En modo informal recuerdo a quienes huelen a Biden con olor a naftalina que se me parece más a “Arsénico y encaje antiguo”-comedia de humor negro ligero de 1939, que no servía para enmascarar masacres en ninguna franja, sino planes que luego se concretaron en Los Álamos y se hicieron masacres contra Japón en 1945.
Muy en serio, creo como muchos que en EEUU hay un solo partido político con dos nombres, lo cual no significa que no existan diferencias entre uno y otro; sin embargo, ambos abrazan el capitalismo, defienden el orden burgués como modelo dominante y se sienten árbitros y policías en todas las geografías del mundo; es decir, actúan y son una potencia imperial.
Al observar las innúmeras expresiones ante la deposición de Biden, me permito tomar una expresión que me parece adecuada: “El Partido Demócrata es francamente antidemocrático”, según Joseph Geevarghese, director de “Our Revolution” (ligado a Bernie Sanders), citado por el periodista Norman Solomon.
La cúpula demócrata no tenía salida: sabía que Biden sería -no sólo por su senilidad- perdedor en noviembre, lo que los decidió a quitarlo como candidato y nombrar a otro. Sin tiempo para un ejercicio con visos “democráticos” entre los posibles aspirantes, adaptó el sistema institucional de sucesión a sus necesidades y puso a la vice, Kamala Harris. Por supuesto que esto obliga a modificar el tipo de planes demócratas para la campaña, pero, en alguna medida, también afecta a los republicanos que habían modelado sus acciones para enfrentar a Biden.
A eso le sumaron -además del grupo de donantes millonarios- alguna encuesta según la cual Kamala “le respira en la nuca a Trump”, con el fin de reforzar su candidatura: no está mal el paso, pero no me parece muy acertado el sueño.
Pese a todo, Trump puede ganar la elección con los estados del centro, aunque pierda en los costeros del Atlántico y el Pacífico, como California o Pennsylvania-. Con un poco de suerte, le pueden dar mejores resultados a los demócratas el manejo injerencista sobre Venezuela y el innegable éxito que el FBI y la DEA -observando o no normatividades; ajustándose o sin detenerse en fronteras- presentaran como prisioneros ante la fiscalía a un capo narcotraficante -veterano y huidizo- y al hijo de otro (preso), contrabandista del mortal fentanilo, hayan sido estos hechos como hayan sido (acuerdos, entregas, rendición, engaños, capturas, etc.)
Por si acaso Trump resulta triunfador, el presidente ucraniano -tras sus habituales visitas a EEUU-, que habló con el republicano, admitió en su discurso estar dispuesto a negociar. Saben Zelensky y sus acompañantes que si pierden los demócratas los comicios se extinguirán las ayudas a Ucrania: lo fundamental de las relaciones internacionales de EEUU pasaría de Europa a Asia para enfocarse contra China Popular (y los BRICS).
Asimismo, a Ucrania le ha surgido un competidor que cuenta con partidarios de primera línea en la Casa Blanca y en los dos partidos estadunidense: el guerrerismo del sionismo israelí. Benjamín Netanyahu o sencillamente “Bibi” (como le apodan), al igual que su comité guerra, saben que la estancia de él como primer ministro está en dependencia directa de las acciones en la Franja de Gaza contra los palestinos y sucederá algo que en algún momento sobrevendrá: el final de la incursión genocida.
La continuidad del estado beligerante es la tabla única de salvación de Bibi, de ahí que se califique como expansión el teatro de operaciones de estos días. Los ataques a Hezbollah y al interior del Líbano, trascienden lo simplemente defensivo por tratarse de actos de provocación, y se extendieron hasta la capital iraní -una vez más- ultimando al líder político de Hamás que consideraba una negociación que terminara con la expedición punitiva de Israel.
El concurso de EEUU y países europeos a las acciones israelíes supuso el envío de ayuda permanente en dinero y materiales de guerra. Es innegable que municiones y armamento estadunidense fue surtido al ejército sionista para masacrar a los palestinos en la Franja. En el curso de un viaje de Bibi a EEUU, con gran aquelarre de prensa, el primer ministro abandonó su gira para regresar a Israel que había sido atacada -según dijeron en Tel Aviv- en los Altos del Golán por una fuerza de Hezbollah. Demás está decir que cuando el “premier” fue a saludar y dar el pésame a los familiares de los fallecidos (una docena de niños futbolistas) fue expulsado por los drusos sirios habitantes del lugar. Sin embargo, en tiempo de elecciones, con un presidente sionista y un “amigo” republicano como Trump, el asesino y ladrón de Netanyahu -que arrastra en su guerra a EEUU y a la OTAN- sigue siendo (alentado su guerrerismo constante) el jefe de gobierno israelí que se permite desafiar a Irán. Y que conste que esto desoye algunas recomendaciones en contrario (130 páginas de estudio) de organizaciones como el Instituto Internacional (o Reichman) contra el Terrorismo.
Biden y quien lo sustituya, o Donald Trump, no determinan mayores cosas en relaciones internacionales (que signifiquen variaciones grandes) y en lo que corresponde a Latinoamérica -en la práctica- dan lo mismo. La declaración del republicano de que desde la presidencia acabaría rápidamente con la guerra ruso-ucraniana, no es otra cosa que la afirmación del comerciante-empresario que le importa más detener a Pekín (el gran competidor comercial, económico y político) que ocuparse de la fracturada y languideciente UE.
En una reunión que será de mero trámite, el Comité Nacional Demócrata -que depuso a Biden- dará en su congreso la aprobación y unción a Harris como candidata, adicionándole un postulante a la vice. Kamala sucede en la encomienda al geronto-candidato tras la comprobación partidaria que Biden no ofrecía un horizonte de triunfo y dispuso el cambio de collar.
Más allá de tratarse de un atrofiado que puede hasta tropezarse con su sombra, me aterra que un débil mental ordene (por teórico que esto sea) un ataque nuclear y acabe con la especie humana.
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