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La oposición de la oposición por Claudio Invernizzi

La oposición de la oposición por Claudio Invernizzi
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El ingenio verbal es una flor presuntuosa, es un huracán emocional que azota almas desprevenidas, que las despierta, que las agita y de inmediato, brilla. Es, digamos, el lado más barato de la inteligencia. Pero al mismo tiempo, en política, es una de sus expresiones más poderosas.
¿Por qué es el más barato? Entre otras cosas porque tiene rápida caducidad. Sin embargo, sabido es que la obsolescencia es un ritual clave en esta modernidad que acumula una absurda conexión con la velocidad que, además – y sepa disculpar el lector los excesos retóricos – guarda un estrecho vínculo con el olvido.
El ingenio verbal es un refugio del anecdotario político, un lugar donde las guerras parecen de mentira y los duelos no son a primera sangre porque el alma no la tiene (en apariencia).
Pero, en definitiva, las palabras con buenos reflejos, no gobiernan: discuten, ganan, pierden, divierten, humillan, entretienen, pero no cambian la realidad.
El gobierno, a mitad de camino, ha sido un ejemplo vivo de esto y en particular nuestro Presidente quien, abrevando en la profunda simbología partidaria, con palabras enraizadas en tradiciones severas y con sentencias cargadas de metafórica ilustración campera -no distantes del uso del propio Pepe Mujica- supo agitar algunos corazones con refranes y responder con ingenio a las demandas de los periodistas, los adversarios o la propia realidad.
Pero el ingenio hace trampa cuando se vuelve indispensable para que el liderazgo no ceda y para agitar las aguas de los fieles, confirmar sus expectativas y en fin, alimentar esa maquinaria que necesita de adversarios para lucir, o de enemigos, según los niveles de pasión o desequilibrio.
El brillo del esgrimista se aprecia en la estocada, pero está claro que gobernar no es eso. Y da la impresión que las habilidades comunicativas con las que el gobierno alcanzó a sintonizar con un porcentaje mayoritario de uruguayos, comienzan a encontrar su techo por obra de la realidad. Eso, lo obliga a abusar de su principal comunicador y él, notoriamente seducido por alguno de sus hallazgos, pareciera dar respuesta a los bises que su púbico reclama: una y otra vez sale a escena, busca reverdecer sus mensajes e inspira a los integrantes de este gobierno para que dediquen tuits, palabras, gestos, o incluso algunas convicciones, a los antagonistas.
Así es como se consolida la idea de un gobierno concentrado en hacer oposición a la oposición.
Al fin llegamos al centro del asunto: el oficialismo, con envidiable persistencia y no por simple antipatía, pienso yo, continúa ejerciendo una militante contrapartida del Frente Amplio y sus quince años de gobierno. Y esto lo hace hasta confundir los roles y distraer a los responsables del arduo trabajo que significa dirigir los destinos de un país. A mitad de camino entre un inicio y un inexorable final constitucional, los integrantes de la coalición siguen en campaña achicando así los objetivos más generosos de la política. Como ejemplo vale citar el sinfín de francotiradores, con responsabilidades en la gestión, que parapetados en las redes sociales han dado muestras de una desagradable incontinencia verbal. ¿Es parte de la campaña para el 2024? Si y no. Pienso que es de más largo aliento y lo que se pone en juego es un proyecto restaurador. Es decir, desarmar los caminos emprendidos durante los gobiernos del Frente Amplio con pretensión de políticas de estado para recrear otras -viejas, en su mayoría-como políticas de estado alternativas. Es verdad que hay cosas que responden al juego de contrarios, al griterío de hinchada, al barullo de pasiones -de un lado y del otro- pero la gran mayoría responde, finalmente, a una comunicación orientada a mantener un proyecto de país que -perdón por la simpleza- no era sobre el que se venía trabajando en los gobiernos anteriores. A aquel proyecto, en el marco de las posibilidades democráticas, se lo intenta destruir con singular desenfreno y para eso, se sigue golpeando sobre lo que fueron errores, mientras que a los aciertos los maquillan de fracasos; reveses, mientras que a los logros ajenos los convierten en propios; acusaciones, mientras envían casos a la justicia que hasta el momento no han revestido culpabilidad.
Ahora bien, resta un año y poco para que comience expresamente una campaña que el gobierno, como he intentado señalar, nunca abandonó. Tanto es así que a los juicios sobre lo hecho en quince años, se suma la victimización que se expresa cuando la oposición actúa como tal. Cuando llegue el momento veremos cuánto del ingenio verbal pesará en las decisiones del electorado y cuánto de lo verdaderamente hecho torcerá hacia un lado u otro las voluntades.
Por ahora, el manejo de la pandemia es lo único en lo que hay coincidencia en señalar como logro de este gobierno. Y tiendo a estar de acuerdo en una parte de esa lectura: el momento en el cual el presidente se aferró al timón con osadía y con confianza. Lamentablemente, después dejó que primara la soberbia sobre la ciencia y arremetió con un grotesco ingenio verbal para juzgar a mucha ciudadanía autorizada que disentía. Así fue que llamó caranchos a quienes lo cuestionaron por la cantidad de vidas humanas que costó no blindar abril. Y créame, señor o señora lectora, yo disentí también -aun sin autoridad científica- pero de carancho tengo muy poco. Más bien soy un ave de paso.

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