El asesinato de George Floyd a manos de un policía, en la ciudad de Minneapolis, ha desatado una reacción popular bajo la bandera de las últimas palabras de Floyd: “No puedo respirar”. Curiosa coincidencia: Este país se ha transformado en el campeón del Covid-19, con los peores indicadores. El signo más dramático de esta enfermedad es que mata impidiendo respirar. Los Estados Unidos ya no respiran bien, sus signos vitales desaparecen cada día, parecen seguir un apocalíptico guión, en el que su presidente no desentona en el personaje de Guasón.
La presidencia de Donald Trump se inició bajo la sospecha de haber ganado las elecciones con la ayuda de los servicios rusos de inteligencia. La campaña le era adversa, Hillary Clinton parecía dirigirse a un desenlace electoral favorable. De pronto el guión da un giro inesperado, al entrar en la campaña la información de que había usado su cuenta personal de correo electrónico para manejar temas de su cargo como Secretaria de Estado. Además se le agregó la acusación de no haberse manejado bien en el asalto al consulado de su país en la ciudad libia de Bengasi. James Comey, director del FBI, a 11 días de las elecciones hace una intervención pública comunicando que la candidata estaba siendo investigada. Las encuestas dieron un giro radical, y Trump puso toda la carne en el asador. Por más que el propio Comey levantara la investigación a escasos dos días de la elección, anunciando que no se había encontrado ninguna irregularidad en sus correos electrónicos, la imagen pública de Hillary Clinton se había quebrado como un frágil cristal.
El Wahington Post lleva la cuenta de las mentiras con que Trump suele aderezar sus arremetidas, completamente por fuera de la responsabilidad del jefe de Estado del país más poderoso de la Tierra. Trump demuestra ser un candidato capaz de caminar sobre las brasas, y hasta de hacer algún alto sobre las mismas para dirigirle palabras y gestos que están fuera de cualquier código de ética política a todo aquel que lo desafíe. Las evidencias de que los servicios rusos de inteligencias intervinieron en la última campaña electoral de Estados Unidos aparecen por varios lados. Ninguna potencia extranjera podría haber elegido a alguien tan eficiente para desmontar un país como lo está haciendo Donald Trump.
Es el país que maneja la economía del mundo, el que cuenta con las fuerzas armadas más poderosas, el que es capaz de poner en el mercado el mayor avance científico y tecnológico del mundo. Pero entre Rusia y China, sin que hubiera un nexo visible entre ellas, se están comiendo a Estados Unidos en dos panes.
Es imposible adivinar qué pueda suceder en los meses que faltan para las elecciones presidenciales de noviembre. Trump se burla de Biden (el candidato demócrata) por permanecer recluido en su casa, con muy pocas apariciones públicas, pero es el único capaz de ganar a Trump en noviembre. Las encuestas le dan un margen cómodo, claro que Hillary Clinton también lo tenía antes de que el hackeo ruso tomara estado público, y que Trump aprovechara esa intervención para ganarle en la recta final. Biden tiene dos características negativas ante la opinión pública que podrían también votar por Trump: es demasiado blanco y demasiado viejo. Pero en los últimos días ha demostrado que si bien está recluido en su casa, no pierde el tiempo en cada aparición pública.
El pasado lunes, Biden, libreta en mano, se reunió con numerosos referentes negros para escuchar sus opiniones sobre la actuación policial, de la justicia, instituciones y escuchar propuestas de lo que esperan de un gobierno demócrata. Luego, se lo vio en una emblemática iglesia para los negros, rodilla en tierra, en señal de apoyo a las manifestaciones callejeras. El ex vicepresidente de Barack Obama es, hoy, la única posibilidad de sustituir a Trump en la Presidencia. Biden ha anunciado que su vice será una mujer, y todo apunta a que la elegida puede ser Kamala Harris, una senadora californiana, que tiene en su currículum el haber ocupado el puesto de Fiscal General de California. Una mujer con mucha reputación en el senado, de origen jamaiquina e india, equilibra mucho la imagen demasiado blanca y demasiado vieja de Biden. Obama no ha intervenido públicamente frente a la opinión pública, pero ha respaldado sin matices a Biden. No habrá muchas opciones, o Trump o Biden.
“No puedo respirar” gritan los manifestantes a lo largo y ancho de todo el país. Si hay alguien que NO puede resolver esta situación es el presidente de los Estados Unidos. Ni ha dado muestras de equilibrio emocional, ni de sabiduría política para interpretar lo que le está diciendo la gente en la calle. Entre otras cosas, su escaso repertorio le impide ver qué vendrá después de esto. La mayoría de los manifestantes son negros, doloridos y frustrados, pero los acompañan grandes contingentes de jóvenes blancos, que se solidarizan con quienes sintieron inmediatamente en la piel el asesinato de George Floyd. En las internas demócratas, surgieron como hongos nuevos líderes jóvenes, latinos y afroamericanos. Se percibe en el ambiente político que de no haber un milagro, no sólo Trump sino el partido Republicano van a sufrir una derrota importante.
La pregunta que muchos se harán es si esto es bueno o malo. Sólo Trump ha dado pruebas de que es capaz de hundir a Estados Unidos en sus propias contradicciones. No pocos desearían que Trump termine su magnífica hazaña. Otros, quizás percibiendo que el mundo está en peligro, y no sólo Estados Unidos, esperan que triunfe la cordura.
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