Sin una queja, antaño, sufrió la sierra, el martillo, el formón, el taladro, el cepillo, la gubia, la lija, los clavos. Hasta hoy, en silencio, ha padecido las saetas encendidas del sol, los filosos puñales del viento invernal, la corrosiva agresividad de la contaminación. Sobre su piel lleva tatuados los avatares de esa perturbadora historia. Empero, y a pesar de ello, persiste en su alma el milagroso aliento de la vida. Transformado en una sonrisa que recuerda el melódico susurro que entona el follaje, el pausado movimiento de las ramas, el perfume de la sabia palpitando, vertical, bajo la dura corteza, cada primavera. Y contrapuesto a un destino que pudo ser mas no aconteció: el fuego, las cenizas, el humo, el olvido.
(Ubicación: Washington 182)