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La plasticidad política por Megan Zeinal

La plasticidad política  por Megan Zeinal
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“…pensar la metamorfosis es pensar la Verdad.”
Edmond Jabes

Un interesante ensayo de Catherine Malabou se centra en el concepto de plasticidad y lo desplaza al terreno político. Malabou, filósofa francesa interlocutora de Jaques Derrida, conjuga desde un enfoque interdisciplinario, la neurociencia y la teoría crítica. Su pensamiento interroga en qué medida la noción de plasticidad se ofrece como figura al servicio de una secuencia filosófica que no ha dejado de expandirse desde la segunda mitad del siglo XX. Sustentada en sus lecturas de Hegel, Heidegger y Derrida, la tesis de la plasticidad dialoga con un materialismo metamórfico, caracterizado por la consideración de maleabilidad estructural de la vida. En su texto denominado “La plasticidad en espera”, la autora afirma que “no hay algo inconvertible. La convertibilidad absoluta es la situación infranqueable del juego del mundo” .Es decir, sugiere que una fuerza plástica de transformación es constitutiva de lo humano, y se despliega en todas sus dimensiones.

La metáfora de la plasticidad se plantea, a lo largo de su obra como una cuestión psíquica, ética y política que aloja diversas declinaciones. La misma no es figurativa del cambio como una realidad accidental y secundaria, sino de una matriz mutante que le habilita pensar el movimiento continuo del ser siendo moldeado por continuas afecciones. El terreno que describe es el de un “esquema motor” que supone que la presencia nunca es puramente una forma estabilizada o estabilizante. Su pensamiento no solo abre un ojo más dinámico de la transformación, sino que zanja conflictos con las concepciones estáticas de la identidad. Ahora bien, ¿cómo dialoga esta reelaboración del concepto de plasticidad ofrecido por la filósofa en un plano político? ¿y qué puede aportar al pensamiento de nuestro tiempo?

En este caso me centraré en exponer como la plasticidad habilita a pensar una fisura fundadora y a la vez crítica de la identidad política. Una identidad que siempre está fuera de sí misma, porque de alguna manera es una identidad imposible. Es una máscara paradójica, porque su estructuración se realiza a través de un juego de fueras y adentros, del sí mismo y de lo otro, que continuamente se desdibuja. Una identificación ambivalente y cristalizada, que nos expulsa en cada acontecimiento porque se enraíza en una parálisis de lo metabólico (18).

La extranjería de la identidad consigo misma se deja leer como un juego entre la derecha y la izquierda, entre colorados, blancos y frentistas como si la identidad se figurara y desplazara físicamente. La deformación que produce la manera de operar de esta identidad la hace estar siempre desplazada, desfasada, extraña a sí misma. Lo que lo que aparenta ser una repetición, acoge una diferencia, aunque esta pueda resultar inaudible.

La autora analiza los juegos de imitación y de simulación como formas primitivas de la metamorfosis y los sitúa en el escenario democrático (22). En estos términos, la desfiguración-dislocación de la identidad política parece lo menos desmentido porque reconsidera desde otra óptica la relación con lo otro, sin la necesidad de que aquello sea expulsado.
Este giro se produce debido a que Malabou recurre a las cualidades de la plasticidad como donadora de forma para la creación conceptual. Entonces, lo que considera dentro de las fronteras de la identidad de lo tocado o moldeado por esa otra forma (que se mantiene supuestamente fuera). “La metamorfosis es a la vez mímica de otro y prohibición de dicha mímica, creación de una distancia y de un límite para la identificación y el contacto” (22). Algo que se asemeja a la constitución de una máscara que esta esencialmente “dirigida hacia afuera, creando una figura”. (Elias Canetti, Masa y poder p.494)

La autora se propone explorar el lazo de la democracia con este metabolismo plástico que sugiere para la transformación. El movimiento de identificación se da con lo “otro”, como un juego de fronteras maleables del dentro-fuera que habilita a pensar otra relación de interacción. Precisamente es la alteridad, lo que continuamente deforma e incita las modificaciones, desplazamientos y transformaciones.

Por el contrario, la rigidez política es una especie de fijación que pretende no dejarse moldear por lo otro, desconociendo que, de todas maneras, lo otro es el gesto mismo que le provocó la forma. Cuando aparece el contacto con lo diferente, es desplazado en nombre de esta presunta identidad. Se produce entonces una edición interna innegable, una fractura.

Es precisamente el vacío de identificación, una no adhesión la que podría regular la salubridad del espacio democrático. Pero esto no implica una inacción, ni una ausencia de participación, sino, por el contrario, una acción orgánica que habilite la reflexión actualizada en el momento dado, despojada de la espectralidad de una adhesión disociada que desconoce las dinámicas de su propia capacidad aforística. (19). “El poder es la fuerza que se toma su tiempo para la captura en el instante decisivo” (20). Es decir, la apertura a un cierto horizonte de espera en un terreno de juego que nunca es el mismo, porque su natalidad es continua. La hospitalidad del registro de este horizonte permite a su vez el nacimiento de todo tipo de figuras que son precisamente posturas de poder y que ponen en escena las relaciones de dominación.

El planteo data una lógica morfológica aplicada a la democracia en la que el poder aparece “como un reino de figuras talladas en la masa: talladas por ella y contra ella, enteramente en ella” (24). La libertad democrática que ofrece conlleva la imagen de una población que permite pasearnos siendo uno mismo y otro a la vez. (25) Porque la intervención de la plasticidad logra la comprensión de la libertad como intimación en la metamorfosis que le habilita gozar el incomparable privilegio de poder ser, a su antojo, él mismo y otro.

Malabou, C. La plasticidad en espera. C. Durán y M. Valdivia (eds. y trads.). Palinodia. 2018.

Malabou, C. La plasticidad en espera, p. 11.

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