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La política y las palabras por Yamandú Orsi

La política y las palabras por Yamandú Orsi
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El tiempo y la política permite muchas formas de manejarlo, muchas prioridades. El mayor peligro que afrontamos los políticos es mirarlo solo o principalmente desde nuestro mundo y alejado de la gente común en toda su inmensa variedad.
El actual gobierno cumplió la mitad de su mandato, no quiero analizarlo desde futuras batallas electorales, acuerdos, juegos de poder, voy a tratar de asumir este tiempo desde lo que se ve y se siente recorriendo el país o desde mis responsabilidades en el gobierno de Canelones.
Lo principal: las expectativas de la gran mayoría de los uruguayos se han visto, de a poco, paso a paso, frustradas. Hubiéramos querido que el país progresara, que avanzara, que mejorara la vida de nuestra gente. No ha sucedido y las cifras son muy concretas y concluyentes. Y no todo es culpa de la pandemia, todo no se puede explicar por el COVID, es también por el fracaso de un modelo y de su aplicación.
Todos los días conocemos datos de estadísticas, de inflación, de salarios y jubilaciones, de reducción del nivel de compras, del endeudamiento de la gente, de la inseguridad que no cambia, sino que crece, de la reducción de recursos para la educación, para la salud, para la infraestructura. Y del otro lado de la valla, pequeños sectores, muy pocos, que acumulan grandes riquezas. Es un modelo que ya fracasó y va a volver a fracasar en Uruguay.
Es en estos momentos de cambios globales y nacionales que una de las principales tareas y responsabilidades de la política es elegir las prioridades. Todo no se puede hacer, así que hay que elegir bien y a tiempo.
Después de mucho pensarlo, de tratar de observar el mundo de la política a nivel global y aquí en el Uruguay, creo actualmente hay una tarea que se impone sobre todas las demás tareas: hay que lograr que las palabras vuelvan a tener su significado en la política. Palabras grandes y chicas que se han ido desgastando y que se han separado de la visión que la gente tiene de esas palabras.
Esa es para mí la principal barrera entre la política y los ciudadanos, le quitamos credibilidad a las palabras.
Libertad, prosperidad, democracia, seguridad, paz, confianza, porvenir, nostalgia, equilibrio, cumplir, compromiso, generosidad, cultura y sobre todo humanidad, pero también futuro, justicia, tranquilidad. Hay muchas más, elegí una por una.
La libertad en el mundo actual está gravemente afectada, por los grandes poderes, por las enormes distancias en el desarrollo entre los países, pero también dentro de los países. Y esa es una responsabilidad de la política. La libertad debe valer para todos, no puede ser solo una bandera histórica, una estrofa del himno o una palabra desgastada, tenemos que devolverle toda su enorme dignidad y significado. También libertad de la necesidad, de tener una vida y un trabajo digno.
La democracia, tan querida por todos, que nos costó tanto reconquistarla, y también a muchos valorarla como corresponde, está en crisis en el mundo, afectada por el peor de los males, la intolerancia, el odio, las guerras, el abrumador poder de algunos sobre las enormes las mayorías. La democracia se basa y se apoya en la paz, en la confianza, en el respeto a la Constitución y las leyes, y en combatir la corrupción y sobre todo la gran corrupción de las redes de narcotraficantes que son el peligro principal contra la seguridad, pero también contra la política. Contra la política en su conjunto; debemos saber reaccionar juntos y no permitir la mínima fisura.
La libertad y la democracia no podemos separarla del desarrollo, de la prosperidad, de una batalla frontal contra la pobreza, no solo material, sino intelectual, moral, espiritual. Y esa es una brutal tarea de todos los días.
Para recuperar la confianza hay que asumir nuestros compromisos con el pueblo, con todos, sin límites y con todas nuestras capacidades.
Nos acusan de nostálgicos, cuando nuestra mayor nostalgia es por el futuro, porque la dignidad de las palabras se construye con hechos, con obras, con condiciones adecuadas para que vivamos mejor los tres millones y medio de orientales. Estoy convencido de que tenemos las condiciones para crecer mucho más rápido, mejor, con más inteligencia y respeto por nuestro territorio, nuestra agua y nuestro ambiente. El equilibrio es en estos tiempos un concepto fundamental y sabio, tenemos que rescatarlo.
El mundo nos impone grandes amenazas, que también son palabras que han ocupado como nunca su espacio en nuestras vidas: la salud, las pandemias, el hambre, las guerras y los refugiados, el cambio climático.
Para transformar tanto las amenazas como las oportunidades en de la realidad actual, necesitamos sobre todo educación, cultura, capacidades ciudadanas, técnicas y profesionales.
Podemos hacer dos cosas, utilizar todas estas cosas para justificar nuestros fracasos, nuestra falta de audacia o peor aún para aplicar recetas que fracasaron hace mucho tiempo y llevaron este pequeño gran país a su decadencia. O podemos imponernos el deber principal de la política, prevenir, examinar y proyectar, y actuar en conjunto.
Sabiendo que para gobernar no sólo hay que ganar democráticamente las elecciones, sino que hay que gobernar bien y con una gran generosidad y amplitud. Asumiendo el protagonismo no solo las instituciones políticas, las fuerzas políticas, sino la sociedad en su conjunto. Para hacer la plancha alcanzan los sillones, para navegar con rumbo y certezas hace falta fuerza, inteligencia, cultura acumulada. Y tenemos esa posibilidad, pero hay que tener la modestia de recurrir a ella y no encerrarse en los palacios del poder. Hay que vivirlo con la gente y construirlo con la gente como protagonista.
Tenemos experiencia, de lo que hay que hacer y también desgraciadamente de lo que no hay que hacer y por ello mismo no podemos desgastar las palabras ni el tiempo. La pandemia nos enseñó duramente que el tiempo tiene un valor irremplazable, que puede llenarse de soledades y frustraciones o de proyectos, de confianza, de trabajo, de estudio, de diversión, de familia, de amistad y de creatividad.
La experiencia de gobernar una parte del Uruguay, un departamento como Canelones que en cierta manera es un Uruguay de menor tamaño, con una estructura geográfica, productiva, social y humana muy similar a nuestra banda oriental, ha sido una escuela invalorable, un privilegio que nos dieron nuestros vecinos al elegirnos y la llevo grabada en el fondo del alma y siento los avances, los éxitos, pero también los errores, las lentitudes y las dificultades.
Mi mayor deseo al finalizar estos años de gobierno de Canelones es que al salir haya más gente que se anime a acercarse para plantear sus problemas y sus propuestas, que se sienta parte de este camino recorrido, con más ganas de intercambiar y compartir.
Porque esa gran palabra, humanidad, suena maravillosa, pero hay que ser capaces de que todos los días tenga nombres y apellidos, edades, sexos, profesiones y rostros con los que compartir y comprometerse.
Mi balance es que las expectativas que se levantaron desde el gobierno nacional, en aspectos fundamentales no se han cumplido y que hay palabras fundamentales que se han desprestigiado.

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