción de sus propias convicciones éticas y morales. Esta distancia es una de las claves desde la que se puede interpretar “Consentimiento”, el espectáculo estrenado en El Galpón el pasado 13 de mayo.
Consentimiento es la cuarta obra de la dramaturga inglesa Nina Raine y se estrenó en el National Theatre de Londres en 2017. La autora estuvo en marzo de este año en Buenos Aires, en oportunidad de una versión estrenada allí, y compartió con algunos medios las motivaciones para escribirla. En particular confesaba a Martina Vidret que hubo dos momentos detonantes: “Uno fue durante una cena con muchos abogados. Mi primera obra (Rabbit) tenía un personaje que era un abogado, me interesaba ese mundo y sus posibilidades teatrales, porque el trabajo del abogado durante un juicio tiene mucho de actuación. Durante esta cena, encontré que cuando están entre ellos hablan en primera persona. Por ejemplo: si están defendiendo a un violador, dicen “Yo violé a esta mujer”, en vez de “Estoy defendiendo a alguien que violó a una mujer”. Ahí se me ocurrió la primera escena (…) Mi idea era que al principio se piensen a sí mismos a kilómetros de distancia de los agresores, y que al final uno de ellos termine cerca (…) Lo otro que me llevo a escribir Consentimiento fue poder acceder a un caso de una mujer que había sido violada, ya que en Inglaterra se puede entrar a casi cualquier tribunal (…) El hombre estaba en libertad bajo fianza por otro crimen (…) Y esta mujer, la del juicio al que fui, le tenía terror, porque sabía que si por mensaje de texto le decía “hijo de puta, me violaste” él podía volver y agredirla más. Nada de esto le llegó al jurado, no sabían nada del pasado de él, pero sí del de ella, porque su terapeuta pudo declarar. Se sentía como si el caso estuviera ponderado en contra de la víctima”.
Consentimiento está protagonizada por dos parejas (Rita y Joaco, Cata y Eduardo) que se reúnen en el nuevo apartamento de una de ellas. Tres de los personajes ejercen la abogacía, y así, entre cajas a medio desempacar y brindis, escucharemos decir a Joaco naturalmente: “Violo jubiladas (…) las ato, me las cojo, y después les saco todo lo que tienen”. Mientras que Cata, al saber que Raquel trabaja en un caso de homicidio, le dirá: “¡Uhh! Asesinato, ¿a quien asesinaste?”. Por su parte Eduardo hablará de su caso afirmando: “Violé a una mina del interior, no hay testigos”. La “actuación” de los abogados, apropiándose cínicamente de las acciones de sus representados, señala también la distancia que ponen entre el ejercicio de su profesión y sus propias convicciones ético-morales. Al aparecer Helena, una mujer víctima de violación, esa distancia oculta tras la “actuación” empieza a disminuir y obliga a pensar en cuales son esas convicciones ético-morales.
Helena es una víctima, pero, instrumentalizado el ejercicio del derecho como mera aplicación de una ley, esa víctima desaparece. Como le dice Tomás, el fiscal que la “representa”: “Yo represento lo que vos decís que pasó, y presento el caso contra el Sr. Fagúndez (…) Formalmente no soy tu abogado, no (…) soy el Fiscal de Delitos Sexuales del Noveno Turno. Ministerio Público, represento el interés general”. En este caso, y más allá del resultado final, la víctima se resiste a desaparecer, y será clave para incomodar a los personajes en ese mero ejercicio de “aplicar la ley”. Porque claro, obviado el norte de “Justicia” que debiera estar detrás de la aplicación de la ley, los abogados solo luchan por ganar sus juicios, elaborando estrategias para incomodar a testigos y víctimas en provecho de sus “representados” (y de sí mismos a partir del juego que han decidido jugar). Para potenciar las contradicciones la autora decidió que el fiscal sea “amigo” (lo que significa la amistad para estos personajes ameritaría otra nota) de Eduardo, quien representa al violador.
Pero sí todo lo anterior ya convierte a Consentimiento en un espectáculo valioso, la autora da un paso más. Desde el comienzo hemos visto a los personajes no del todo transparentes, y cierto grado de hipocresía hasta la llana infidelidad ha pautado las relaciones entre ellos. Pero cuando una situación de violación parece configurarse al interior del grupo de “amigos” la situación se complejiza. Porque ahora ese carácter instrumental del derecho, vaciado de contenido, se vuelve al interior de la vida privada de las parejas para justificar comportamientos propios, ya no de “representados”. La alienación aquí es total, la instrumentalización del ejercicio profesional ha deshumanizado totalmente a los personajes. El final no es del todo desesperanzador, pero la autora pone los riesgos de esta forma de ejercer la profesión arriba de la mesa.
Para que el espectador logre seguir los matices del universo en que viven estos personajes era imprescindible creerles y no caer en maniqueísmos que faciliten la clasificación de los personajes en buenos y malos. Y en ese sentido el trabajo de Lucio Hernández con el elenco es una muestra más de la gran capacidad del director para que creamos en los universos que pone en pié. El desafío en este caso crece con las características cínicas de los personajes. ¿Cuando creerles? ¿En qué momento son realmente honestos? Esa duda, sin licuar a los personajes, es una de las claves que mantiene atenta a la platea. Quien no se desdobla como un personaje de facetas contradictorias es Guadalupe Pimienta, pero, paradojalmente, representa a dos personajes contrapuestos. Por un lado a una víctima y por otro a una abogada escéptica. Es pedido expreso de la autora que estos dos personajes sean representados por la misma actriz, y no parece casual. Expresa el contraste de ese universo que pendula entre la necesidad de “justicia” y la instrumentalización administrativa del ejercicio “real” de la misma.
Nos queda pendiente el explorar, también, el universo judicial como mera puesta en escena, y aquí es clave el personaje de Sara. Pero esta nota ya se hizo demasiado extensa, así que solo queda recomendar ver Consentimiento y continuar el intercambio al salir de la sala.
Consentimiento. Autora: Nina Raine. Traducción: Stefanie Neukirch. Dirección: Lucio Hernández. Elenco: Estefanía Acosta, Soledad Frugone, Soledad Lacassy, Claudio Lachowicz, Moré, Guadalupe Pimienta y Pablo Robles.
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